La calle estaba solitaria y en silencio. No tardé mucho en vislumbrar -en la acera opuesta, un poco más abajo- los arcos de piedra que había mencionado Sophie por teléfono. Y mientras caminaba hacia ellos pensé por un instante que a lo mejor se había sentido avergonzada y había decidido marcharse. Pero enseguida vi emerger su figura de las sombras, y sentí que la ira se apoderaba de mí una vez más.
Su expresión no era tan contrita como yo esperaba. Me observaba con interés, y cuando llegué a su lado me dijo con voz que apenas denotaba intranquilidad:
– Tienes todo el derecho a sentirte molesto. No sé qué me ha pasado. Supongo que estaba confusa… Comprendo que estés enfadado conmigo.
La miré con aire indiferente.
– ¿Enfadado? ¡Ah, ya entiendo! Te refieres a tu actitud de esta tarde. Bien, sí… Debo reconocer que me sentí muy decepcionado por Boris. Para él fue un disgusto muy grande. Pero, en cuanto a mí, si he de serte franco, no es algo a lo que haya estado dando muchas vueltas. ¡Tengo tantas otras cosas en las que pensar!
– No sé cómo ha ocurrido. Me doy perfecta cuenta de lo mucho que dependíais de mí tú y Boris…
– Perdona, pero yo jamás he dependido de ti. Creo que deberías tranquilizarte un poco. -Solté una risita, y eché a andar despacio-. Por lo que a mí respecta, no hay ningún problema. Siempre he estado dispuesto a cumplir mis obligaciones con o sin tu ayuda. Me siento decepcionado porque ha supuesto un disgusto para Boris. Esto es todo.
– He sido una estúpida… Ahora me doy cuenta. -Sophie caminaba a mi lado-. No sé… Supongo que pensé que tú y Boris.-, trata de comprender mi punto de vista, por favor, que tú V Boris os estabais rezagando adrede… Y supongo que quizá he temido que no os entusiasmaran gran cosa mis planes para la velada, y que por eso os habíais ido por otro camino a propósito… Mira…, si quieres, te lo contaré todo. Todo lo que quieras saber. Hasta el más mínimo detalle.
Me detuve y me volví para mirarla a la cara.
– Está visto que no me he explicado. No me interesa nada de todo esto. He salido del hotel simplemente porque necesitaba tomar el aire y relajarme un poco. Ha sido un día muy duro. Para ser exactos, pensaba meterme en un cine antes de subir a acostarme.
– ¿El cine? ¿Y qué película?
– ¿Cómo quieres que lo sepa? Cualquier sesión de madrugada. Me han dicho que hay un cine aquí cerca. Pensaba entrar y ver cualquier cosa. He tenido un día agotador.
Me puse de nuevo en movimiento, esta vez más resuelto. Al cabo de un instante, para satisfacción mía, escuché sus pasos tras los míos.
– ¿De verdad no estás enfadado? -me preguntó al llegar a mi altura.
– ¡Pues claro que no estoy enfadado! ¿Por qué iba a estarlo?
– ¿Puedo ir contigo? Al cine, me refiero.
Me encogí de hombros y seguí caminando a paso rápido.
– Como gustes. Por mí, puedes hacer lo que quieras.
Sophie se cogió de mi brazo.
– Si lo deseas, seré completamente sincera. Te lo contaré todo, todo cuanto quieras saber acerca de…
– ¡Pero bueno…! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No me interesa lo más mínimo. Lo único que quiero ahora es descansar. En los próximos días voy a estar sumamente agobiado.
Ella siguió cogida de mi brazo, y durante un rato caminamos los dos en silencio. Luego exclamó con voz queda:
– Es muy amable de tu parte. Mostrarte tan comprensivo, quiero decir…
No respondí. Habíamos dejado la acera y ahora íbamos por el centro de la calle desierta.
– En cuanto encontremos un hogar adecuado para nosotros, todo comenzará a ir mejor -siguió diciendo-. Tiene que ir mejor. Esa casa que voy a ir a ver mañana por la mañana… He Puesto muchas esperanzas en ella. Parece exactamente lo que hemos estado buscando desde siempre.
– Sí. Esperemos que así sea.
– Podrías mostrar un poco más de entusiasmo… Puede que sea una posibilidad crucial para nosotros.
Me encogí de hombros y seguí caminando. El cine estaba aún a cierta distancia, pero, como era prácticamente el único edificio iluminado en la oscura calle, lo teníamos a la vista desde hacía rato. Al acercarnos, Sophie dejó escapar un suspiro, y nos detuvimos.
– Quizá no deba ir -dijo soltando mi brazo-. Me llevará mucho tiempo visitar esa casa mañana. He de salir muy temprano. Será mejor que me vaya.
Quién sabe por qué, pero sus palabras me cogieron por sorpresa y durante un segundo no supe qué responder. Miré hacia el cine, y luego me volví hacia ella.
– Creí que habías dicho que te apetecía ir… -empecé a decir. Después, tras una pausa, añadí en tono más tranquilo-: Escucha… Ponen una película excelente. Estoy seguro de que te gustará…
– ¡Pero si ni siquiera sabes cuál es la película! Por espacio de un instante cruzó por mi cabeza el pensamiento de que estaba jugando conmigo. Pero, pese a ello, había comenzado a apoderarse de mí una extraña sensación de pánico, y no pude evitar que en mi voz hubiera una nota de súplica:
– Ya me entiendes… Lo sé por el conserje del hotel. Ha sido él quien me la ha recomendado. Y me consta que el hombre es muy de fiar. El hotel tiene que velar por su buena reputación… No es probable que recomienden algo que… -Dejé que mi voz se ahogara, pues me sentí invadido por el pánico al ver que Sophie empezaba a alejarse-. Escucha… -la llamé en voz alta, sin importarme ya que alguien pudiera oírme-. Estoy seguro de que será una buena película. Y tú y yo no hemos ido al cine juntos desde hace mucho tiempo. ¿No es cierto? ¿Cuándo fue la última vez que hicimos algo parecido?
