Cuando llegué al hotel tuve la impresión de que en el vestíbulo había una gran actividad, pero estaba tan preocupado por mi ensayo que no me molesté en mirar para cerciorarme. De hecho quizá me abrí paso indelicadamente entre algún grupo de huéspedes al acercarme al mostrador de recepción para hablarle al empleado.
– Disculpe -dije-, pero ¿hay alguien en el salón en este momento?
– ¿En el salón? Bueno, sí, señor Ryder. A los clientes les gusta ir al salón después del almuerzo, de modo que yo diría que…
– Necesito hablar con el señor Hoffman de inmediato. Es un asunto de la mayor urgencia.
– Sí, por supuesto, señor Ryder.
El recepcionista levantó un teléfono e intercambió unas cuantas palabras con alguien. Luego, colgando el auricular, dijo:
– El señor Hoffman no tardará mucho.
– Muy bien. Pero se trata de un asunto urgente.
Acababa de decir esto cuando sentí que alguien me tocaba en el hombro, y al volverme vi a Sophie a mi lado.
– Oh, hola… -le dije-. ¿Qué haces aquí?
– Estaba intentando entregar algo a… Ya sabes, a papá. -Soltó una risita tímida-. Pero está ocupado. Está en la sala de conciertos.
– Oh, el abrigo -dije, reparando en el paquete que llevaba en el brazo.
– Está refrescando, así que se lo he traído, pero ha tenido que irse a la sala de conciertos y todavía no ha vuelto. Llevamos casi media hora esperándole. Si no vuelve en unos minutos, tendremos que marcharnos.
Entrevi a Boris sentado en un sofá, al otro extremo del vestíbulo. No podía verlo bien porque un grupo de turistas ocupaba el centro del recinto y me impedía la visión de ese lado, pero pude ver que estaba absorto en el ajado «manual del hombre mañoso» que le había comprado en el cine. Sophie siguió mi mirada y volvió a reír.
– Está tan embobado con ese libro -dijo-. Cuando te fuiste anoche, estuvo mirándolo hasta que se fue a la cama. Y esta mañana lo ha vuelto a coger en cuanto se ha levantado. -Se rió de nuevo y volvió a mirar en dirección a Boris-. Fue una idea estupenda, comprarle ese libro…
– Me alegra que le guste tanto -dije, volviéndome hacia el mostrador de recepción.
Alcé la mano para interrogar al recepcionista sobre Hoffman, pero en ese preciso instante Sophie se acercó hacia mí y me dijo en un tono totalmente diferente:
– ¿Cuánto tiempo piensas seguir así? Le está disgustando de veras, ¿sabes?
La miré, sorprendido, pero ella continuó mirándome con expresión severa.
– Sé que las cosas no te están siendo nada fáciles -prosiguió-. Y que yo no te he servido de gran ayuda, me hago cargo. Pero el caso es que él está molesto y preocupado al respecto. ¿Cuánto tiempo piensas seguir así?
– No sé muy bien a qué te refieres.
– Mira, ya he dicho que me doy cuenta de que también es culpa mía. ¿De qué nos sirve hacer como que no sucede nada?
– ¿Hacer como que no sucede nada? Supongo que se trata de una sugerencia de la tal Kim, ¿me equivoco? El que me vengas ahora con todas esas acusaciones…
– La verdad es que Kim siempre me está aconsejando ser mucho más franca y abierta contigo. Pero ahora Kim no tiene nada que ver con esto. Lo saco a relucir porque…, porque no puedo soportar ver cómo se preocupa Boris…
Un tanto desconcertado, empecé a volverme hacia el recepcionista. Pero antes de que pudiera atraer su atención, Sophie dijo:
– Mira, no estoy acusándote de nada. Has sido muy comprensivo en todo. No podría pedirte que fueras más razonable. Ni siquiera has llegado a chillarme. Pero siempre he sabido que tiene que haber cierta ira, y que suele salir de este modo…
Solté una carcajada.
– Supongo que ésa es la psicología popular de la que soléis hablar Kim y tú, ¿no?
– Siempre lo he sabido -continuó Sophie, haciendo caso omiso de mi comentario-. Has sido muy comprensivo en todo, más de lo que nadie habría esperado nunca, hasta Kim admite eso. Pero la realidad ha ido siempre por otra parte. No podíamos seguir así, como si nada hubiera pasado. Estás lleno de cólera. ¿Quién puede reprochártelo? Siempre he sabido que tendría que salir por alguna parte. Pero nunca pensé que sería así. Pobre Boris. No sabe lo que ha hecho.
Volví a mirar hacia Boris. Seguía allí sentado, y parecía completamente absorto en el manual.
– Mira -dije-. Sigo sin entender muy bien de qué me hablas. Quizá te estés refiriendo al hecho de que Boris y yo, bueno, a que hayamos estado intentando acoplar un poco nuestro comportamiento mutuo. No hay duda de que, dadas las circunstancias, es lo correcto. Si he sido un poco distante con él recientemente, ha sido sencillamente porque no quiero que se llame a engaño sobre la verdadera naturaleza de nuestra actual vida en común. Tenemos que ser muy precavidos. Después de lo que ha pasado, ¿quién sabe lo que el futuro nos tiene deparado? Boris tiene que aprender a ser más fuerte, más independiente. Estoy seguro de que, a su modo, entiende tan bien como yo lo que estoy diciendo.
Sophie apartó la mirada, y durante unos instantes pareció reflexionar sobre algo. De nuevo me hallaba a punto de intentar atraer la atención del recepcionista cuando de pronto Sophie dijo:
– Por favor. Ven. Dile algo.
