Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

– Disculpe, señor Hoffman, pero no hace más que mencionar a la señorita Collins, ¿a qué se refiere?

– Ah, la señorita Collins. Sí, bueno, ésa es otra cuestión. Por eso estaba yo en la granja del señor Brodsky. Ya ve, señor Ryder, esta tarde he tenido que ser portador del más triste de los mensajes. Nadie me habría envidiado tal tarea. El caso es que yo llevaba ya cierto tiempo inquieto al respecto, incluso antes de su cita de ayer en el zoo. Estaba preocupado…, bueno, preocupado por la señorita Collins. ¿Quién podía suponer que las cosas iban a ir tan deprisa entre ellos, después de todos estos años? Sí, sí, estaba preocupado. La señorita Collins es una encantadora dama por quien siento la mayor de las consideraciones. No podría soportar que volviera a arruinar su vida a estas alturas. ¿Sabe?, la señorita Collins es una mujer de gran sabiduría, la ciudad entera puede atestiguarlo, pero a pesar de todo…, si viviera usted aquí, seguro que estaría de acuerdo…, siempre ha habido algo de vulnerable en ella. Hemos llegado a respetarla enormemente, y mucha gente ha encontrado en su consejo una inapreciable ayuda, pero al mismo tiempo, cómo diría…, siempre nos hemos sentido protectores respecto a ella. Y cuando el señor Brodsky, con el paso de los meses, se volvió… más él mismo, se plantearon ciertas cuestiones que yo, por lo menos, no había considerado convenientemente de antemano, y bueno, como digo, estaba preocupado. Así que imagínese lo que he sentido, señor, cuando mientras le traía de vuelta a la ciudad después de su ensayo al piano usted ha mencionado inocentemente que la señorita Collins había accedido a verse con el señor Brodsky en el cementerio de St. Peter… Santo Dios, ¡lo rápido que van las cosas! ¡El bueno del señor Brodsky debió de ser en tiempos un verdadero Rodolfo Valentino! Señor Ryder, me he dado cuenta de que tenía que hacer algo enseguida. No podía permitir que la vida de la señorita Collins se viera sumida de nuevo en la miseria, y menos aún como consecuencia de algo que yo, si bien indirectamente, había hecho. Así que hace unas horas, en cuanto me ha permitido usted, tan amablemente, que le dejara en plena calle, he ido a visitar a la señorita Collins a su apartamento. Se ha sorprendido al verme, por supuesto. Le ha sorprendido que haya ido personalmente en una tarde como ésta, con la noche que me espera… En otras palabras: mi sola presencia ha sido harto elocuente… Me ha hecho pasar enseguida, y le he pedido disculpas por lo imprevisto de mi visita, y por el hecho de no abordar el delicado tema que quería tratar con ella con el cuidado y tacto que en circunstancias normales sin duda emplearía. Ella, por supuesto, lo ha entendido perfectamente.

»"Me hago cargo, señor Hoffman", me ha dicho, "de la enorme presión que debe de estar soportando esta tarde…"

»Nos hemos sentado en la salita y he ido directamente al grano. Le he dicho que había oído que tenía una cita con el señor Brodsky. Y ella ha bajado los ojos como una colegiala. Y luego ha dicho tímidamente:

»"Sí, señor Hoffman. Momentos antes de que tocara usted a mi puerta, me disponía a prepararme. Llevo más de una hora probándome vestidos. Diferentes modos de sujetarme el pelo. A mi edad, ¿no le parece gracioso? Sí, señor Hoffman, nos hemos citado. Ha estado aquí esta mañana y me ha convencido.

Y he accedido a verle luego."

»Ha dicho algo así, y como entre dientes, no de la forma en que una dama de su elegancia suele expresarse normalmente.

Y yo, entonces, he empezado a hablar. Todo lo delicadamente que he podido, claro está. Le he señalado con tacto los posibles riesgos. "No es que pase nada, señorita Collins", le he dicho.

