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– Sé lo que haría.

Ninguno quiso preguntarle lo que todos comprendían. Pero Ashley lo dijo de todas formas, la voz temblando.

– Intentaría matarme.

– No, Ashley, no digas eso -saltó Scott-. Eso no lo sabemos… -Se interrumpió en seco y pensó que había dicho una tontería. Por un instante se sintió mareado, como si todo lo que parecía una locura («este tipo podría matar a Ashley») fuese real, y todo lo razonable se diluyera en bruma. Sintió un escalofrío y tuvo que levantarse de la silla-. Si vuelve a acercarse… -Esta amenaza sonó tan hueca como lo anterior.

– ¿Qué? -saltó Ashley-. ¿Qué harás? ¿Le arrojarás a la cabeza libros de historia? ¿Le darás una clase hasta matarlo?

– No, yo…

– ¿Qué? ¿Qué harás? ¿Y cómo lo harás? ¿Vas a custodiarme las veinticuatro horas del día?

Sally trató de mantener la calma.

– Ashley -dijo-, no te enfades…

– ¿Por qué no? -estalló ella-. ¿Por qué no debería enfadarme? ¿Qué derecho tiene ese gusano a arruinarme la vida?

La respuesta, naturalmente, era obvia pero estéril.

– ¿Qué tengo que hacer entonces? -dijo, y la emoción teñía cada palabra-. Supongo que tendré que marcharme. Empezar desde cero. Irme muy lejos. Esconderme durante años, hasta que suceda algo y pueda salir. Será como un juego del escondite gigantesco, ¿eh? Ashley se esconde y Michael la busca. ¿Cómo sabré cuándo dejarme ver?

– No será fácil -dijo Sally-. A menos que…

– ¿A menos que qué? -preguntó Scott.

Ella eligió las palabras con cuidado.

– Podemos urdir otro plan.

– ¿Qué quieres decir? -la urgió Scott.

– Que tenemos dos opciones. Una es mantenernos dentro del sistema legal. Puede que no sea perfecto, pero es lo que hay. Ha funcionado para algunas personas, pero no para otras. La ley puede salvar a una persona y matar a otra. La ley no garantiza nada.

Scott se inclinó hacia delante.

– ¿Y la otra opción?

Sally estaba casi anonadada por lo que iba a proponer.

– Salimos de la senda legal.

– ¿Y eso qué significaría? -preguntó Scott.

– Tal vez no quieras saber la respuesta todavía -dijo Sally fríamente.

Todos se quedaron boquiabiertos.

Scott miró fijamente a su ex mujer. Nunca la había oído hablar con tanta sangre fría.

– ¿Por qué no lo invitamos a cenar y a los postres le pegamos un tiro? -estalló Catherine-. ¡Bang! Yo me ofrezco voluntaria para limpiar el estropicio de sangre.

Cada uno de ellos sintió cierto atractivo por la descabellada propuesta, pero Sally volvió a su tono pragmático y profesional:

– Eso eliminaría un problema, Michael O'Connell, pero nos causaría un sinfín de nuevos problemas.

Scott asintió.

– Continúa -dijo.

– Invitarlo a cenar para matarlo es asesinato en primer grado, aunque se lo merezca. En este estado se castiga con entre veinticinco años y cadena perpetua, sin libertad condicional. Y el simple hecho de que todos lo hayamos discutido, nos convierte en cómplices, así que ninguno se libraría, incluyendo a Ashley. Siempre se podría recurrir a artimañas legales y solicitar atenuantes, pero aun así nuestra vida quedaría destrozada para siempre.

– Sí -asintió Scott-. Nuestras carreras, quiénes somos, todo desaparecería. Y nos convertiríamos en carnaza para los programas de televisión y el National Enquirer. Cada detalle de nuestras vidas sería expuesto públicamente. Y aunque hiciéramos esto y consiguiéramos aislar a Ashley del hecho, tendría que pasar el resto de su vida visitándonos a la cárcel y rechazando entrevistas de la prensa sensacionalista, o viendo cómo convierten su vida en una película truculenta.

