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Asentí con la cabeza.

Momentos después vino apresurada con un trozo grandísimo de pizza. Olía tan bien que mi estómago gritó de alegría, y eso que yo creía que no estaba hambriento. Tendí las manos para coger aquella exquisitez, pero sus ojos castaños se oscurecieron, su rostro se ensombreció y apartó el plato.

– Maldita sea, Ivan, ¿dónde te has metido ahora? -rezongó buscándome con la mirada por el jardín.

Para entonces mis rodillas estaban tan débiles que ya no me vi con ánimo de sostenerme de pie; me dejé caer sobre la hierba con la espalda contra la pared de la casa y apoyé los codos en las rodillas.

Oí un leve susurró en mi oído, sentí el cálido aliento que olía a dulces de Luke.

– Está ocurriendo, ¿verdad?

Sólo pude asentir con la cabeza.

Esta es la parte donde termina la diversión. Esta parte no es, ni mucho menos, mi favorita.


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