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– Ah… Lleva ya tiempo vacío… ¿Semanas? ¿Meses?

– Un mes como mínimo. Puede que vuelvan, pero no nos importaría nada que no lo hicieran. La verdad es que a veces me dan pena. No somos gente poco sociable. Pero cuando pasan ciertas cosas, bueno, lo que uno quiere es que se vayan. Preferimos que esté vacío.

– Ya veo. Muchos problemas…

– Oh, sí. A decir verdad, no hubo violencia física. Pero aun así… Cuando les oyes gritar a altas horas de la madrugada y no puedes hacer nada… Era muy desagradable…

– Perdone, pero verá… -Me acerqué un poco hacia él y le indiqué con los ojos que Boris nos estaba escuchando.

– No, a mi mujer no le gustaba ni pizca… -siguió el hombre sin hacerme ningún caso-. Cada vez que empezaban las trifulcas, mi mujer se tapaba la cabeza con la almohada. Una vez hasta en la cocina. Entré y me la encontré cocinando con una almohada alrededor de la cabeza. No, no era agradable. Siempre que nos encontrábamos con el marido, lo veíamos sobrio, con porte respetable. Pero mi mujer estaba convencida de que detrás de todo estaba eso. Ya sabe, la bebida…

– Oiga -le susurré en tono airado, inclinándome sobre el múrete de hormigón que nos separaba-, ¿es que no ve que viene un niño conmigo? ¿Es esa la clase de tema que se puede sacar cuando hay un niño delante?

El hombre miró hacia Boris con expresión de sorpresa. Luego dijo:

– Pues no es tan niño, ¿no cree? No se puede protegerles de todo. De todos modos, si no quiere que hable de eso, de acuerdo, hablemos de otra cosa. Elija un tema, si es que se le ocurre. Yo sólo estaba contándole lo que pasaba. Pero si no quiere hablar de ello…

– ¡No, por supuesto que no! Por supuesto que no quiero oír…

– Bueno, no era tan importante. Sólo que, bueno, como es comprensible, yo estaba más de su parte que de la de su mujer. Si hubiera llegado a la violencia física…, bueno, entonces habría sido diferente, pero no hubo nunca evidencia de ello. Así que yo tendía más a culparla a ella. De acuerdo, él pasaba mucho tiempo fuera de casa, pero por lo que sabíamos no le quedaba más remedio, era parte de su trabajo. Y ésa no era razón para… Eso es lo que digo, que no era razón para que ella se comportara de ese modo…

– Oiga, ¿quiere callarse? ¿Es que no tiene usted juicio? ¡El chico! Puede estar escuchando…

– Muy bien, puede que nos esté escuchando. ¿Y qué? Los niños siempre acaban oyendo estas cosas tarde o temprano. Sólo le estaba explicando por qué tendía a ponerme de su lado, y por qué entonces mi mujer sacó lo de la bebida. Pasar mucho tiempo fuera de casa es una cosa, solía decirme, pero beber es otra muy diferente…

– Mire, si sigue por ahí me veré obligado a dar por terminada esta conversación de inmediato. Se lo advierto. Y lo haré.

– No va a poder proteger al chico toda la vida, ¿sabe? ¿Cuántos años tiene? No parece tan niño. Protegerles en exceso no es bueno. Tiene que adaptarse al mundo, aceptarlo con sus virtudes y sus defectos…

– ¡Aún no tiene por qué hacerlo! ¡Todavía no! Además, me tiene sin cuidado lo que usted piense. ¿A usted qué le importa? Es mi chico, está a mi cargo, y no voy a tolerar este tipo de charla…

– No entiendo por qué se pone tan furioso. No hago más que conversar. Me limitaba a contarle lo que pensábamos del asunto. No eran mala gente, y no es que nos desagradasen, pero a veces la cosa se pasaba de castaño oscuro. Bueno, supongo que todo suena peor cuando te llega a través de las paredes. Mire, es inútil tratar de ocultar las cosas a un chico de su edad. Tiene usted la batalla perdida. ¿Y de qué sirve…?

