No había dormido nada y Muse tampoco. Me afeité rápidamente con la máquina eléctrica. Olía tan mal que me planteé pedirle la colonia a Horace Foley.
– Tráeme esos papeles -le dije a Muse.
– En cuanto pueda.
Cuando el juez pidió silencio en la sala, llamé a un -gritos sofocados- testigo sorpresa.
– El pueblo llama a Gerald Flynn.
Flynn había sido el chico «simpático» que había invitado a Chamique Johnson a la fiesta. Y eso era lo que parecía, con su piel lisa, los rizos rubios bien peinados, los ojos azules que parecían mirarlo todo con ingenuidad. Debido a que cabía la posibilidad de que yo terminara mis interrogatorios en cualquier momento, la defensa tenía a Flynn esperando. Al fin y al cabo, se suponía que él era su testigo clave.
Flynn había apoyado en todo a sus compañeros de fraternidad. Pero una cosa era mentir a la policía e incluso en la declaración, y otra muy diferente hacerlo en «directo». Miré a Muse, que estaba sentada en la última fila e intentaba mantener una expresión serena. El resultado era un poco raro. Muse no sería mi primera elección como compañera de póquer. Le pedí que dijera su nombre para la sala.
– Gerald Flynn.
– Pero todos le llaman Jerry, ¿es correcto?
– Sí.
– Bien, empecemos por el principio. ¿Cuándo conoció a la señorita Johnson?
Chamique había venido a la sesión. Estaba sentada cerca del centro de la penúltima fila, junto a Horace Foley. Un lugar curioso para sentarse… Como si no quisiera comprometerse. Había oído algunos gritos en el pasillo aquella mañana. Las familias de Jenrette y Marantz no estaban nada contentas con la jugarreta de última hora. Habían intentado presionarla, pero no había funcionado. Así que habíamos empezado tarde. Pero estaban preparados. Estaban en su sitio con expresiones preocupadas, serias y atentas para el tribunal.
Era un retraso temporal, debían pensar. Unas horas más y todo habría terminado.
– Conocí a la señorita Johnson cuando vino a la fraternidad el doce de octubre -contestó.
– ¿Recuerda la fecha?
– Sí.
Puse una cara de «Vaya, vaya, qué interesante», aunque no lo era en absoluto. Era normal que se acordara de la fecha. Ahora también formaba parte de su vida.
– ¿Por qué estaba la señorita Johnson en su fraternidad?
– La contrataron como bailarina exótica.
– ¿La contrató usted?
– No. Bueno, la contrató la fraternidad. Pero no fui yo quien hizo la gestión.
– Ya. ¿Así que ella fue a su fraternidad y realizó un baile exótico?
– Sí.
– ¿Y usted vio ese baile?
– Sí.
– ¿Qué le pareció?
Mort Pubin se levantó.
– Protesto.
El juez ya me estaba mirando seriamente.
– ¿Señor Copeland?
– Según la señorita Johnson, el señor Flynn aquí presente la invitó a la fiesta donde tuvo lugar la violación. Intento comprender por qué lo hizo.
– Pues pregúnteselo -dijo Pubin.
– Señoría, ¿me permite hacerlo a mi manera?
– Intente reformularlo -dijo el juez Pierce. Me volví a mirar a Flynn otra vez.
– ¿Le pareció que la señorita Johnson era una buena bailarina exótica? -pregunté.
– Supongo.
– ¿Sí o no?
– No maravillosa. Pero sí, pensé que era muy buena.
– ¿Le pareció que era atractiva?
– Sí, bueno, supongo.
– ¿Sí o no?
– ¡Protesto! -Pubin otra vez-. No tiene que contestar a una pregunta como ésta con un sí o un no. A lo mejor le parecía ligeramente atractiva. No siempre es sí o no.
– Estoy de acuerdo, Mort -dije, sorprendiéndolo-. Permita que lo reformule. Señor Flynn, ¿cómo describiría su atractivo?
– ¿En una escala del uno al diez?
– Eso sería espléndido, señor Flynn. En una escala del uno al diez.
Lo pensó un momento.
– Siete, puede que ocho.
– Bien, gracias. Y en algún momento de esa noche, ¿habló con la señorita Johnson?
– Sí.
– ¿De qué hablaron?
– No lo sé.
– Intente recordarlo.
– Le pregunté dónde vivía. Dijo que en Irvington. Le pregunté si iba a la escuela o si tenía novio. Cosas así. Me dijo que tenía un hijo. Ella me preguntó qué estudiaba. Le dije que quería estudiar medicina.
– ¿Algo más?
– Eso fue todo, más o menos.
– Ya. ¿Cuánto rato cree que hablaron?
– No lo sé.
– A ver si yo puedo ayudarle. ¿Fueron más de cinco minutos?
– Sí.
– ¿Más de una hora?
– No, no lo creo.
– ¿Más de media hora?
– No estoy seguro.
– Más de diez minutos.
– Creo que sí.
El juez Pierce me interrumpió para pedirme que fuera al grano y pasara a otro tema.
– ¿Cómo se marchó la señorita Johnson de aquella fiesta? Si es que lo sabe.
– Alguien vino a buscarla en coche.
– Ajá; ¿ella era la única bailarina exótica aquella noche?
– No.
– ¿Cuántas más había?
– Eran tres.
– Gracias. ¿Las otras dos se fueron con la señorita Johnson?
– Sí.
– ¿Habló con alguna de ellas?
– La verdad es que no. Puede que las saludara.
