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¡No! Nada de lo que yo le hice lo marcó. Él entendía… dolor y placer. Era ella. Miranda Moore. Ella lo mató. Lo apuñaló. Tenía las manos manchadas con la sangre de Davy.

Mátala.

Después de dieciséis años de matrimonio, Delilah estaba sorprendida de no sentir nada más que irritación hacia su marido. Él no la amaba. Ella lo había dado todo por él; había cuidado de su casa y de su mocoso, cocinado y limpiado y asistido a sus estúpidos actos. Había sido la mujer perfecta.

Y él la miraba como si fuera una extraña.

La única otra cosa que la molestaba, y la molestaba mucho, era Ryan. ¡Cómo si ella fuera capaz de hacerle daño a su propio hijo! Ella no era su madre. Evitaba deliberadamente tocar a Ryan para no caer en la tentación. Tampoco se podía decir que sintiera la tentación.

Ella no era su madre.

Ella no había querido descendencia, desde luego, un hijo, no. Pero cuando supo que estaba embarazada (¿de qué servían los anticonceptivos si no funcionaban?) estaba segura de que el bebé sería una niña.

Tener una niña para educarla como se debe educar a una hija. Para colmarla de atenciones, vestirla con ropa bonita, llevarla a restaurantes elegantes, organizarle una gran fiesta para su puesta de largo.

Soltó una risa amarga.

Había tenido un niño. Otro Davy.

Sin embargo, era una buena madre, ¡maldita sea! Lo hacía todo por él. Le horneaba las jodidas galletas, le limpiaba su jodida habitación. Asistía a todas las jodidas reuniones de padres y obras de teatro y partidos de fútbol.

¿Qué más quería? ¿Su sangre? ¿Con eso quedaría satisfecho? ¿Acaso quedaría alguien satisfecho?

Respiró hondo para relajarse. No servía de nada perder el control. Su sangre fría la había salvado de muchas imprudencias.

Como la noche en que casi había ahogado a Rory en su cuna. En el último momento, le quitó la almohada de la cara. Richard se habría enterado, y a ella la habrían metido en la cárcel.

O la vez que amenazó con contarle a la policía lo de la chica en Portland. Estuvo a punto de no servirle de coartada a Davy. ¡El estúpido, imbécil! Quería dejarlo todo por una zorra rica de la hermandad de mujeres del Delta de los cojones.

Sin embargo, al final, le procuró la coartada y fue muy convincente. Porque, sin Davy, su vida se habría venido abajo. Ella lo necesitaba a él tanto como él a ella.

Juntos eran más fuertes.

Ahora él estaba muerto.

Todo era culpa de Miranda Moore. La muy puta lo pagaría caro.


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