Recuerdo haber visto en un viaje a Italia unos tapices que parecen cambiar de perspectiva dependiendo de dónde te sitúas. Si te mueves hacia la derecha, la mesa parece mirar a la derecha. Si te mueves hacia la izquierda, la mesa te sigue.
El gobernador Dave Markie era la personificación de ese efecto. Cuando entraba en una habitación tenía la capacidad de hacer que todos se sintieran como si él les estuviera mirando y pendiente de ellos. En su juventud le había visto ligarse a muchas mujeres, no por su atractivo, sino porque parecía interesarse sinceramente por ellas. Su mirada tenía una intensidad hipnótica. Recuerdo a una amiga lesbiana de Rutgers que dijo: «Cuando Dave Markie me mira así, vaya, cambiaría de equipo por una noche».
Eso es lo que hizo en mi oficina. Jocelyn Duréis, mi secretaria, se reía nerviosamente. Loren Muse se ruborizó. Incluso la fiscal del estado, Joan Thurston, sonreía de una manera que me mostraba cómo debía de ser su cara cuando recibió el primer beso en séptimo curso.
Muchos dirán que es el efecto del poder de su cargo. Pero yo le conocía de antes. El cargo era un potenciador del poder, no el creador.
Nos saludamos con un abrazo. Me había fijado que últimamente los hombres se saludan así, con un abrazo. Me gustaba el contacto humano sincero. No tengo muchos amigos de verdad, así que los pocos que tengo son enormemente importantes para mí. Los he elegido con cuidado y los quiero mucho a todos.
– Haz que se marchen todos -susurró Dave.
Nos deshicimos del abrazo. Él sonreía, pero recibí el mensaje. Hice salir a todos del despacho. Joan Thurston se quedó. La conocía bastante bien. La oficina del fiscal del estado estaba en mi misma calle. Intentábamos colaborar y ayudarnos mutuamente. Teníamos una jurisdicción parecida porque el condado de Essex tenía delincuencia en abundancia, pero a ella sólo le interesaban los delitos graves. Actualmente eso representaba básicamente terrorismo y corrupción política. Cuando su oficina tropezaba con algún otro delito, nos lo transfería a nosotros.
En cuanto se cerró la puerta y nos quedamos los tres solos, Dave dejó de sonreír. Nos sentamos en mi mesa de reuniones. Yo a un lado. Ellos al otro.
– ¿Es malo? -pregunté.
– Mucho.
Levanté ambas manos e hice con los dedos indicando que podían empezar. Dave miró a Joan Thurston. Ella se aclaró la garganta.
– En este momento mis detectives están entrando en el despacho de la institución benéfica conocida como JaneCare. Tienen una orden de registro. Se llevarán los archivos y expedientes. Yo quería mantenerlo en secreto, pero los medios ya se han enterado.
Sentí que el pulso se me aceleraba.
– Esto es una locura.
Ninguno de los dos dijo nada.
– Se trata de Jenrette. Me ha estado presionando para que no fuera duro con su hijo.
– Lo sabemos -dijo Dave.
– ¿Y?
Dave miró a Thurston.
– Eso no hace que las acusaciones no sean ciertas.
– ¿A qué te refieres?
– Los investigadores de Jenrette llegaron a sitios donde nosotros no nos habríamos metido. Encontraron incoherencias. Las presentaron a uno de mis mejores hombres. Mi empleado siguió investigando. Intentamos mantenerlo en secreto. Sabemos lo que estas acusaciones pueden representar para una asociación benéfica.
No me gustaba el cariz que estaba tomando la conversación.
– ¿Encontrasteis algo?
– Tu cuñado ha estado robando.
– ¿Bob? Es imposible.
– Ha desviado al menos cien mil dólares.
– ¿Hacia dónde?
Ella me entregó dos hojas de papel y yo les eché un vistazo.
– Tu cuñado se está construyendo una piscina, ¿no?
No dije nada.
– Se entregaron cincuenta mil a Marston Pools en varios pagos que constan aquí como una ampliación de vuestra sede. ¿JaneCare ha realizado obras de ampliación?
No dije nada.
– Se entregaron otros treinta mil a Barry's Landscaping. El gasto consta como embellecimiento del área circundante.
Nuestras oficinas consisten en la mitad de una residencia de dos viviendas en el centro de Newark. No había ningún plan de expansión ni de embellecimiento. No necesitábamos más espacio. Nos concentrábamos en recoger fondos para tratamientos y curas. Ése era nuestro objetivo. He visto demasiados abusos en el sistema de asociaciones sin ánimo de lucro, con gastos de recogida de fondos que sobrepasan la cantidad dedicada a las buenas obras. Bob y yo habíamos hablado del tema y compartíamos las mismas ideas. Me sentí mareado.
– No podemos hacer favoritismos. Ya lo sabes -dijo Dave.
– Lo sé -dije.
– Y aunque quisiéramos mantenerlo en secreto en aras de la amistad, no podríamos. Se ha filtrado a los medios. Joan está a punto de dar una rueda de prensa.
– ¿Vais a arrestarle?
– Sí.
– ¿Cuándo?
Ella miró a Dave.
– Ya está bajo custodia. Le hemos arrestado hace una hora.
Pensé en Greta. Pensé en Madison. Una piscina. Bob había robado a la asociación benéfica de mi esposa para construirse una puta piscina.
– ¿Le habéis ahorrado la exposición pública?
– No. Tiene que presentarse ante el juez dentro de diez minutos. He venido como amiga, pero los dos convenimos en perseguir este tipo de casos. No puedo hacer favoritismos.
