– El doctor Garrett se reunió con Clark ayer por la mañana. Estaba… eh… un poco preocupado por tu segunda prueba psicológica.
– Garrett es un capullo arrogante -dijo Miranda, y se metió el pelo detrás de las orejas. La mano le temblaba y quiso disimularlo.
– Sí, bueno. Clark le escuchó. Están preocupados por ti. Creen que necesitas un poco más de tiempo.
Los dos sabían a qué se refería. El tiempo. El tiempo se había convertido en un enemigo.
– Hace dos años que ocurrió aquello, Quinn. ¿Qué decía, concretamente, el puto perfil?
Miranda se detuvo y lo miró. Cuando él rehuyó su mirada, ella supo, supo que estaba jodida.
– Que tienes una personalidad obsesiva, y eso podría nublarte el juicio y poner en peligro las vidas de tus compañeros agentes.
– ¡Eso es mentira! Y tú lo sabes. No pueden… ¿Qué dices? La cara de preocupación de Quinn le arrancó toda esperanza del corazón y entonces Miranda se dio cabalmente cuenta de lo que ocurría. Su vida volvía a acabar.
– ¿Qué ha pasado? Maldita sea, Quinn, ¿qué ha pasado? Él habló con voz neutra.
– Clark me preguntó qué pensaba. Le dije que necesitabas un año más.
Ella odió las lágrimas que brotaron en sus ojos. No pudo hacer nada por impedir que le bañaran las mejillas. Sentía un peso como un plomo en el corazón y le faltó la respiración.
– ¿Qué?
Él intentó cogerle la mano pero ella se apartó.
– Randy…
– ¡No me llames así! -Enfadada con su propia debilidad, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, pero enseguida cayeron más.
Quinn dio un paso atrás.
– Tienes el ingreso asegurado en Quantico el año que viene. Y aprobarás con todos los honores, ya verás…
– ¡Ya he aprobado con todos los honores! -dijo, mirándolo a través de sus lágrimas-. A ti… te ha preguntado a ti. ¿Por qué no me has defendido?
– Necesitas más tiempo. -Quinn hablaba en voz baja y la miraba fijamente-. Miranda, has pasado por la universidad y has hecho tu máster a toda velocidad, no has hecho nada por ti misma. Tienes que saldar cuentas con el pasado para poder enfrentarte al futuro. No estoy seguro de que los motivos que tienes para ser agente del FBI sean los correctos.
– Ahórrate la jodida psicología barata. Eres tú… tú eres el que piensa que me vendré abajo. Que… que no puedo hacer mi trabajo. Que te jodan. Yo creía que… que tú precisamente me entendías…
Y echó a correr.
Miranda sacudió la cabeza y se frotó la sien, devolviendo el recuerdo al lugar que le correspondía. Enterrado. No se había percatado de que aquellos pensamientos estuvieran tan a flor de piel hasta que sintió la humedad en los ojos. Pero ¿por qué se sorprendía? En cuanto había visto a Quinn el día anterior los años se desvanecieron.
Durante un año luchó consigo misma por la idea de volver a Quantico. Ignoró a Quinn, segura de que no haría más que recurrir a lugares comunes inútiles para explicarle hasta el cansancio por qué necesitaba darse un tiempo. Ella no quería oír sus razones. Quinn no la había apoyado en el momento de la verdad. Él había cuestionado sus motivaciones, y luego había insistido en decirle que no era nada personal.
Al contrario, no podía ser sino personal.
Quería volver a Quantico, pero una cosa la retenía.
El miedo. Un miedo profundo que le helaba los huesos con sólo pensar que el psiquiatra pudiera tener razón, no sólo en que estuviera obsesionada con el Carnicero sino que, si algún día lo encontraba, sufriría de verdad una crisis nerviosa.
La caza del Carnicero la mantenía centrada y cuerda. Pero cuando la caza llegara a su fin, ¿dónde estaría ella? Cuando al asesino lo atraparan y lo castigaran, ¿qué haría ella? No tenía nada más.
El vacío de su vida la sacudió como un golpe en el bajo vientre.
Parpadeó. De pronto se dio cuenta de que había llegado a la hostería. El jeep estaba aparcado, pero el motor seguía en marcha. Lo apagó y respiró hondo. Estaba turbada.
Había olvidado lo mucho que amaba a Quinn. Después de haber dedicado tanto tiempo a pensar en su traición, se había olvidado que un día había querido -y planeado- pasar el resto de sus días con él.