Yo ya lo sabía. Habíamos registrado la habitación y teníamos fotos.
– ¿Y el televisor de la habitación? ¿De qué medida es?
Sonrió como si hubiera visto mi trampa.
– No tienen.
– ¿No tienen televisor?
– No.
– Bueno, pues, volvamos a la noche en cuestión…
Flynn siguió con su cuento. Estaba disfrutando de la fiesta con sus amigos. Vio a Chamique subir las escaleras cogida de la mano de Jenrette. No sabía qué había pasado después. Más tarde, se encontró otra vez con Chamique y la acompañó a la parada de autobús.
– ¿Le pareció angustiada? -pregunté.
Flynn dijo que no, que justo lo contrario. Chamique «sonreía» y «estaba contenta» y despreocupada. Su descripción de Pollyanna sonó a exagerada.
– Así que cuando Chamique Johnson contó lo de que había ido a la barrica de cerveza con usted y que después había subido y habían tirado de ella en el pasillo -dije-, ¿eso era una mentira?
Flynn era suficientemente listo para no picar.
– Yo le digo lo que vi.
– ¿Conoce a alguien llamado Cal o Jim?
Lo pensó un momento.
– Conozco a un par de chicos que se llaman Jim. No conozco a ningún Cal.
– ¿Está al corriente de que la señorita Johnson ha declarado que los hombres que la violaron se llamaban -no quería que Flynn protestara por este juego semántico, pero levanté los ojos al cielo un poco cuando dije la palabra «llamaban»- Cal y Jim?
No sabía cómo contestar a eso y optó por la verdad.
– Lo he oído.
– ¿En la fiesta había alguien llamado Cal o Jim?
– Que yo sepa, no.
– Ya. ¿Sabe alguna razón por la que el señor Jenrette y el señor Marantz pudieran llamarse así entre ellos?
– No.
– ¿Alguna vez ha oído esos nombres juntos? Me refiero a antes de la presunta violación.
– No que yo recuerde.
– ¿Así que no puede aportar ninguna luz sobre el porqué la señorita Johnson testificaría que sus atacantes se llamaban Cal y Jim?
Pubin protestó a gritos.
– ¿Cómo quiere que sepa por qué ha mentido esta mujer trastornada y ebria?
Mantuve los ojos fijos en el testigo.
– ¿No se le ocurre nada, señor Flynn?
– Nada -dijo firmemente.
Miré a Loren Muse. Tenía la cabeza baja; estaba manejando la BlackBerry. Levantó la cabeza, me miró y asintió.
– Señoría -dije-, tengo más preguntas para este testigo, pero ahora podría ser un buen momento para hacer una pausa y almorzar.
El juez Pierce estuvo de acuerdo.
Intenté no echar a correr hacia Loren Muse.
– Lo tenemos -dijo ella con una sonrisa-. El fax está en tu despacho.