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Riordan colgó, se volvió hacia él y juntó sus dos grandes manos rojas dando una palmada.

– El coche -dijo. -Pensé que le gustaría saber que encontramos un coche de alquiler en la manzana de la casa de su hermana. Lo hemos investigado.

Lassiter asintió, pero no dijo nada. Sabía por el tono desenfadado del detective que, aunque su visita a la unidad de quemados lo hubiera cabreado, no le guardaba rencor. Ese asunto estaba zanjado.

– Hertz. Directo del aeropuerto. No hay ninguna duda de que es el coche de Sin Nombre. El maletero apesta. Probablemente sea queroseno. -Riordan hizo una pausa.

– ¿Y?

El detective se encogió de hombros.

– Bueno. Lo alquiló con una tarjeta de crédito. Juan Gutiérrez. La tarjeta está domiciliada en Brookville, Florida. Le pedí a la policía local que echara un vistazo. Es una casa en la que se alquilan habitaciones. El correo se amontona en la mesa de recepción. Hace dos o tres meses, un tipo que decía llamarse Juan alquiló una habitación, pero no paraba mucho por allí. De hecho, no iba casi nunca.

El teléfono sonó y Riordan contestó. Lassiter escuchó unos segundos, el tiempo suficiente para saber que la conversación no tenía nada que ver con él, y miró los paneles del cubículo de Riordan. Estaban decorados, si ésa era la palabra, con dibujos de niños. Colegio William Tyler. Figuras burdamente dibujadas empuñando pistolas con todo tipo de detalles realistas. Las balas disparadas estaban representadas como sucesivas líneas rectas. Unos gruesos trazos de cera roja marcaban las heridas y, en algunos casos, la sangre fluía en cuidadosas gotas individuales. De alguna manera, la sangre de cera parecía más brutal y real que la de las películas.

Riordan colgó.

– ¿Por dónde iba?

– Juan Gutiérrez.

– Ah, sí. Por lo que sabemos, la habitación de Brookville sólo era una dirección postal. Pero todavía no he acabado. Encontramos una llave de hotel en el cenicero del coche de alquiler. Hizo falta andar bastante, pero por fin dimos con el sitio. Es un hotel de la cadena Comfort Inn, cerca de la carretera 395. Juan Gutiérrez, habitación 214. Así que conseguimos una orden de registro. Encontramos una bolsa de viaje, un mapa del condado de Fairfax y una cartera.

– ¿Una cartera?

– La cartera contenía casi dos mil dólares en billetes, un carné de conducir, el carné de una biblioteca, una tarjeta de la Seguridad Social y un par de Visas. Todo a nombre de Juan Gutiérrez, Brookville, Florida. Hemos hecho una serie de averiguaciones y resulta que… Bueno, lo más probable es que el señor Gutiérrez no sea realmente el señor Gutiérrez.

– ¿Qué quiere decir?

– No tiene pasado. Todo empieza hace dos o tres meses, como si hubiera nacido a los cuarenta y tres años. Tiene un carné de biblioteca expedido en agosto, pero nunca ha sacado un libro. Tiene un carné de conducir expedido a principios de septiembre, pero es el primero que tiene en toda su vida; al menos que nosotros sepamos. Nunca se ha comprado un coche. Nunca le han puesto una multa. Y sus dos Visas son de débito. Ya sabe, de esas que le dan a la gente que tiene un mal historial bancario.

– ¿De esas que tienes que ingresar primero el dinero en el banco?

– Exactamente. Y tiene un saldo de dos mil dólares en cada una: Las tiene desde…

– Septiembre.

– Exactamente. Sólo ha pasado el tiempo suficiente para que el banco le pase un recibo, pero, en las dos tarjetas, volvió a subir el saldo inmediatamente a dos mil dólares. Ingresó el dinero mediante un giro postal.

– Así que es un fantasma. -Ése era el término que usaban en el negocio de la investigación para la gente que vivía bajo una falsa identidad.

– Es un fantasma de los gordos.

– ¿Qué quiere decir?

– No ha robado su identidad, ni tampoco la ha comprado. Parece que la ha creado partiendo de cero. Y el número de la Seguridad Social es un número auténtico y pertenece a un Juan Gutiérrez auténtico que vive en Tampa, Florida. Ese Juan Gutiérrez no conduce y tiene aproximadamente la misma edad que Sin Nombre. Si alguien se tomara la molestia de comprobar el número, daría por supuesto que son la misma persona.