– ¡Me importa un bledo lo que usted piense! ¡El chico aún puede mantenerse al margen unos cuantos años! Ahora me niego a que oiga ese tipo de cosas…

– No sea usted necio. Las cosas de las que hablo son las que pasan en la vida. Hasta mi mujer y yo hemos tenido nuestros altibajos. Por eso me solidarizaba con él. Sé lo que se siente, sé lo que es ese primer momento en que de pronto te das cuenta…

– ¡Se lo advierto! ¡Voy a dar por terminada esta conversación! ¡Se lo estoy advirtiendo!

– Pero yo nunca he bebido. Y eso cambia las cosas. Pasar mucho tiempo fuera de casa es una cosa, pero beber de esa manera…

– ¡Es la última vez que se lo advierto! ¡Una palabra más y me voy!

– Cuando estaba borracho era cruel. No físicamente, de acuerdo, pero muchas veces lo oíamos… Era cruel de verdad. No lográbamos oír todas las palabras, pero solíamos quedarnos quietos en la oscuridad, escuchando…

– ¡Se acabó! ¡Se acabó! ¡Se lo advertí! ¡Ahora me voy! ¡Me voy!

Le di la espalda y corrí escalones abajo hacia donde estaba Boris. Le cogí por el brazo y empecé a alejarme apresuradamente, pero el hombre se puso a gritar a nuestra espalda:

– ¡Está librando una batalla perdida! ¡El chico tiene que enterarse de cómo son las cosas! ¡Es la vida! ¡No hay nada malo en ello! ¡Es la vida real!

Boris miraba hacia atrás con cierta curiosidad, y me vi obligado a tirar de su brazo con más fuerza. Seguimos a paso ligero durante un rato. En más de una ocasión noté que Boris trataba de ir más despacio, pero yo no cejé: estaba ansioso por alejar toda posibilidad de que aquel hombre pudiera ir tras nosotros. Cuando aminoramos el paso y nos paramos, sentí que me faltaba el aire y que apenas podía respirar. Me acerqué, tambaleante, a la pared -una pared pasmosamente baja, poco más alta que mi cintura- y apoyé los codos en ella. Miré el lago, los altos bloques, el pálido y ancho cielo…, y aguardé a que mi pecho dejara de palpitar con violencia.

Al poco caí en la cuenta de que Boris se hallaba a mi lado. Me estaba dando la espalda, y hurgaba con un trozo de ladrillo en la parte de arriba de la pared. Empecé a sentir cierto embarazo por lo que acababa de ocurrir, y comprendí que debía darle a Boris alguna explicación. Estaba todavía pensando en algo que decir cuando Boris, aún de espaldas, dijo en un murmullo:

– Ese hombre está loco, ¿no?

– Sí, Boris. Completamente loco. Perturbado.

Boris siguió hurgando en la pared. Luego dijo:

– Ya no importa. Ya no tenemos que recuperar al Número

Nueve.

– Si no fuera por ese hombre, Boris…

– No importa. Ya no importa. -Entonces Boris se volvió hacia mí y me sonrió-. Ha sido un día estupendo -dijo en tono animado.

– ¿Te estás divirtiendo?

– Ha sido estupendo. El viaje en autobús, todo… Ha sido estupendo.

Sentí el impulso de estrecharlo entre mis brazos, pero temí que mi gesto pudiera causarle desconcierto, o incluso alarma. Al final le despeiné un poco el pelo con la mano y me volví para seguir mirando el lago y la urbanización.

