– Señor, por favor. Le agradeceré mucho que la traiga de inmediato. Mientras tanto, intentaré aguantar…
– Sí, sí, iré a buscarla inmediatamente. Por favor, tenga paciencia. Lo haré tan rápido como pueda.
Me levanté y me dirigí hacia la puerta. Había casi llegado a ella cuando me vino a la cabeza un pensamiento y, volviéndome, me acerqué de nuevo a la figura tendida en el colchón.
– Boris -dije, volviéndome a poner en cuclillas-. ¿Qué hacemos con Boris? ¿Quiere que lo traiga?
Gustav alzó la mirada, aspiró profundamente y cerró los ojos. Cuando vi que seguía en silencio, dije:
– Quizá sea mejor que no le vea en esta…, en este estado.
Creí ver que asentía casi imperceptiblemente, pero siguió sin decir nada, con los ojos cerrados.
– A fin de cuentas -proseguí-, el chico tiene una imagen de usted. Quizá quiera usted que siga recordándole de ese modo…
Gustav, esta vez, asintió más claramente.
– He pensado que debía preguntárselo -dije, volviendo a ponerme en pie-. Muy bien, Traeré a Sophie. No tardaré.
Me hallaba ya en la puerta -estaba haciendo girar el pomo, de hecho- cuando de pronto oí que me gritaba:
– ¡Señor Ryder!
El grito no sólo me sorprendió por lo sonoro, sino que entrañaba tal peculiar intensidad que apenas pude creer que procediera de Gustav. Y, sin embargo, cuando me volví vi que seguía con los ojos cerrados, y aparentemente inmóvil. Me apresuré a acercarme a él, con más que mera aprensión. Pero Gustav abrió los ojos y me miró.
– Traiga a Boris también -dijo con voz muy queda-. Ya no es tan niño. Que me vea como estoy. Tiene que aprender sobre la vida. Hacerle frente.
Sus ojos volvieron a cerrarse, y al ver que sus facciones se crispaban pensé que el dolor volvía a atenazarlo. Pero esta vez percibí algo diferente en su semblante, y cuando me incliné para ver qué le pasaba vi que el anciano maletero estaba llorando. Seguí mirándole unos instantes, sin saber qué hacer, y al final le toqué con suavidad el hombro.
– Volveré enseguida -le susurré.
Cuando salí del camerino, los otros maleteros, que aguardaban todos juntos a unos pasos de la puerta, se volvieron hacia mí con expresión ansiosa. Me abrí paso entre ellos, y dije con voz firme:
– Caballeros, hagan el favor de vigilarle atentamente. Yo he de llevar a cabo una gestión urgente, así que espero que me disculpen…
Alguien empezó a preguntar algo, pero me escabullí sin escucharle.
Mi plan era encontrar a Hoffman y pedirle que me llevaran al apartamento de Sophie de inmediato. Pero luego, mientras avanzaba apresuradamente por el pasillo, caí en la cuenta de que no tenía la menor idea de dónde encontrar al director del hotel. Además, el pasillo tenía ahora un aspecto completamente diferente de cuando lo había recorrido con el maletero barbudo. Seguía habiendo empleados empujando carritos de servicio, pero ahora aparecía abrumadoramente transitado por personas que sólo cabía suponer miembros de la orquesta invitada. Habían aparecido como por ensalmo largas filas de camerinos a ambos lados, y los músicos, en grupos de dos o tres, charlaban y reían, y ocasionalmente se llamaban entre sí de un punto a otro. De trecho en trecho, al pasar ante una puerta cerrada, oía el sonido de algún instrumento, pero en conjunto -me chocó- su estado de ánimo parecía sorprendentemente despreocupado. Estaba a punto de pararme para preguntar dónde podía encontrar a Hoffman cuando de súbito entrevi al mismísimo director del hotel a través de la puerta de un camerino entreabierto. Me acerqué a ella y la empujé un poco hacia dentro.
