Después de que Flair Hickory acabara con Chamique, yo me reuní con Loren Muse en mi despacho.
– Uau -dijo Loren-. Qué bestia.
– Ponte con lo del nombre -dije.
– ¿Qué nombre?
– Investiga si alguien llamaba «Jim» a Broodway o si, como insiste Chamique, le llamaban James.
Muse frunció el ceño.
– ¿Qué?
– ¿Crees que servirá de algo?
– No puede perjudicarnos.
– ¿Todavía le crees?
– Por favor, Muse. Esto es una cortina de humo.
– Pues es muy buena.
– ¿Tu amiga Cingle ha descubierto algo?
– Todavía no.
El juez había dado la sesión por terminada por ese día, gracias a Dios. Flair me había tocado la moral. Sé que se supone que se trata de la justicia y que no es una competición ni nada de eso, pero seamos realistas.
Cal y Jim habían vuelto, y con más fuerza que nunca. Mi móvil sonó. Miré el identificador de llamadas. No reconocí el número. Me acerqué el teléfono a la oreja y dije:
– Diga.
– Soy Raya.
Raya Singh. La bonita camarera india. Se me secó la garganta.
– ¿Cómo está?
– Bien.
– ¿Se le ha ocurrido algo?
Muse me miró. Intenté darle a entender que era una llamada privada. Para ser investigadora, a veces Muse es un poco lenta. ¿O puede que fuera intencionado?
– Seguramente debería habérselo dicho antes -dijo Raya Singh.
Esperé.
– Es que me sorprendió que se presentara de aquella manera. Todavía no estoy segura de lo que debo hacer.
– ¿Señorita Singh?
– Llámeme Raya, por favor.
– Raya, no sé de qué me hablas -dije.
– Fue por eso que le pregunté por qué había venido en realidad. ¿Se acuerda?
– Sí.
– ¿Sabe por qué le pregunté qué… qué era lo que quería en realidad?
Lo pensé un momento y decidí ser sincero:
– ¿Por la forma tan poco profesional con que te comía con los ojos?
– No -dijo.
– Vale, me rindo. ¿Por qué lo preguntaste? Y ya puestos, ¿por qué me preguntaste si le había matado?
Muse arqueó una ceja. No le hice caso.
Raya Singh no contestó.
– ¿Señorita Singh? -y después-: ¿Raya?
– Porque él mencionó su nombre -dijo.
Creí que tal vez lo había oído mal, así que hice una pregunta estúpida.
– ¿Quién mencionó mi nombre?
Su voz mostró un indicio de impaciencia.
– ¿De quién estamos hablando?
– ¿Manolo Santiago mencionó mi nombre?
– Sí, claro.
– ¿Y no sabías si debías decírmelo?
– No sabía si podía confiar en usted.
– ¿Y qué te ha hecho cambiar de idea?
– He buscado su nombre por internet. Es verdad que es el fiscal del condado.
– ¿Qué te dijo Santiago de mí?
– Dijo que había mentido sobre algo.
– ¿Sobre qué?
– No lo sé.
Insistí.
– ¿A quién se lo dijo?
– A un hombre. No sé cómo se llama. También tenía recortes sobre usted en su piso.
– ¿Su piso? Creía que habías dicho que no sabías dónde vivía.
– Eso fue cuando no confiaba en usted.
– ¿Y ahora sí confías en mí?
No contestó a esa pregunta directamente.
– Recójame en el restaurante dentro de una hora -propuso Raya Singh-, y le enseñaré dónde vivía Manolo.