Asentí. Lo habíamos convenido. No sabía qué pensar.
Dave se levantó y Joan Thurston le siguió.
– Búscale un buen abogado, Cope. Creo que esto va a ponerse feo.
Puse la televisión y vi a Bob expuesto al público. No salió en directo en la CNN o la Fox, pero sí en News 12 Nueva Jersey, nuestro canal local veinticuatro horas de noticias. Saldrían fotos en todos los grandes periódicos de Jersey, como el Star-Ledger y el Bergen Record. Algunas de las filiales locales de los grupos de comunicación más importantes podían sacar algo, pero lo dudaba.
La exposición pública duró segundos. Bob iba esposado. No bajó la cabeza. Como muchos, parecía aturdido e inofensivo. Me entraron náuseas. Llamé a Greta a casa y al móvil. No contestó. Dejé mensajes en ambos teléfonos.
Muse me acompañó todo el rato. Cuando pasaron a otra noticia, dijo:
– Esto es una putada.
– Lo es.
– Deberías pedirle a Flair que lo represente.
– Conflicto de intereses.
– ¿Por qué? ¿Por este caso?
– Sí.
– No entiendo por qué. No tienen ninguna relación.
– El padre de su cliente, EJ Jenrette, inició la investigación.
– Ah, vale. -Se echó hacia atrás-. Mierda.
No dije nada.
– ¿Estás de humor para hablar de Gil Pérez y de tu hermana?
– Sí.
– Como sabes, hace veinte años hallaron su ropa rasgada y sangre en el bosque.
Asentí.
– Toda la sangre era O positivo. Como la de los desaparecidos. Cuatro de cada diez personas lo son, de modo que no es de extrañar. En aquel entonces no tenían pruebas de ADN, así que no había forma de saberlo con certeza. Lo he comprobado. Por mucho que lo apremiemos, las pruebas de ADN tardarán un mínimo de tres semanas. Es posible que más.
Yo sólo la escuchaba a medias. No dejaba de ver a Bob y su cara durante la exposición pública. Pensaba en Greta, la buena y cariñosa Greta, y en que esto la destrozaría. Pensé en mi esposa, en mi Jane, y en cómo la asociación benéfica que llevaba su nombre sería vilipendiada. Yo la había creado como un memorial para la esposa a quien había fallado en vida. Y ahora había vuelto a fallarle.
– Además, para realizar una prueba de ADN se necesita algo con lo que comparar. Podríamos utilizar tu sangre para compararla con la de tu hermana, pero necesitaríamos que un miembro de la familia Pérez colaborara.
– ¿Qué más?
– En realidad no necesitas el ADN de los Pérez.
– ¿Cómo es eso?
– Farrell Lynch ha terminado el proceso de envejecimiento.
Me entregó dos fotografías. La primera era la foto de Manolo Santiago tomada en el depósito. La segunda era la foto del proceso de envejecimiento derivado de la fotografía que le había dado de Gil Pérez.
Una concordancia total.
– Uau -dije.
– Te he buscado la dirección de los padres de Pérez.
Me entregó una hojita de papel.
La miré. Vivían en Park Ridge. A menos de una hora de camino.
– ¿Irás a hablar con ellos? -preguntó Muse.
– Sí.
– ¿Quieres que te acompañe?
Negué con la cabeza. Lucy ya había insistido en venir conmigo. Era suficiente compañía.
– También he tenido una idea -dijo ella.
– ¿De qué se trata?
– La tecnología para localizar cadáveres enterrados ha mejorado mucho en veinte años. ¿Te acuerdas de Andrew Barrett?
– ¿El chico del laboratorio en John Jay? Charlatán y rarito.
– Y un genio. Es él. En fin, seguramente es el mayor especialista del país en la nueva máquina radar de penetración en el suelo. Prácticamente la inventó él y asegura que puede cubrir una gran extensión de terreno rápidamente.
– Es una zona demasiado grande.
– Pero podemos probarlo, ¿no te parece? Mira, Barrett se muere por probar su juguetito. Dice que necesita el trabajo de campo.
– ¿Ya has hablado con él?
– Pues claro, ¿por qué no?
Me encogí de hombros.
– La investigadora eres tú.
Volví a mirar el televisor. Estaban pasando de nuevo la exposición pública de Bob. Esta vez aún me pareció más patético. Cerré los puños con fuerza.
– ¿Cope?
La miré.
– Tenemos que volver a la sala -dijo.
Asentí y me levanté sin decir nada. Ella abrió la puerta. Pocos minutos después, vi a EJ Jenrette en el vestíbulo. Se colocó a propósito en mi camino. Incluso me sonreía.
Muse se paró e intentó que me desviara.
– Vayamos por la izquierda. Podemos pasar por…
– No.
Seguí mi camino. La rabia me consumía. Muse corrió para seguir mi ritmo. EJ Jenrette se quedó quieto, esperándome.
Muse me puso una mano en el hombro.
– Cope…
No reduje el paso.
– Estoy bien.
EJ siguió sonriendo. Le miré a los ojos. Él no se apartó. Yo avancé hasta que nuestras caras estuvieron a pocos centímetros de distancia. El muy idiota seguía sonriendo.
– Se lo advertí -dijo EJ.
Imité su sonrisa y me acerqué un poco más.
– Se ha corrido la voz -dije.
– ¿De qué?
– Todos los presos que consigan que el pequeño Edward les haga un servicio reciben tratamiento de preferencia. Su hijo va a ser la puta de su bloque.