Hoffman estaba de pie ante un espejo de cuerpo entero, y se estudiaba detenidamente. Llevaba traje de etiqueta, y al mirarle vi que en su cara había un exceso de maquillaje, y que parte de los polvos se le había caído sobre hombros y solapas. Murmuraba cosas entre dientes, sin apartar la mirada de su imagen reflejada en el espejo. Luego, mientras yo seguía mirándole desde la puerta entreabierta, ejecutó una extraña operación. Inclinándose de improviso hacia adelante, alzó el brazo, y con él doblado y rígido, y el codo en punta, cerró el puño y se golpeó en la frente una, dos, tres veces… Y mientras lo hacía no apartó en ningún momento la vista del espejo ni dejó de hablar entre dientes. Luego se enderezó y siguió mirándose al espejo en silencio. Temiendo que se dispusiera a repetir la operación desde el principio, me aclaré rápidamente la garganta y dije:
– Señor Hoffman…
El director del hotel dio un respingo y me miró con fijeza.
– Perdone que le moleste -dije-. Lo siento…
Hoffman miró a su alrededor con expresión de desconcierto, y luego pareció recuperar la compostura.
– Señor Ryder -dijo, sonriendo-. ¿Cómo está usted? Espero que todo esté a su entera satisfacción…
– Señor Hoffman, acaba de suceder algo que requiere una atención urgente. Necesito un coche que pueda llevarme a donde voy con la mayor rapidez posible. Me pregunto si podrá usted proporcionármelo sin tardanza.
– ¿Un coche, señor Ryder? ¿Ahora?
– Es un asunto de suma urgencia. Por supuesto, tengo intención de volver cuanto antes, con tiempo de sobra para cumplir con mis compromisos.
– Sí, sí, por supuesto. -Hoffman parecía vagamente preocupado-. Un coche…, sí, no hay ningún problema. En circunstancias normales, señor Ryder, podría proporcionarle también un chófer, o incluso le llevaría gustosamente yo mismo… Pero desgraciadamente, en este preciso momento, mis empleados están todos muy ocupados. Y en cuanto a mí, tengo tantas cosas de que ocuparme… Incluso debo ensayar unas modestas líneas. ¡Ja, ja! Como sabe, también yo voy a pronunciar un pequeño discurso esta noche. Y por trivial que sin duda vaya a resultar comparado con su contribución a la velada, señor Ryder, y con la del propio señor Brodsky, que, dicho sea de paso, ya debería estar aquí, me siento en la necesidad de prepararlo lo mejor que pueda. Sí, sí, el señor Brodsky se está demorando un poco, la verdad, pero no creo que haya que preocuparse. De hecho, éste es su camerino, y estaba comprobando que todo estaba en orden. Es un camerino estupendo. Estoy completamente seguro de que llegará en cualquier momento. Como sabe, señor Ryder, he estado supervisando personalmente la…, bueno, la recuperación del señor Brodsky. Para mí ha supuesto una verdadera satisfacción ser testigo de ella. ¡Tal motivación, tal dignidad! Tanto es así que esta noche, esta noche crucial, tengo plena confianza en él. Oh, sí. Plena confianza. Una recaída, a estas alturas, resulta impensable. ¡Sería un desastre para la ciudad! Y, naturalmente, un desastre para mí. Claro que esto último no sería en absoluto importante, pero, me perdonará, una recaída en esta noche crucial, a estas alturas, permítame decirlo, para mí sería la ruina… En el mismísimo umbral del triunfo…, para mí sería el final… ¡Un humillante final! No podría volver a mirar a la cara a nadie en esta ciudad. Tendría que esconderme. ¡Ja! Pero ¿qué estoy haciendo, hablando de tales improbables eventualidades? Tengo absoluta confianza en el señor Brodsky. Llegará enseguida.
– Sí, estoy seguro de que así será, señor Hoffman -dije-. Y estoy seguro también de que la velada va a resultar un rotundo éxito.
– Sí, sí. ¡Lo sé! -gritó con impaciencia-. ¡No me cabe la menor duda al respecto! Ni siquiera lo habría mencionado…, aún queda mucho tiempo hasta que comiencen los actos. Ni siquiera lo habría mencionado si no fuera por…, por los acontecimientos de esta tarde.
– ¿Acontecimientos?