He empleado frases de este tipo. Dada mi penuria de tiempo,

he abordado el tema tan delicadamente como he podido. Si hubiera sido otra tarde, si hubiéramos tenido tiempo para bro mear, para charlar frivolamente, me atrevo a asegurar que lo habría hecho mejor. O quizá no habría sido muy diferente.

Porque para ella es una verdad difícil de asumir. En cualquier caso, al cabo de múltiples rodeos, le he expuesto la cuestión desnuda, le he dicho:

«"Señorita Collins, todas esas viejas heridas volverán a abrirse. Y le dolerán, le harán sufrir mucho. Harán que se derrumbe, señorita Collins. En cuestión de semanas, en cuestión de días. ¿Cómo ha podido usted olvidar lo que ha pasado? ¿Cómo puede usted avenirse a revivirlo? Todo lo que ha tenido que soportar en el pasado, las humillaciones, el hondo dolor, volverán a herirla, y esta vez con mayor saña. ¡Después de todo lo que ha hecho en estos años para rehacer su vida!"

»Y cuando le he expuesto la cuestión en tales términos (le aseguro, señor, que no ha sido nada fácil), he visto cómo se desmoronaba interiormente, por mucho que intentara mantener la calma externa. He visto cómo volvían a ella los recuerdos de aquel tiempo, cómo iba reviviendo las viejas aflicciones. No ha sido fácil, señor, se lo aseguro. Pero he creído que era mi deber seguir hablando. Y, al final, ella ha dicho con voz queda:

»"Pero señor Hoffman… Se lo he prometido. He prometido ir a verle. Querrá apoyarse en mí. Siempre me ha necesitado en las ocasiones como ésta, en las grandes noches…"

»Y yo le he dicho:

«"Señorita Collins, por supuesto que se sentirá decepcionado. Pero haré lo que esté en mi mano para explicárselo. Además, en el fondo de su corazón, el señor Brodsky sabe, como usted sabe, que es una cita poco atinada. Que es mejor no volver sobre el pasado."

«Ella ha mirado por la ventana con aire ensoñador, y ha dicho:

»"Pero estará ya allí. Me estará esperando."

«Y yo le he dicho:

«"Iré yo, señorita Collins. Sí, estoy muy ocupado, pero se trata de algo para mí tan importante que considero necesario hacerlo personalmente. Voy a ir ahora mismo al cementerio y le voy a informar de la situación. Puede usted estar segura, señorita Collins, de que haré todo lo posible por consolarle. Le animaré a pensar en el futuro, en la inmensa importancia del reto que le aguarda esta noche…"

»Le he hablado así, señor Ryder. Poco más o menos. Y, si bien debo admitir que parecía completamente destrozada, no hay que olvidar que es una dama sensata y que una parte de ella debe de haber comprendido que yo tengo razón. Porque me ha tocado el hombro con suma suavidad, y me ha dicho:

«"Vaya a verle. Ahora mismo. Y haga lo que pueda."

«Así que me he levantado para marcharme, pero entonces he recordado que aún me quedaba otra dolorosa tarea que cumplir.

»"Oh, y otra cosa, señorita Collins… -le he dicho-. En cuanto a la velada de esta noche, y dadas las circunstancias, creo que lo más juicioso será que se quede usted en casa."

«Ella ha asentido con la cabeza, al borde de las lágrimas.

»"Al fin y al cabo -he continuado-, debemos ser considerados con sus sentimientos. Dada la situación, su presencia en el auditórium podría ejercer cierta influencia sobre él en esta más que crucial coyuntura."