– ¿Sería exacto decir que Chamique Johnson fue la única de las tres bailarinas exóticas con la que mantuvo una conversación?
Pubin estuvo a punto de protestar, pero lo pensó mejor.
– Sí -dijo Flynn-. Sería exacto.
Suficientes preliminares.
– Chamique Johnson ha testificado que ganó dinero extra manteniendo relaciones sexuales con varios de los jóvenes de la fiesta. ¿Sabe si esto es cierto?
– No lo sé.
– ¿Ah, no? ¿Usted no utilizó sus servicios?
– No.
– ¿Y tampoco oyó hablar a ninguno de sus compañeros de fraternidad respecto a que la señorita Johnson mantuviera relaciones de carácter sexual con ellos?
Flynn estaba atrapado. O mentía o admitía que había tenido lugar una actividad ilegal. Hizo lo más tonto, tomó el camino de en medio.
– Puede que oyera algún rumor.
Ni chicha ni limonada, y le hacía quedar como un mentiroso.
Eché mano de mi tono más incrédulo.
– ¿Puede que oyera algún rumor?
– Sí.
– Así que no está seguro de haber oído rumores -insistí, como si fuera la cosa más ridícula que había oído en mi vida-, pero podría ser. Simplemente no se acuerda de si oyó rumores o no. ¿Ése es su testimonio?
Esta vez se levantó Flair.
– ¿Señoría?
El juez le miró.
– ¿Éste es un caso de violación o el señor Copeland trabaja en antivicio? -Desplegó las manos-. ¿Es tan débil el caso de violación, tan cogido por los pelos, que pretende procesar a los chicos por contratar una prostituta?
– No pretendo eso -dije.
Flair me sonrió.
– Entonces tenga la bondad de hacer a este testigo preguntas relacionadas con los presuntos cargos. No le pida que recite todas las faltas que ha visto cometer a sus amigos.
– Avance, señor Copeland -dijo el juez. Maldito Flair.
– ¿Le pidió el teléfono a la señorita Johnson?
– Sí.
– ¿Por qué?
– Pensé que podría llamarla.
– ¿Le gustaba?
– Me sentía atraído por ella, sí.
– ¿Porque era un siete, quizás un ocho? -Gesticulé antes de que Pubin pudiera levantarse-. Lo retiro. ¿Llegó a llamar a la señorita Johnson?
– Sí.
– ¿Puede decirnos cuándo? ¿Y puede contarnos lo mejor que sepa lo que se dijo en esa conversación?
– Diez días después la llamé y le pregunté si quería venir a una fiesta en la fraternidad.
– ¿Quería que volviera a realizar uno de sus bailes exóticos?
– No -dijo Flynn. Vi que tragaba saliva y tenía los ojos un poco húmedos-. La invité a la fiesta.
Hice una pausa. Miré a Jerry Flynn. Dejé que el jurado le mirara. Había algo en su cara. ¿Le gustaba de verdad Chamique Johnson? Alargué la pausa. Porque estaba confundido. Creía que Jerry Flynn formaba parte del complot, que él había llamado a Chamique y le había tendido una trampa. Intenté aclararme mentalmente.
– ¿Señor Copeland? -dijo el juez.
– ¿Aceptó su invitación la señorita Johnson?
– Sí.
– Cuando dice que era su invitada -dibujé unas comillas con los dedos- ¿se refiere a que era como una cita?
– Sí.
Le hice contar cómo la había recibido y la había acompañado hasta el ponche.
– ¿Le dijo que contenía alcohol? -pregunté.
– Sí.
Era mentira. Y sonó a mentira, pero yo quería poner énfasis en lo ridículo de esa afirmación.
– Cuénteme cómo fue la conversación -dije.
– No entiendo la pregunta.
– ¿Le preguntó a la señorita Johnson si quería tomar algo?
– Sí.
– ¿Y ella dijo que sí?
– Sí.
– ¿Y entonces usted qué dijo?
– Le pregunté si quería un poco de ponche.
– ¿Y ella qué dijo?
– Dijo que sí.
– ¿Y entonces qué?
Se agitó en la silla.
– Le dije que contenía alcohol.
Arqueé una ceja.
– ¿Así, sin más?
– ¡Protesto! -Pubin se levantó-. ¿Así, sin más? Le dijo que contenía alcohol. Pregunta contestada.
Tenía razón. Que se quedaran con su evidente mentira. Hice un gesto al juez dando a entender que pasaba a otra cosa. Le conduje por el relato de la noche. Flynn se ciñó a la historia que había contado; dijo que Chamique se emborrachó y empezó a flirtear con Edward Jenrette.
– ¿Cómo reaccionó usted al verlo?
Se encogió de hombros.
– Edward es del último curso, yo voy a primero. Son cosas que pasan.
– ¿Así que cree que Chamique estaba impresionada porque el señor Jenrette era mayor?
Esta vez Pubin decidió no protestar.
– No lo sé -dijo Flynn-. Puede ser.
– Ah, por cierto, ¿ha estado alguna vez en la habitación del señor Marantz y el señor Jenrette?
– Claro.
– ¿Cuántas veces?
– No lo sé. Muchas.
– ¿En serio? Pero si usted es de primero.
– Aun así son amigos míos.
Puse una expresión escéptica.
– ¿Ha estado en ella más de una vez?
– Sí.
– ¿Más de diez veces?
– Sí.
Puse una cara aún más escéptica.
– Bien, pues, dígame: ¿qué clase de estéreo o sistema de música tienen en la habitación?
Flynn respondió a esto inmediatamente.
– Tienen unos altavoces Bose para sistema iPod.