Sophie pareció reconsiderar su decisión. Finalmente, sonriendo, desanduvo sus pasos y regresó a mi lado.
– Está bien, está bien -dijo al tiempo que me asía suavemente del brazo-. Es muy tarde, pero iré contigo. Tienes razón: hace siglos que no hemos hecho algo así juntos. Disfrutemos, pues, un poco.
Experimenté una gran sensación de alivio y, al entrar en el cine, tuve que controlarme para no sujetarla con fuerza y atraerla hacia mí. Sophie pareció darse cuenta, pues apoyó la cabeza sobre mi hombro.
– ¡Es tan amable de tu parte no enojarte conmigo…! -repitió suavemente.
– ¿Pero por qué tendría que enojarme? -murmuré mientras buscaba el vestíbulo con la mirada.
A unos metros de nosotros, las últimas personas de una cola entraban ya en la sala. Miré a mi alrededor para comprar las entradas, pero la taquilla estaba cerrada, y se me ocurrió que tal vez habría algún acuerdo entre el hotel y el cine. En cualquier caso, cuando Sophie y yo nos poníamos al final de la cola un individuo con traje gris que estaba de pie en la entrada nos sonrió y nos hizo pasar con los demás.
El cine estaba casi lleno. Aún no habían apagado las luces y mucha gente recorría la sala buscando asiento. Me puse yo también a mirar dónde podíamos sentarnos, y sentí que Sophie me apretaba el brazo.
– ¡Oh, compremos algo! -dijo-. Helados, palomitas de maíz, lo que sea…
Estaba señalando la parte de delante de la sala, donde se había formado un grupito frente a una mujer uniformada que llevaba una bandeja llena de golosinas.
– Por supuesto -asentí-. Pero más vale que nos apresuremos o no quedarán butacas libres. Hoy tienen mucho público.
Nos abrimos paso hasta la parte delantera y nos sumamos a los que esperaban. Al rato de estar aguardando, noté que de nuevo se apoderaba de mí un sentimiento de enojo hacia Sophie, hasta el punto de que llegué incluso a alejarme de ella. Pero enseguida la oí decir a mi espalda:
– Voy a ser sincera contigo. En realidad esta noche no he ido al hotel a buscarte. Ni siquiera sabía que tú y Boris fuerais a ir allí.
– ¿Y eso? -pregunté sin volverme, con la vista fija en la señora de las golosinas.
– Después de lo ocurrido -prosiguió Sophie-, en cuanto comprendí que me había comportado como una estúpida…, bueno…, no sabía qué hacer. Pero de pronto me acordé. Del abrigo de invierno de papá, quiero decir. Me acordé de que aún no se lo había dado.
Oí como un crujido de papeles, y al volverme para mirarla, reparé por primera vez en que Sophie llevaba al brazo un gran envoltorio de papel de estraza y forma indefinida. Lo alzó en el aire, pero evidentemente era pesado, y tuvo que bajarlo enseguida.
– Ya comprendo que fue una tontería -siguió-. No había ningún motivo de alarma. Pero de pronto noté el frío del invierno y, pensando en el abrigo, me dije que tenía que llevárselo cuanto antes. Así que lo envolví y salí a la calle. Luego, sin embargo, al llegar al hotel, la noche parecía tan agradable… Me di cuenta de que me había inquietado sin motivo y me quedé dudando si debía o no entrar a dárselo. Estuve allí un buen rato pensándolo, hasta que se me ocurrió que papá se habría ido ya a dormir. Podía habérselo dejado en conserjería, pero tenía ganas de entregárselo personalmente. Aparte de que, con un tiempo tan bueno, bien podía dejar pasar algunas semanas… En eso estaba cuando apareció un coche y tú y Boris salisteis de él. Ésta es la pura verdad.
– Comprendo.
– De no ser por eso, no sé si habría tenido el valor de presentarme ante ti. Pero, puesto que estaba allí, justo en la acera de enfrente, me armé de valor y te llamé por teléfono.
– Me alegra que lo hayas hecho -dije, y añadí, señalando con un gesto a nuestro alrededor-: Después de todo, hacía tanto tiempo que no veníamos juntos a un cine…
Sophie no respondió y, cuando la miré, vi que tenía la mirada amorosamente fija en el paquete que llevaba al brazo. Le dio unos golpecitos con la mano libre.
– El tiempo seguirá así durante algunas semanas -susurró, dirigiéndose a la vez al paquete y a mí-. No corre demasiada prisa. Podemos dárselo dentro de unos días.
Habíamos llegado ya a la primera fila del grupo, y Sophie se apresuró a adelantarme para echar un ansioso vistazo a la bandeja que mostraba la mujer de uniforme.
– ¿Qué te apetece a ti? -me preguntó Sophie-. A mí un vasito de helado… No, mejor uno de esos bombones helados de chocolate.
Atisbando por encima de su hombro, vi que la bandeja contenía los habituales helados y chocolatinas. Pero, curiosamente, las golosinas habían sido desplazadas en confuso desorden a los bordes de la bandeja, para hacer sitio en el centro de ésta a un grueso libro muy manoseado. Incliné el cuerpo hacia él para examinarlo.
– Es un manual muy útil, señor -se apresuró a explicarme la mujer de uniforme-. Puedo recomendárselo encarecidamente.