– Sí, sí. Oh, no se ha enterado… Claro, ¿cómo iba a enterarse? En realidad no hay mucho que contar, señor. Una secuencia de cosas que ha tenido lugar esta tarde, y que ha dado como resultado que el señor Brodsky, cuando lo he dejado hace unas horas, estuviera bebiendo un pequeño vaso de whisky. ¡No, no, señor! Ya sé lo que está pensando. ¡No, no! Me consultó de antemano. Y yo, después de reflexionar sobre el asunto, y de llegar a la conclusión de que en tales excepcionales circunstancias un vasito no le haría ningún daño, accedí a que se lo tomara. Juzgué que era lo mejor, señor. Quizá me equivoqué, ya veremos. Personalmente, no lo creo. Claro que si tomé una decisión errónea, bueno, la velada entera…, ¡puf!, ¡una auténtica catástrofe de principio a fin! Me veré obligado a esconderme para el resto de mis días. Pero el hecho, señor, es que las cosas empezaron a complicarse enormemente esta tarde, y tuve que tomar una decisión. Sea como fuere, el caso es que dejé al señor Brodsky en su casa con su pequeño vaso de whisky. Confío en que no haya seguido bebiendo. Lo único que me ronda la cabeza ahora es que debería haber hecho algo acerca de ese armario… Pero, bueno, seguro que de nuevo estoy siendo extremadamente cauteloso… Después de todo, el señor Brodsky ha hecho tantos progresos que seguro que hay que confiar en él plenamente, plenamente…
Había estado jugueteando con su pajarita, y se volvió al espejo para arreglársela.
– Señor Hoffman -dije-, ¿qué ha sucedido exactamente? Si algo le ha sucedido al señor Brodsky, o si ha sucedido algo capaz de alterar de algún modo el programa de esta noche, debería ser informado de ello de inmediato. Seguro que estará de acuerdo conmigo, señor Hoffman.
El director del hotel se echó a reír.
– Señor Ryder, se está haciendo usted una idea completamente errónea. No tiene que preocuparse en absoluto. Míreme, ¿estoy yo preocupado? No. Toda mi reputación depende de esta noche, y ¿no me ve usted tranquilo y confiado? Le aseguro, señor, que no hay nada de lo que tenga usted que preocuparse.
– Señor Hoffman, ¿a qué se refería usted hace un momento cuando ha mencionado un armario?
– ¿Un armario? Oh, es un armario que he descubierto esta tarde en casa del señor Brodsky. Puede que usted ya sepa que el señor Brodsky vive desde hace muchos años en una vieja granja, no lejos de la autopista del norte. Yo, por supuesto, ya había estado en ella varias veces, pero como las cosas están siempre tan desordenadas…, el señor Brodsky tiene su propio concepto del orden…, bueno, pues no me había parado nunca a inspeccionar detenidamente su casa. Es decir, antes de esta tarde nunca he sabido que tuviera una provisión extra de bebidas alcohólicas. Me ha jurado que se había olvidado de ello por completo. Así que cuando ha salido a relucir lo de tomarse una pequeña copa, cuando yo he dicho, bien, dadas las circunstancias, en vista de las especiales circunstancias derivadas del enojoso asunto de la señorita Collins y demás…, sólo en tales circunstancias, ya ve, le he dicho que estaba de acuerdo en que, bien mirado, y pese al pequeño riesgo que entrañaba, podría venirle bien un trago, sólo para tranquilizarse. Hágase cargo, señor, el hombre estaba tan abatido por el asunto de la señorita Collins… Y ha sido entonces, al decirle que iba al coche a buscar una petaca, cuando el señor Brodsky ha recordado que había un armario que no había vaciado de botellas. Así que he ido a su…, ejem, a su cocina, si se le puede llamar así… En los últimos meses el señor Brodsky ha trabajado mucho reparando esto y lo otro en la casa. La ha mejorado mucho, y ya apenas le llueve ni le nieva dentro, aunque por supuesto aún no hay ventanas que merezcan llamarse como tales… El caso es que el señor Brodsky ha abierto el armario, que en realidad estaba caído hacia un lado en el suelo, y dentro, bueno, había como una docena de botellas viejas. La mayoría de whisky. El señor Brodsky se ha sorprendido tanto como yo. Al principio he pensado, debo admitirlo, que debía hacer algo con ellas. Llevármelas, o tirar el contenido… Pero, como comprenderá, señor, habría sido un insulto. Una gran afrenta al coraje y la determinación que últimamente ha mostrado el señor Brodsky. Y después del duro golpe a su ego que esta misma tarde le ha asestado la señorita Collins…