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– ¿Mamá?

– Será mejor que subas inmediatamente. Se muere de ganas de verte. ¿Y sabes qué? Se ha pasado toda la tarde cocinando, preparando el más fantástico de los festines para cuando llegues a casa esta noche. No te lo vas ni a creer: dice que te ha hecho de todo, las cosas que más te gustan, todo lo que puedas imaginarte… Me lo estaba contando y entonces miramos por la ventana y allí estabais… bajando del autobús. Escuchad, me he pasado media hora buscándoos, chicos, estoy helada. ¿Tenemos que quedarnos aquí como pasmarotes?

Había estado tendiendo una mano hacia nosotros. Boris se agarró a ella y los tres nos pusimos a andar en dirección al bloque que había señalado. Cuando estuvimos cerca, Boris se adelantó corriendo, abrió una puerta cortafuegos y desapareció en el interior del edificio. La puerta se estaba cerrando cuando la mujer y yo llegamos; la mujer la mantuvo abierta y me invitó a pasar, y al hacerlo dijo:

– Ryder, ¿no debería estar usted en otra parte? Sophie me ha contado que el teléfono ha estado sonando toda la tarde. Llamadas de gente que quería localizarle.

– ¿De veras? Bien, como puede ver, estoy aquí. -Solté una pequeña carcajada-. He traído a Boris. La mujer se encogió de hombros. -Supongo que sabe lo que hace.

Estábamos en un espacio pobremente iluminado, al pie de una escalera. En la pared que tenía al lado había una hilera de buzones y unos cuantos utensilios contra incendios. Cuando empezamos a subir el primer tramo de escalera -había, como mínimo, otros cinco-, nos llegó el ruido de los pasos de Boris, que corría arriba, en alguno de los pisos, y luego le oí gritar: -¡Mamá!

Se oyeron exclamaciones de contento, más ruido de pisadas y la voz de Sophie diciendo: -¡Oh, mi amor, mi amor…!

Su voz, amortiguada, me hizo pensar que se estaban abrazando, y cuando la mujer robusta y yo llegamos al rellano ellos ya habían desaparecido en el interior del apartamento.

– Disculpe el desorden -dijo la mujer, invitándome a pasar. Crucé el recibidor minúsculo y entré en una de esas salas diáfanas que uno dispone a su gusto, amueblada con elementos sencillos y modernos. Un gran ventanal iluminaba la sala, y al entrar vi a Sophie y a Boris juntos, de pie frente a él, recortados a contraluz sobre el cielo gris. Sophie me dirigió una breve sonrisa y siguió hablando con Boris. Parecían entusiasmados con algo, y Sophie no paraba de abrazar a su hijo por los hombros. Por el modo en que señalaban a través del ventanal, pensé que Sophie quizá le estaba contando cómo nos habían visto antes. Pero cuando me acerqué oí que Sophie decía: -Sí, de veras. Todo está prácticamente preparado. Sólo tendremos que calentar unas cuantas cosas, los pasteles de carne, por ejemplo…

Boris dijo algo que no pude oír, y Sophie le respondió:

– Pues claro que podemos. Podremos jugar a lo que quieras. Cuando terminemos de cenar podrás elegir el juego que quieras.

Boris miró a su madre como dirigiéndole una pregunta muda, y advertí que se había instalado en él cierta cautela que le impedía mostrarse tan entusiasmado como quizá a Sophie le habría gustado verle. Luego Boris se desplazó a otra parte de la sala, y Sophie se acercó a mí y sacudió la cabeza con tristeza.

– Lo siento -dijo en voz baja-. No estaba nada bien. Si me apuras, era peor que la del mes pasado. Las vistas son soberbias; está justo en el borde de un acantilado, pero no es lo bastante sólida. El señor Mayer al final estuvo de acuerdo: el tejado podría venirse abajo en un fuerte vendaval, puede que incluso dentro de unos cuantos años. Volví en cuanto acabé con él, y a las once estaba en casa. Lo siento. Estás desilusionado, lo veo. -Miró hacia Boris, que examinaba detenidamente un radiocasete portátil que había en un estante.

– No hay que desanimarse -dije con un suspiro-. Estoy seguro de que pronto encontraremos algo.

– Pero he estado pensando -dijo Sophie-. Cuando volvía en el autocar. He estado pensando que no hay razón para que no empecemos a hacer las cosas juntos, con casa o sin casa. Así que en cuanto he llegado me he puesto a cocinar. He pensado que esta noche podíamos celebrar un gran banquete, sólo los tres. Recuerdo cómo mamá solía hacerlo cuando yo era pequeña, antes de su enfermedad. Solía cocinar montones de cosas, pequeños platos diferentes, y los ponía delante de nosotros para que picáramos a nuestro antojo. Eran unas veladas tan maravillosas… Así que he pensado que, bueno, que no veía por qué no podíamos hacer esta noche algo parecido, sólo nosotros, los tres. Antes nunca se me había ocurrido, estando como está la cocina y demás…, pero le he echado un vistazo y me he dado cuenta de que era una idiota. Muy bien, no es la cocina ideal, pero la mayoría de las cosas funcionan. Así que me he puesto a cocinar y me he pasado la tarde preparando cosas. Y me las he arreglado para hacer de todo un poco. Todas las cosas que más le gustan a Boris. Lo tengo todo allí, esperándonos; sólo hay que calentarlo. Va a ser un gran banquete. -Estupendo. Me apetece muchísimo.

– No sé por qué no vamos a poder hacerlo, incluso en ese apartamento. Y además tú has sido tan comprensivo con…, con todo. He estado pensando en ello. En el autocar, mientras volvía. Tenemos que dejar el pasado atrás. Tenemos que empezar de nuevo a hacer cosas juntos. Cosas buenas.