– Todo eso significaría que O'Connell habría ganado -intervino Hope-. Aunque estuviese muerto, nos habría arruinado y el «si no puedo tenerla» se cumpliría de una manera perversa. Ashley quedaría marcada para siempre.

Catherine apretó los labios; ella ya sabía todo eso. Dio una palmada y dijo:

– Bien, debe de haber algún modo de eliminar a O'Connell de la vida de Ashley antes de que suceda algo peor.

La palabra «eliminar» disparó la mente de Scott.

– Creo que tengo una idea -dijo.

Las cuatro mujeres lo miraron. Él se levantó y dio unos pasos.

– Para empezar, deberíamos devolverle su propia medicina.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Sally.

– Me refiero a acosar al acosador. Averigüemos todo, y quiero decir todo, lo que podamos sobre ese cabrón.

– ¿Para qué? -preguntó Hope.

– Debe tener algún punto vulnerable. Lo golpearemos ahí.

Catherine asintió. En todos ellos debía de haber una vena implacable: era sólo cuestión de encontrarla y emplearla.

– Muy bien -respondió Sally-, pero ¿cómo lo golpearemos?

Scott midió sus palabras.

– No podemos matarlo -dijo-, pero debemos eliminarlo. Y hay alguien que puede hacerlo por nosotros de un modo en el que todos, sobre todo Ashley, salgamos intactos, sin un solo arañazo.

– No sé a quién te refieres -respondió Sally.

– Tú misma lo has dicho, Sally. ¿Quién puede eliminar a alguien de la sociedad durante cinco, diez, veinte años o toda la vida?

– El estado de Massachusetts.

Scott asintió.

– Es sólo cuestión de encontrar un modo de hacer que el estado elimine a Michael O'Connell. Todo lo que tenemos que hacer es proporcionarle un motivo.

– ¿Cuál? -preguntó Ashley.

– El crimen adecuado.

– ¿No ves la genialidad en el plan de Scott? -preguntó ella.

– Yo no emplearía esa palabra -respondí-. «Estupidez» y «temeridad» me parecen más adecuadas.

Ella reflexionó.

– Muy bien, cierto a primera vista. Pero eso es lo que resulta único en el pensamiento de Scott: va completamente contra la lógica. ¿Cuántos catedráticos de historia de una pequeña facultad liberal y prestigiosa se convierten en delincuentes?

No respondí.

– ¿O una consejera estudiantil y entrenadora? ¿Una abogada de provincias? ¿Y una estudiante de arte? ¿Qué podría ser más insensato que ese peculiar grupo decidiera cometer un delito? ¿Y elegir a alguien que pudiera recurrir a la violencia?

– Sigo sin saber…

– ¿Quién mejor para salirse del marco de la ley? Sabían lo que hacían gracias a Sally y su experiencia jurídica. Y Scott estaba muy bien preparado para convertirse en un criminal gracias a su época de Vietnam. Su mayor problema era el tabú moral contra el delito inherente a su estatus social.

– Yo pensaba que habrían llamado a la policía.

– ¿Qué garantía tenían de que el sistema legal funcionaría para ellos? ¿Cuántas veces has abierto el periódico y leído sobre alguna tragedia motivada por un amor obsesivo? ¿Cuántas veces has oído a la policía quejarse: «No podíamos intervenir…»?

– Aun así…

– Las palabras que sin duda no quieres que tallen en tu tumba son «Si sólo hubiera…».

– Ya, pero…

– No puede decirse que su situación fuera única. Las estrellas de cine y los famosos de la tele saben lo que es el acoso, pero también las secretarias de las grandes empresas e incluso las madres que llevan a sus pequeños al parque. La obsesión puede cruzar todo tipo de barreras económicas y sociales. Pero su respuesta sí fue única. Su objetivo era salvar a Ashley. ¿Podía haber un motivo más noble? Ponte por un instante en su piel. ¿Qué habrías hecho tú?

Ésa fue su pregunta más simple y, al mismo tiempo, más difícil de responder.

Ella inspiró hondo.

– Lo único que importaba era si podrían salirse con la suya.

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