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La mujer robusta me cedía el paso en la puerta. -Sophie está decidida a que todo salga bien esta noche -me dijo en voz baja al pasar por su lado-. No le falle otra vez, Ryder. -No se preocupe -dije yo-. Haré que todo salga bien. Me dirigió una mirada dura, se volvió y empezó a bajar las escaleras haciendo sonar el manojo de llaves.

La seguí. Habíamos bajado ya dos tramos de escaleras cuando vi que una mujer subía hacia nosotros con paso fatigado. La desconocida pasó junto a la mujer robusta y murmuró un «disculpe», y nos habíamos cruzado ya cuando me di cuenta de que se trataba de Fiona Roberts. Seguía con su uniforme de revisora, y ella tampoco pareció reconocerme hasta el último momento -la iluminación era muy pobre-, pero al hacerlo se dio la vuelta cansinamente, con una mano en la barandilla de metal, y dijo:

– Oh, estás ya aquí… Qué bien que hayas sido tan puntual. Siento llegar un poco tarde. Ha habido un cambio de itinerario, un tranvía en la ruta este, y mi turno se ha demorado. Espero que no hayas tenido que aguardar mucho.

– No, no. -Retrocedí uno o dos escalones-. En absoluto. Pero por desgracia mis compromisos son muchos y…

– No te preocupes, esto no nos llevará más de lo estrictamente necesario. De hecho he telefoneado ya a las chicas, como quedamos; les he telefoneado desde la cantina de la estación, durante el descanso. Les he dicho que me esperen, que voy a ir con un amigo, pero no les he dicho que eras tú. Iba a hacerlo, como quedamos, pero a la primera que he llamado ha sido a Trude, y en cuanto le he oído la voz, cómo me ha dicho: «Oh, sí, eres tú, querida…», bueno, he percibido tantas cosas en esa voz, tanta bilis paternalista… He sabido inmediatamente que se ha pasado el día hablando de mí, llamada tras llamada, con Inge y con todas las demás, charlando de la otra noche, todas ellas fingiendo compadecerme, diciéndose que tienen que tratarme con delicadeza y comprensión, porque al fin y al cabo soy como una enferma y su deber es ser amables conmigo. Pero, claro, no podrán seguir aceptándome en el círculo, porque ¿cómo alguien como yo va a poder ser miembro de la Fundación? Dios, se habrán divertido de lo lindo durante todo el día, he podido oír todo lo que habrán hablado…, lo he captado en el tono en que ella me ha dicho, nada más coger el teléfono: «Oh, sí, eres tú, querida…» Y he pensado, muy bien, no voy a decirte de quién se trata. Veremos a qué te conduce no creerme. Eso es lo que me he dicho. Me he dicho: espero que te quedes de piedra cuando abras la puerta y veas a quién tienes ahí de pie, a mi lado. Espero que lleves puesta la peor ropa que tienes, el chándal, por ejemplo, y que no lleves nada de maquillaje y que se te note perfectamente ese bultito junto a la nariz, y que el pelo lo tengas echado hacia atrás con ese peinado que a veces llevas que te hace quince años más vieja… Y ojalá tu apartamento esté hecho una ruina, con los sofás y los sillones llenos de esas estúpidas revistas, esa prensa del corazón, esas novelas rosas que tanto te gustan y que tienes tiradas por los sofás y encima de los muebles, y estarás tan anonadada que no sabrás qué decir, tan avergonzada por todo que lo empeorarás aún más diciendo una memez tras otra. Y nos ofrecerás algo para tomar y luego te darás cuenta de que no tienes de nada, y te sentirás tan estúpida por no haberme creído… Eso será lo que haré, he pensado. Así que no se lo he dicho, no se lo he dicho a ninguna de ellas. Sólo les he dicho que iba a ir con un amigo. -Hizo una pausa y se calmó un poco. Luego dijo-: Lo siento. Espero no haberte sonado a vengativa. Pero llevo esperando esto todo el día. Me ha permitido seguir, controlar todos esos billetes…, me ha mantenido en pie. Los viajeros deben de haberse preguntado por qué me estaba moviendo por el pasillo así, ya sabes, con ese brillo en los ojos… Bueno, si tienes el día tan apretado será mejor que empecemos enseguida. Podemos empezar por Trude. Inge estará con ella, suele estar en su casa a estas horas, así que podemos empezar con ellas y matar dos pájaros de un tiro. Las otras casi no me importan. Me basta con ver la cara que pondrán esas dos… Bueno, vamos allá.

Reanudó la ascensión sin dar la mínima muestra del cansancio de antes. Las escaleras parecían no acabar nunca, los rellanos se sucedían uno tras otro, incesantemente, y al poco me encontré casi sin resuello. Fiona, sin embargo, no parecía' esforzarse en absoluto. Mientras subíamos seguía hablando, y había adoptado el tono susurrante de quien teme que los vecinos puedan estar escuchándole.

– No tienes por qué decirles gran cosa -oí que me decía en un momento dado-. Déjales que te adulen unos minutos. Pero, claro, si quieres puedes charlar con ellas del tema de tus padres.

Cuando por fin dejamos la escalera, yo estaba ya tan sin aliento -mi pecho, jadeante, buscaba desesperadamente el aire- que no podía prestar demasiada atención a lo que me rodeaba. Era consciente de que avanzaba por un pasillo en penumbra bordeado de puertas, y de que Fiona, ajena a mis dificultades, me precedía a buena marcha. Luego, sin previo aviso, se detuvo y llamó a una de las puertas. Cuando llegué hasta ella me vi obligado a apoyar una mano sobre el marco de la puerta, y agaché la cabeza en un esfuerzo por recuperar el aliento. La puerta se abrió, y supongo que debí de presentar un aspecto harto encogido y lamentable al lado de la triunfante Fiona.

– Trude -dijo Fiona-, he venido con un amigo.

Me erguí con gran esfuerzo y compuse una cortés sonrisa.

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