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Capítulo 13

Mientras esperaba a Sylvia Potter, Lucy buscó en Google el nombre que aparecía en el diario de visitas de Ira: Manolo Santiago. Había muchas entradas, pero ninguna le sirvió de nada. No era periodista, o al menos no apareció ninguna entrada en este sentido. ¿Quién era, entonces? ¿Y por qué había visitado a su padre? Podía preguntárselo a Ira, por supuesto. Si es que su padre se acordaba.

Pasaron dos horas. Después tres y cuatro. Lucy llamó a la habitación de Sylvia. No hubo respuesta. Intentó mandarle un correo otra vez a la BlackBerry. No obtuvo respuesta.

Aquello no pintaba bien.

¿Cómo podía conocer Sylvia Potter su pasado?

Lucy buscó en el directorio de la escuela. Sylvia Potter vivía en Stone House, en el campus. Decidió acercarse caminando a ver si se enteraba de algo.

En el campus de una universidad reina una magia evidente. No hay entidad más protegida, más resguardada, y aunque fuera fácil quejarse de esto, era como debía ser. Algunas cosas crecen mejor en el vacío. Es un lugar donde sentirse a salvo cuando eres joven, pero cuando te haces mayor, como ella y Lonnie, se convierte en un lugar donde esconderse.

Stone House había sido la casa de la fraternidad Psi U. Hacía dos años, la universidad se deshizo de las fraternidades, calificándolas de antiintelectuales. Lucy estaba de acuerdo en que las fraternidades tenían muchas cualidades y connotaciones negativas, pero la idea de proscribirlas le pareció demasiado fuerte y demasiado fascista para su gusto. Había un caso abierto en una universidad cercana en la que estaba implicada una fraternidad en una violación. Pero si no era una fraternidad, sería un equipo de lacrosse o un grupo de jugadores de béisbol en un club de striptease, o unos rockeros alborotadores en un club nocturno. No estaba segura de la solución, pero sabía que ésta no pasaba por deshacerse de todas las instituciones que no te gustaban.

Castiga el delito, pensó, no la libertad.

La fachada de la casa seguía siendo de ladrillo y de un precioso estilo georgiano. El interior se había despojado de toda personalidad. Habían desaparecido los tapices, el revestimiento de madera y la lujosa caoba de su rico pasado, y se habían reemplazado con blancos rotos, beiges y toda clase de cosas neutras. Era una pena.

Había estudiantes por todas partes. Su entrada llamó la atención de algunos, pero no muchos. Se oían estéreos, o más probablemente altavoces de iPod. Las puertas estaban abiertas. Vio pósteres del Che en la pared. Tal vez se parecía más a su padre de lo que creía. Los campus de universidad también estaban atrapados en los sesenta. El estilo y la música puede cambiar, pero el sentimiento permanece.

Subió la escalera principal, también despojada de su personalidad. Sylvia tenía una habitación individual en el segundo piso. Lucy localizó su puerta, de la que colgaba una de esas pizarras de vinilo en las que se escribe con un rotulador, pero estaba inmaculada. La pizarra estaba recta y perfectamente centrada. Arriba habían escrito el nombre «Sylvia» con una letra que casi parecía de calígrafo profesional. Junto al nombre había dibujada una flor rosa. Toda la puerta parecía fuera de lugar, aparte y ajena y de otra época.

Lucy llamó a la puerta. No contestaron. Intentó abrirla. Estaba cerrada. Pensó que podía dejar una nota, para eso estaba la pizarra, pero no le apetecía ensuciarla. Además parecía una medida un poco desesperada. Ya la había llamado. Le había enviado un mensaje. Pasar por su habitación era ir un poco demasiado lejos.

Empezaba a bajar la escalera cuando se abrió la puerta de Stone House y entró Sylvia Potter. Vio a Lucy y se puso rígida. Lucy bajó el resto de escalones y se paró frente a ella. No dijo nada y trató de mirar a la chica a los ojos. Sylvia miró a todas partes menos a Lucy.

– Ah, hola, profesora Gold.

Lucy no dijo nada.

– La clase se ha alargado. Lo siento. Y además mañana tengo que presentar otro proyecto. Luego pensé que ya era tarde y se habría marchado y que podía esperar a mañana.

Estaba balbuceando y Lucy la dejó continuar.

– ¿Quiere que pase mañana? -preguntó Sylvia.

– ¿Tienes tiempo ahora?

Sylvia miró el reloj sin mirarlo realmente.

– Es que estoy muy nerviosa con este proyecto. ¿No puede esperar a mañana?

– ¿Para quién es el proyecto?

– ¿Qué?

– ¿Qué profesor te ha mandado el proyecto, Sylvia? Si te robo demasiado tiempo, puedo escribirte una nota para el profesor.

Silencio.

– Podemos ir a tu habitación -dijo Lucy-. Para hablar.

Sylvia la miró por fin a los ojos.

– ¿Profesora Gold?

Lucy esperó.

– No creo que quiera hablar con usted.

– Se trata de tu diario.

– ¿Mi…? -Meneó la cabeza-. Pero si lo mandé de forma anónima… ¿Cómo puede saber cuál es el mío?

– Sylvia…

– ¡Lo dijo! ¡Lo prometió! Eran anónimos. Usted lo dijo.

– Sé lo que dije.

– ¿Cómo ha podido…? -Se recompuso-. No quiero hablar con usted.

Lucy habló con voz firme.

– No tienes más remedio.

Pero Sylvia estaba retrocediendo.

– No, no es verdad. No puede obligarme. ¿Cómo… cómo puede habernos hecho esto? Decirnos que es anónimo y confidencial y después…

– Esto es muy importante.

– No, no lo es. No tengo que hablar con usted. Y si se lo dice a alguien, hablaré con el decano. La despedirán.

Algunos alumnos las miraban. Lucy estaba perdiendo el control de la situación.

– Por favor, Sylvia, tengo que saberlo…

– ¡No tiene que saber nada!

– Sylvia…

– ¡No tengo que decirle nada! ¡Déjeme en paz!

Sylvia Potter se volvió, abrió la puerta y salió corriendo.


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