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»"Señor Brodsky, ¿puedo confiar en usted? Tengo una petaca de whisky en el coche. Si le doy un vasito, ¿puedo fiarme de que no me pedirá más? Un vasito y se acabó, ¿de acuerdo?"

»A lo que él, sosteniendo mi mirada, ha respondido:

»"No es como antes. Se lo juro."

»Y entonces he salido hacia el coche, y todo estaba oscuro y el viento soplaba con furia entre los árboles, y he cogido la petaca y he vuelto a entrar, y el señor Brodsky no estaba ya en su silla. Y es cuando he atravesado la casa y he entrado en la cocina. En realidad es una dependencia aparte conectada con el edificio principal de la granja, que el señor Brodsky ha estado últimamente restaurando con bastante maestría. Sí, y es cuando lo he visto abriendo el armario, un armario que había en el suelo, tirado sobre un costado. Se había olvidado de él, me ha dicho al verme entrar. Y he visto el whisky. Botellas y botellas de whisky. Ha sacado una botella, la ha abierto y se ha servido un poco en un vaso. Luego, mirándome a los ojos, ha vertido lo que quedaba de la botella en el suelo. El piso de la cocina, debo aclarar, es casi todo de tierra, y ha absorbido el líquido

sin hacer ningún charco. Bien, lo ha echado al suelo, como digo, y ha vuelto a la habitación principal y se ha sentado en la silla y se ha puesto a beber. Lo he mirado atentamente, y he visto que bebía de forma diferente a como lo hacía antes. Incluso el hecho de que pudiera hacerlo así, a pequeños tragos… He visto que no me había equivocado. Le he dicho que teníamos que regresar, que ya me había demorado mucho, que tenía que supervisar el pan y el bacon. Me he levantado y entonces, sin necesidad de hablarnos, ambos hemos sabido lo que yo tenía en la cabeza: el armario. Y el señor Brodsky me ha mirado a los ojos y ha dicho:

»"Ya no es como antes."

»Y eso me ha bastado. Insistir en quedarme un rato más no habría hecho sino minar su propia estima. Habría sido un insulto. En cualquier caso, como digo, cuando le he mirado a la cara he sentido una absoluta confianza. Y me he ido sin ningún recelo. Y sólo en los últimos minutos, señor, ha cruzado por mi mente la sombra de una duda. Pero sé, racionalmente, que se trata únicamente de la tensión que precede a tan importante noche. Estará aquí enseguida, estoy seguro. Y la velada, tengo plena confianza, será un éxito, un rotundo éxito…

– Señor Hoffman -dije, abrumado por la impaciencia-. Si se ha sentido usted bien dejando al señor Brodsky con un vaso en la mano, allá usted. No estoy muy seguro de que su decisión haya sido la correcta, pero usted conoce la situación mucho mejor que yo. Sea como fuere, ¿puedo recordarle que necesito ayuda sin dilación alguna? Como le acabo de explicar, necesito un coche inmediatamente. Es un asunto de la mayor urgencia, señor Hoffman.

– Ah, sí, un coche -dijo Hoffman, mirando a su alrededor con aire pensativo-. Lo mejor será, señor Ryder, que coja mi coche. Está aparcado ahí fuera, nada más salir por la puerta de incendios. -Señaló hacia un punto del pasillo-. Bueno, ¿dónde tengo las llaves? Ah, aquí están. El volante tiene una holgura hacia la izquierda. He estado pensando en hacer que me lo ajusten, pero las cosas se me han echado encima y… Por favor, utilícelo todo lo que le haga falta. Yo no lo necesitaré hasta mañana por la mañana.

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