– ¿Que vaya? Bien, el problema es que tengo que ocuparme de algo con cierta urgencia, y en cuanto aparezca Hoffman…
– Por favor, sólo unas palabras. Supondrá tanto para él… Por favor.
Me miraba con intensidad. Cuando vio que me encogía de hombros, resignado, se volvió y empezó a cruzar el vestíbulo.
Boris alzó brevemente la mirada al ver que nos acercábamos, y volvió a enfrascarse en su manual con expresión seria. Pensé que Sophie iba a decirnos algo, pero al llegar al sofá de Boris vi con disgusto que se limitaba a dirigirme una mirada Preñada de intención y a pasar de largo hacia el revistero que había junto a los ventanales. Así que me encontré allí de pie, Junto al sofá, mientras el chico seguía con la lectura del libro. Al cabo acerqué un sillón y me senté frente a él.
Boris seguía leyendo sin dar muestras de haberse percatado de mi presencia. Luego, sin alzar la mirada, murmuró para sí mismo:
– Este libro es fantástico. Te enseña a hacer de todo. Me preguntaba cómo responder, pero entonces vi a Sophie, de espaldas a nosotros, fingiendo examinar una revista que acababa de coger del revistero. Sentí una súbita oleada de ira, y lamenté amargamente haberla seguido a través del vestíbulo. Se las había arreglado, me daba cuenta, para manipular las cosas de forma que, le dijera lo que le dijera yo ahora a Boris, ella podría tomarlo como un triunfo y una reivindicación. Volví a mirar su espalda, la ligera inclinación de hombros que estaba simulando para dar a entender su sumo interés por la revista que estaba hojeando, y sentí que la ira crecía en mi interior.
Boris pasó una página y siguió leyendo. Y luego, sin levantar la mirada, dijo en un susurro:
– Alicatar el cuarto de baño. Ahora no me costaría nada hacerlo.
En una mesita cercana había un montón de periódicos, y no vi razón alguna para no ponerme a leer como ellos. Cogí un periódico y lo abrí. Transcurrieron unos instantes en silencio. Al cabo, mientras echaba una ojeada a un artículo sobre la industria alemana del automóvil, oí que Boris me decía de pronto:
– Lo siento.
Había pronunciado estas palabras en un tono un tanto agresivo, y al principio me pregunté si Sophie le había instado antes a hacerlo o le había hecho alguna seña mientras yo estaba leyendo. Pero cuando miré hacia Sophie vi que seguía de espaldas, y que al parecer no se había movido en absoluto. Luego Boris añadió:
– Siento haber sido egoísta. No volveré a serlo. No volveré a hablar nunca más sobre el Número Nueve. Ya soy demasiado mayor para esas cosas. Con este libro todo será muy fácil. Es fantástico. Pronto seré capaz de hacer cantidad de cosas. Voy a volver a hacer todo el cuarto de baño. Antes no me daba cuenta. Pero aquí te enseña cómo se hace, te lo enseña todo. No volveré a hablar nunca más del Número Nueve.
Era como si estuviera recitando algo memorizado y ensayado. Y, sin embargo, había algo en su voz que delataba una emoción, y sentí un intenso impulso de acercarme hacia él para confortarlo. Pero entonces vi cómo Sophie inclinaba los hombros junto al revistero, y recordé el enojo que sentía contra ella. Comprendí, además, que si permitía a Sophie manipular las cosas de la forma en que ahora empezaba a hacerlo, ninguno de nuestros intereses saldría bien parado a la larga.
Cerré el periódico y me levanté, y volví la cabeza para ver si Hoffinan había llegado ya al vestíbulo. Al hacerlo, Boris volvió a hablar, y percibí cierto timbre de pánico en su tono.
– Lo prometo. Prometo aprender a hacer todo esto. Será fácil.
La voz le temblaba un poco, pero cuando miré hacia él vi que sus ojos seguían fijos en la página del libro. Su cara, advertí, tenía un rubor extraño. Entonces percibí cierto movimiento en el vestíbulo y vi que Hoffman me hacía una seña con la mano desde la recepción.
– Tengo que irme -dije en voz alta en dirección a Sophie-. Tengo que hacer algo muy importante. Os veré en otro momento.
Boris volvió otra página, pero no alzó la mirada.
– Muy pronto -le dije a Sophie, que se había vuelto para mirarme-. Seguiremos hablando muy pronto. Pero ahora tengo que irme.
Hoffman se había adelantado hasta el centro del vestíbulo, y me aguardaba con aire inquieto.
– Siento haberle hecho esperar, señor Ryder -dijo-. Tenía que haber previsto que para asistir a una reunión de esta importancia aparecería usted con mucha antelación. Acabo de venir de la sala de conferencias, y puedo asegurarle, señor Ryder, que esta gente, estas damas y caballeros de a pie le están tan agradecidos, tan sumamente agradecidos de que haya usted aceptado entrevistarse con ellos personalmente. Agradecen tanto que usted, señor Ryder, sepa apreciar la importancia de oír de sus propios labios lo que han tenido que soportar…
Lo miré con expresión grave.
– Señor Hoffman, al parecer existe un malentendido. En este momento necesito ineludiblemente dos horas para ensayar. Dos horas de absoluto aislamiento. Debo, pues, rogarle que haga despejar el salón lo más rápido posible.
– Ah, sí, el salón -dijo, y se rió-. Lo siento, señor Ryder, pero creo que no le entiendo. Como sabe, el comité del Grupo Ciudadano de Ayuda Mutua le está esperando en la sala de conferencias en este momento…