«Ella ha vuelto a asentir, dando a entender que lo comprendía perfectamente. Y me he excusado y me he ido. Y entonces, pese a todas las urgentes cosas que requerían mi atención (la recepción del pedido del pan y del bacon, por ejemplo), he comprendido que la prioridad más apremiante era lograr que el señor Brodsky remontara sano y salvo este obstáculo inesperado y último. Así que he ido en mi coche al cementerio. Al llegar había anochecido, y he deambulado entre las tumbas un rato y al final lo he visto, sentado en una lápida, con expresión de desaliento. Y cuando me ha visto acercarme, ha alzado la mirada cansinamente y me ha dicho:

»"Ha venido a decírmelo. Lo sabía. Sabía que no vendría." «Ello me habrá facilitado la tarea, pensará usted, pero le aseguro, señor, que no ha sido en absoluto fácil. Ser portador de tales nuevas. He asentido gravemente, y le he dicho que sí, que tenía razón, que la señorita Collins no iba a acudir a la cita. Que había reflexionado sobre el asunto y había cambiado de opinión. Y que además había decidido no ir a la sala de conciertos esta noche. No he considerado necesario explicárselo con más detalle. Y he visto en su semblante una profunda congoja, y he mirado hacia otra parte, fingiendo estudiar la tumba de al lado. "Ah, el viejo señor Kaltz", he dicho hacia los árboles, porque sabía que el señor Brodsky estaba llorando calladamente. "Ah, el señor Kaltz… ¿Cuántos años hace que lo enterramos? Parece que fue ayer, pero veo que hace ya catorce años… ¡Cuan solo estuvo antes de su muerte!" He estado hablando así unos instantes, a fin de permitir que el señor Brodsky se entregara al llanto. Luego he visto que contenía ya las lágrimas, y me he vuelto hacia él y le he sugerido que volviera conmigo al auditórium para prepararse. Pero él ha dicho que no, que era demasiado pronto. Que se pondría muy tenso si tenía que andar vagando por el edificio durante tanto tiempo. Y he pensado que quizá tenía razón, y le he ofrecido llevarlo a casa. Él ha estado de acuerdo, y hemos salido del cementerio y hemos caminado hacia el coche. Y durante todo el viaje, durante todo el trayecto por la autopista del norte, no ha hecho más que mirar por la ventanilla, sin decir nada, con lágrimas en los ojos de cuando en cuando… Y entonces me he dado cuenta de que aún no podía cantar victoria. De que las cosas no estaban tan claras como me había parecido horas antes. Pero seguía teniendo confianza, señor Ryder, la misma confianza que siento ahora. Y hemos llegado a la granja. Ha hecho muchos arreglos; ahora muchas de las habitaciones son perfectamente habitables. Hemos entrado en la habitación principal y hemos encendido la lámpara, y me he puesto a charlar de intrascendencias mientras echaba una ojeada a la sala. Me he ofrecido a ocuparme de que alguien fuera a ver qué se podía hacer con el problema de humedad de las paredes, pero él parecía no oírme. Estaba sentado en una silla, con la mirada perdida. Luego ha dicho que quería una copa. Una pequeña copa. Le he dicho que era imposible. Y él ha dicho, con mucha calma, que no se refería a su forma de beber de antes. Que no, que no era eso. Que aquella forma de beber había quedado atrás para siempre. Pero que acababa de sufrir un terrible golpe, y que se le rompía el corazón. Ha utilizado esas palabras. Que se le rompía el corazón, ha dicho, pero que sabía muy bien lo mucho que dependía de él esta noche. Que sabía que tenía que salir airoso. Que no pedía una copa a la vieja usanza. ¿Es que no me daba cuenta? Y le he mirado y he visto que decía la verdad. He visto a un hombre entristecido, desencantado, pero responsable. Un hombre que ha llegado a conocerse como quizá ningún otro llegará jamás a conocerse, un hombre con pleno dominio de sí mismo. Y me estaba diciendo que, en una crisis como esa, lo que necesitaba era un pequeño trago. Que le ayudaría a remontar la conmoción emocional que estaba padeciendo. Que le daría la firmeza necesaria para hacer frente a las exigencias de esta noche. Señor Ryder, en los últimos tiempos le había oído innumerables veces pedir alcohol…, pero ahora era algo totalmente diferente. Lo veía claramente. Lo he mirado profundamente a los ojos y le he dicho:

103
{"b":"92992","o":1}