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– El lunes.

– El día después de que asesinaran a Gil.

Pensamos un momento en silencio.

– ¿Tienes aquí el diario? -pregunté.

– Te he hecho una copia.

Me pasó las páginas por encima de la mesa. Las leí. Leerlo hizo que todo volviera, y que doliera. Me pregunté por lo del enamoramiento, lo de no llegar a superar al misterioso P. Pero cuando lo dejé sobre la mesa, lo primero que le dije fue:

– Esto no es lo que pasó.

– Ya.

– Pero se parece mucho.

Ella asintió.

– Conocí a una chica que conocía a Gil. Me dijo que le había oído referirse a nosotros. Que él había dicho que mentimos.

Lucy se quedó quieta un momento y después hizo girar la silla hasta ofrecerme su perfil.

– Mentimos.

– No sobre nada que fuera importante -dije.

– Estábamos haciendo el amor -dijo-, mientras los asesinaban.

No dije nada. De nuevo, compartimenté. Así era como lograba sobrevivir cada día. Porque, si no compartimentaba, recordaría que yo era el monitor de guardia aquella noche. Que no debería haberme escapado con mi novia. Que debería haberlos vigilado mejor. Que de haber sido yo un chico responsable, de haber hecho lo que se suponía que debía hacer, no habría dicho que había hecho recuento cuando no era verdad. No habría mentido sobre eso al día siguiente. Habríamos sabido que faltaban desde la noche anterior y no sólo desde la mañana. Así que tal vez mientras yo ponía las marcas de recuento junto a las inspecciones de las cabañas que no había hecho nunca, a mi hermana la estaban degollando.

– Éramos unos niños, Cope -dijo Lucy.

Silencio.

– Se escaparon. Se habrían escapado aunque hubiéramos estado vigilando.

Probablemente no. Yo habría estado allí. Les habría descubierto. O habría visto las camas vacías al hacer la ronda. No hice nada de esto. Salí y lo pasé bien con mi novia. Y al día siguiente, cuando vi que no estaban, pensé que se estarían divirtiendo. Gil había salido con Margot, aunque creía que ya habían cortado. Mi hermana se veía con Doug Billingham, aunque no muy en serio. Se habían escapado y lo estaban pasando bien.

Así que mentí. Dije que había mirado en las cabañas y que todos estaban a salvo, dentro. Porque no me di cuenta del peligro. Dije que estaba solo aquella noche; me aferré largamente a esa mentira porque quería proteger a Lucy. Es raro, ¿no? No sabía lo que había pasado. Así que mentí. Cuando encontraron a Margot Green, reconocí parte de la verdad, que no había sido cuidadoso haciendo la guardia de noche. Pero dejé a Lucy al margen. Y me aferré tanto tiempo a esta mentira, que tuve miedo de rectificar y contar toda la verdad. Ya sospechaban de mí (todavía recuerdo la cara escéptica del sheriff Lowell) y si lo reconocía entonces, la policía se preguntaría por qué había mentido. De todos modos no tenía ninguna importancia.

¿Qué diferencia había entre que yo estuviera solo o con alguien? De uno u otro modo, no los vigilé.

Durante la demanda, los abogados de Ira Silverstein intentaron echarme parte de la culpa. Pero yo sólo era un crío. Había doce cabañas sólo en el lado del campamento de los chicos. Aunque hubiera estado en mi puesto, habría sido muy fácil escaparse sin que yo los viera. La seguridad del campamento no era suficiente. Eso era cierto. Legalmente no era culpa mía.

Legalmente.

– Mi padre solía volver a ese bosque -dije.

Lucy se volvió a mirarme.

– Iba a cavar.

– ¿Para qué?

– Para encontrar a mi hermana. Nos decía que iba a pescar. Pero yo lo sabía. Lo hizo durante dos años.

– ¿Por qué dejó de hacerlo?

– Mi madre nos abandonó. Supongo que pensó que su obsesión ya nos había costado demasiado cara. Entonces contrató a unos detectives. Llamó a viejos amigos. Pero creo que no volvió a cavar.

Miré la mesa de Lucy, que era un revoltijo. Había papeles por todas partes, algunos medio caídos, como una cascada congelada. También había libros de texto abiertos de cualquier manera, como soldados heridos.

– Éste es el problema cuando no tienes un cadáver -dije-. Doy por supuesto que has estudiado las etapas del duelo.

– Sí. -Asintió. Lo entendió-. El primer paso es la negación.

– Exactamente. En cierto modo, nunca pasamos de ahí.

– No hay cadáver, ergo, negación. Necesitas pruebas para seguir adelante.

– Mi padre sí. Yo sí estaba seguro de que Wayne la había matado. Pero también veía a mi padre haciendo sus salidas.

– Te hizo dudar.

– Digamos que mantuvo viva la posibilidad en mi cabeza.

– ¿Y tu madre qué?

– Se volvió más y más distante. El matrimonio de mis padres nunca fue maravilloso. Ya hacía aguas antes. Cuando mi hermana murió, o lo que coño le pasara, ella se apartó totalmente de mi padre.

Nos quedamos los dos en silencio. Los últimos restos de sol estaban desapareciendo. El cielo se convertía en un remolino de colores púrpuras. Miré por la ventana a mi izquierda. Ella también miró. Nos quedamos así un rato, lo más cerca que habíamos estado en veinte años.

Antes he dicho que los años habían sido eliminados quirúrgicamente. Entonces fue como si regresaran. Volvió la tristeza. La podía ver en ella. La destrucción de larga duración que aquella noche había infligido a mi familia era evidente. Yo había esperado que Lucy no hubiera tenido que pasar por eso. Pero estaba claro que sí. Para ella tampoco había habido conclusión. No sé qué más le había sucedido en los últimos veinte años. Atribuir a ese incidente toda la tristeza que veía en sus ojos sería demasiado pretencioso. Pero en ese momento me vi a mí mismo alejándome de ella aquella noche.

El diario del alumno decía que ella no había podido olvidarme. Yo no me atribuyo tanto mérito. Pero estaba claro que ella no había podido olvidar aquella noche. Lo que representó para su padre. Lo que representó para su infancia.

– ¿Paul?

Ella seguía mirando por la ventana.

– ¿Sí?

– ¿Qué hacemos ahora?

– Averiguar qué sucedió realmente en el bosque.


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