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Salió antes de que Quinn pudiera hacerle más preguntas.

Quinn frunció el ceño. Nick estaba preocupado por algo, aunque quizá sólo fuera ese artículo. Aún así, quizá debería acompañarlo y ayudarle con lo que tuviera entre manos.

Miró el enorme montón de carpetas que había traído de la universidad el día anterior. Habían eliminado las de aquellos que ya no calzaban con el perfil. Quedaban cincuenta y dos posibles sospechosos. Tenía que reducir aún más la lista.

Cogió el teléfono y empezó a hacer llamadas.

Se sentía relajada, como si no estuviera dentro de su propio cuerpo, como si sólo estuviera mirando cómo evolucionaba la escena, como en una película, sobre el suelo mugriento. Había visto la escena muchas veces y nunca dejaba de excitarla y repelerle a la vez.

Él jadeaba encima de la chica, follándola como si fuera una muñeca. La chica estaba ahí sólo porque estaba atada a una estaca en el suelo. Él nunca había sido capaz de despertar el interés de una chica. Era como si, después de una única cita, la posible novia hubiera percibido que él albergaba oscuras fantasías en las que ella no quería tomar parte. Nunca tuvo más citas después de esa chica en Portland. Cuando ella le dijo que no, perdió los estribos. Entró en su casa y la violó. La muy tonta.

Sólo ella entendía sus necesidades. Un apetito insaciable de poder hervía bajo su piel, quemándola desde adentro hacia fuera, buscando alivio. Verlo a él satisfacer sus ansias le procuraba cierto grado de alivio. Pero él era muy tonto. Cuando violaba a esas chicas, ellas seguían teniendo poder. Porque él las deseaba, las necesitaba, y ellas lo controlaban.

La chica había llorado hasta el cansancio.

Era algo que, con el tiempo, acababa. Tardaba una hora. Un día. A veces más. Pero, finalmente, la chica se resignaba a su suerte y se quedaba quieta, sin resistirse ni gritar. Sólo unas lágrimas silenciosas que le corrían por las mejillas.

Le dieron ganas de reír ante todo ese absurdo. Él se portaba como una perra en celo, necesitaba que las mujeres saciaran su voraz apetito. Sin embargo, le costaba cada vez más sentir la misma satisfacción; ella lo constataba en sus abusos, cada vez más crueles. A la última chica, antes de Rebecca Douglas, la había golpeado hasta la muerte, sin siquiera darle la oportunidad de huir.

Él le daba de bofetadas a la chica, intentando que ella respondiera. El ruido de la piel contra la piel, agitándose, solía excitarla, pero ese día no estaba teniendo el efecto habitual.

Por primera vez en su vida adulta, sintió el miedo como un estremecimiento que le recorría la espalda. Salió de la barraca y respiró el aire frío y fresco de la mañana.

No temía tanto por ella como por él. Él era responsabilidad suya, y su decisión precipitada de secuestrar a otra chica al cabo de tan poco tiempo de raptar a la anterior era una insensatez. Ella intentó disuadirlo, manipularlo para que abandonara la idea, pero él se mostró inflexible. Estaba decidido a coger a la chica con o sin ella

No podía permitir que lo hiciera solo. Él la necesitaba. Para vigilar. Para borrar sus huellas. Para protegerlo.

Las otras razones por las que decidió quedarse con él esta vez eran un poco más difíciles de discernir, incluso para ella. Sentía la compulsión de mirar, aunque no soportara la idea de verlo a él copulando con otra mujer sin participar. Si él creía obtener la máxima y más completa satisfacción cuando ella no estaba, empezaría a buscar a otras mujeres solo. Cada vez que secuestraba a una, el riesgo de que los descubrieran aumentaba. Si él se empeñaba en salir a buscarlas solo, darían con él. Era sólo cuestión de tiempo.

Así que lo protegía. Y no era que esas mujeres tuvieran algo que ella no tenía. Claro que no. Lo único que ella hacía era cuidar de él, como siempre había hecho.

Él podía tener a esas mujeres, pero sólo si ella participaba en el asunto.

Él se paseaba por la vida atado a una correa invisible, y todas las mujeres en su vida habían tenido esa correa en la mano. Ella. Las chicas que violaba y mataba. Y, sobre todo, la que había escapado.

Ella no lo dejó matar a Miranda Moore porque si Miranda vivía, ella lo mantenía bajo su poder. Imbécil. Era un imbécil. Pero la necesitaba.

Ahora era como si las cosas se le escaparan de las manos. Tendrían que dejar ese lugar y buscar otros parajes en donde cazar. Para protegerlo.

En cuanto acabaran con Ashley van Auden.


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