– Está diciendo que es un trabajo de profesional.

– Exactamente. Es un trabajo cojonudo. Si lo para la policía…, no hay ningún problema. Si quiere alquilar un coche… ¡Adelante, caballero! Que quiere volar a alguna parte, pero no quiere pagar en efectivo porque resulta sospechoso…, tiene dos Visas. Podría ir a la luna si quisiera, que nadie iba a sospechar nada. No estoy diciendo que sea a prueba de balas, porque no lo es. Pero, si no lo hubiéramos arrestado, si no fuera sospechoso de haber cometido un asesinato, mejor dicho, dos asesinatos, no tendría ningún problema. El trabajo es tan bueno que te hace pensar.

– ¿Pensar qué?

Riordan lo miró fijamente.

– Que debe de ser un profesional. Y eso me lleva a la razón por la que le he pedido que viniera. -Riordan se recostó en su silla. -Creo que ha llegado el momento de que hablemos un poco más sobre su hermana.

Lassiter hizo una mueca.

– ¿Por qué? No hay nada que hablar.

– Siento discrepar.

– Mire, no hay nada en la vida de Kathy que pueda explicar por qué alguien con los hábitos de trabajo de un asesino profesional podría cortarle el cuello, quemar su casa y matar a su hijo.

– De hecho, no le cortó el cuello -señaló Riordan. -Le cortó el cuello a su sobrino. A su hermana la apuñaló en el pecho.

Lassiter empezó a decir algo, pero se calló.

Riordan se aclaró la garganta. Tenía una mirada rara. Cuando volvió a hablar, su voz tenía un tono dolido. De repente, Lassiter supo el aspecto que debía de haber tenido cuando era niño, un niño que había recibido una reprimenda injusta.

– Mírelo desde mi punto de vista. Aquí estoy, dejándome los cuernos por usted…

– ¿Por mí? ¡Es un doble homicidio!

– Para su información, tenemos cincuenta y siete homicidios sin resolver. Y yo le estoy dedicando recursos a uno que ya está prácticamente resuelto. ¿Me explico? Para su información, he hablado con el doctor Whozee esta mañana, y Sin Nombre no está nada bien. Tiene jodidos los pulmones. No estoy diciendo que la vaya a palmar, pero, tal y como lo ve la gente por aquí, estoy desperdiciando tiempo y dinero en un caso que podría quedar cerrado de un momento a otro.

– ¿Me está diciendo que, si se muere Sin Nombre, el caso queda resuelto?

– Sí, eso es exactamente lo que estoy diciendo. Una vez que las pruebas forenses sean concluyentes, el caso queda resuelto. Si sus huellas encajan con las huellas del cuchillo, si las pruebas de ADN resultan positivas, si podemos probar que el sospechoso A ha cometido el crimen X, entonces el caso queda resuelto -dijo levantando las manos y dejándolas caer a ambos lados de su cuerpo. -Y si además resulta que el sospechoso A está muerto… La verdad, me cuesta imaginarme un caso más resuelto.

Lassiter lo miró fijamente.

– Pero no sabríamos por qué lo hizo -dijo.

Riordan abrió y cerró las manos, haciendo un puño y estirando los dedos después.

– Por qué, por qué… ¿Y qué pasa si no hay un por qué? ¿Y si lo hizo porque se lo dijo una cucaracha? ¿Y si estaba drogado y le pareció una buena idea?

– Lo que pasa es que no parece que fuera así. ¿O me equivoco?

– No -repuso Riordan. -No se equivoca. No después de lo que hemos averiguado sobre su falsa identidad. -Hizo una pausa antes de continuar. -Pero ésa es exactamente la cuestión: mientras Sin Nombre siga aguantando, y yo pueda seguir indagando, me gustaría que no se le cruzaran los cables cada vez que le pregunto algo sobre su hermana.

– Tiene razón. Lo siento.

Eso pareció tranquilizar a Riordan; incluso esbozó una pequeña sonrisa.

– Pues, entonces, hábleme de ella -pidió.

Lassiter se encogió de hombros. De repente se sentía cansado.

– Le gustaba escuchar «El compañero de la pradera».

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