El viento no soplaba ya con violencia, y permanecimos allí quietos, uno junto a otro, mirando el lago y la urbanización. Al cabo dije:

– Boris, sé que te estarás preguntando… Te preguntarás por qué no nos instalamos en alguna parte y vivimos tranquilamente los tres. Te preguntarás, seguro que te preguntas por qué tengo que estar viajando continuamente, a pesar de que a tu madre le disgusta tanto que lo haga. Bien, tienes que entenderlo: si me paso la vida viajando no es porque no os quiera y no esté deseando estar con vosotros. En parte nada me gustaría más que quedarme en casa contigo y con mamá, y vivir en un apartamento como aquel de allí, o en cualquier otro. Pero las cosas no son tan sencillas. Tengo que seguir haciendo esos viajes porque uno nunca sabe cuándo va a surgirle. Me refiero a ese viaje especial, a ese viaje importante, extraordinariamente importante no sólo para mí sino para todos nosotros, para el mundo entero. Cómo podría explicártelo, Boris…, eres tan joven… ¿Sabes?, sería tan fácil dejarlo pasar y perderlo… Decir un día: no, no voy. Voy a descansar. Para más tarde descubrir que ése era el viaje especial, el extraordinariamente importante. Y, ¿sabes?, una vez que lo has perdido ya no hay vuelta atrás, ya es demasiado tarde. Ya no importa lo mucho que puedas viajar luego, ya no puedes remediarlo, es demasiado tarde, y todos esos años de continuos viajes ya no valen para nada. He visto cómo le ha sucedido esto a otra gente, Boris. Se pasaban años y años viajando y un buen día empezaban a sentir cansancio, o quizá un poco de pereza. Pero es entonces cuando suele surgir la gran oportunidad. Y la pierden. Y, ¿sabes?, lo llegan a lamentar para el resto de sus vidas. Se vuelven resentidos y tristes. Y cuando les llega el momento de la muerte, son una ruina humana. Así que ya sabes, Boris, ésa es la razón. Por eso tengo que seguir con ello de momento, por eso tengo que seguir viajando todo el tiempo. Esto hace las cosas muy difíciles para los tres, me doy perfecta cuenta. Pero tenemos que ser, los tres, fuertes y pacientes. Esta situación no durará mucho más tiempo, estoy seguro. El viaje extraordinario llegará muy pronto, y entonces lo habré conseguido, y podré relajarme y descansar. Podré quedarme en casa todo el tiempo que quiera, ya no importará que lo haga, y podremos divertirnos, los tres juntos. Podremos hacer las cosas que antes no podíamos hacer. No tardará mucho en suceder, estoy seguro, pero tenemos que tener paciencia. Boris, espero que seas capaz de entender lo que te estoy diciendo.

Boris siguió en silencio durante largo rato. Al cabo, se enderezó de pronto y dijo en tono resuelto:

– Marchaos sin armar bulla. Todos vosotros.

Echó a correr unos cuantos metros y volvió a amagar sus golpes de karate.

Seguí unos cuantos minutos apoyado en la pared, mirando el paisaje, escuchando los furiosos susurros que Boris se dirigía a sí mismo. Luego volví a mirarle, y vi que estaba representando imaginariamente la última versión de una fantasía que venía repitiendo incansablemente durante las últimas semanas. Sin duda el hecho de encontrarse tan cerca de su auténtico escenario había hecho irresistible la perspectiva de volver a representarla en su integridad. Porque en la trama Boris y su abuelo se enfrentaban a una gran banda de maleantes callejeros, y el escenario de la historia era aquel pasillo, justo enfrente del antiguo apartamento.

Seguí mirando cómo se movía tenazmente, ahora a varios metros de distancia, e inferí que llegaba a aquella parte de la trama en que su abuelo y él, hombro con hombro, se aprestaban a repeler una nueva y feroz embestida. Para entonces había ya en el suelo una miríada de cuerpos inconscientes, pero un puñado de los bandidos más pertinaces se estaba reagrupando para lanzar el nuevo ataque. Boris y su abuelo esperaban con calma, codo con codo, mientras los maleantes se susurraban estrategias en la oscuridad del pasillo. En la trama -como en todas las historias de este tipo- Boris era, de un modo impreciso, algo mayor. No un adulto exactamente -lo que haría las cosas un tanto remotas, al tiempo que plantearía complicaciones en relación con la edad del abuelo-, sino alguien con la edad suficiente para hacer creíbles las proezas físicas que la historia requería.

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