– Sí. Tienes toda la razón.

Sophie se quedó mirando por el ventanal unos segundos. Luego dijo:

– Oh, por poco se me olvida. Esa mujer no ha parado de llamar por teléfono. Toda la tarde, mientras yo estaba cocinando. La señorita Stratmann. Para preguntar si sabía dónde estabas. ¿Ha logrado contactar contigo?

– ¿La señorita Stratmann? No. ¿Qué quería?

– Al parecer cree que ha habido alguna confusión con alguna de tus citas de hoy. Es muy educada, no hacía más que disculparse por las molestias. Me ha dicho que estaba segura de que no descuidarías ninguno de tus compromisos, que llamaba sólo para cerciorarse, que eso era todo, que no estaba en absoluto preocupada. Pero al cuarto de hora ya estaba otra vez llamando…

– Bien, no es nada que me preocupe… En fin…, ¿dices que le parecía… que yo tendría que haber estado en otra parte?

– No estoy segura de lo que ha dicho. Era muy amable, pero no hacía más que llamar y llamar por teléfono. La bandeja de pastelillos de pollo se me ha pasado por su culpa. Luego, en la última llamada, me ha preguntado si estaba deseando que llegara el momento. Se refería a la recepción de esta noche en la galería Karwinsky. No me habías hablado de ella, pero lo ha dicho como si contaran también con mi asistencia. Así que he dicho que sí, que estaba deseando ir. Luego me ha preguntado si Boris también quería ir, y le he dicho que sí, que él también, y que también tú, que tú también estabas deseando asistir a esa recepción. Eso, al parecer, la ha tranquilizado. Ha dicho que no estaba preocupada, que se limitaba a mencionarlo, que eso era todo. He colgado y al principio me he sentido un poco decepcionada, pensando que la recepción podía interferir en nuestra fiesta. Pero luego he comprendido que tenía tiempo de dejarlo todo preparado, que podíamos ir y volver pronto a casa, que si no nos entretenían demasiado nada nos impediría celebrar nuestra velada. Y entonces pensé que, bueno, que en realidad era estupendo. Que a Boris y a mí nos vendría de perlas una recepción como ésa. -De pronto se volvió hacia Boris, que cruzaba la sala con parsimonia en dirección a nosotros, y lo abrazó sin miramientos-. Boris, vas a causar sensación. No te preocupes por la gente. Sé tú mismo y te lo pasarás en grande. Vas a causar sensación. Y antes de que te hayas dado cuenta llegará la hora de volver a casa, y celebraremos nuestra gran velada los tres solos. Lo tengo todo preparado, todos tus platos preferidos…

Boris, con expresión cansina, se zafó del abrazo de su madre y volvió a alejarse. Sophie lo vio marchar con una sonrisa en los labios, y se volvió a mí y me dijo:

– ¿No tendríamos que irnos ya? La galería Karwinsky está bastante lejos.

– Sí -dije yo, y miré mi reloj de pulsera-. Sí, tienes razón. -Me volví a la mujer robusta, que había vuelto a la sala, y dije-: Quizá pueda usted aconsejarnos. No sé muy bien qué autobús coger para ir a esa galería. ¿Cree que pasará alguno pronto?

– ¿A la galería Karwinsky? -La mujer robusta me dirigió una mirada de desdén, y sólo la presencia de Boris pareció impedir que añadiera algo sarcástico. Luego dijo-: Por aquí no pasa ningún autobús que lleve a la galería Karwinsky. Primero hay que coger un autobús hasta el centro; luego, esperar a un tranvía enfrente de la biblioteca. No hay forma humana de llegar a tiempo.

– Qué lástima. Confiaba en que hubiera un autobús que nos llevara directamente.

La mujer robusta me lanzó otra mirada despectiva, y dijo:

– Coja mi coche. Esta noche no lo necesito.

– Es tremendamente amable de su parte -dije yo-. Pero ¿está segura de que no…?

– Oh, corte el rollo, Ryder. Necesitan el coche. No hay otra forma de llegar a tiempo a la galería Karwinsky. Y aun en coche… tendrán que salir ahora mismo.

– Sí -dije-. Es lo que estaba pensando. Pero escuche, no queremos causarle ninguna molestia…

– Lo que puede hacer es llevarse unas cuantas cajas de libros. Si mañana tengo que ir en autobús, no podré llevarlas yo.

– Sí, claro. Todo lo que podamos ayudar…

– Llévelas a la librería de Hermann Roth por la mañana, antes de las diez.

– No te preocupes, Kim -dijo Sophie antes de que yo pudiera decir nada-. Déjalo a mi cargo. Eres tan buena…

– Bien, muchachos, será mejor que os vayáis. Eh, jovencito -dijo dirigiéndose a Boris-, ¿por qué no me ayudas a llenar las cajas de libros?

Durante los minutos que siguieron permanecí solo ante el ventanal, mirando el lago. Los otros habían entrado en un dormitorio, y les oía charlar y reír a mi espalda. Pensé en ir a ayudarles, pero comprendí que debía aprovechar la ocasión para poner en orden mis pensamientos sobre la velada que me esperaba, y seguí contemplando el lago artificial. Unos niños habían empezado a chutar un balón contra la valla del extremo más lejano del agua, pero salvo ellos no había nadie en todo el perímetro del lago.

Al final oí que la mujer robusta me llamaba, y caí en la cuenta de que me estaban esperando para marcharnos. Pasé al recibidor y vi que Sophie y Boris, cargados con sendas cajas de cartón, salían ya al pasillo. Cuando empezaron a bajar las escaleras se pusieron a discutir acerca de algo.

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