Elizabeth contuvo el aliento y recordó que solía decir a su hermana pequeña que se marchara cuando las cosas se ponían un poco feas en casa. Recordó que cuando emprendió viaje hacia la universidad contempló a su hermanita de seis años y le repitió una y otra vez que se marchara. Todas aquellas emociones le taponaron la garganta.
– ¿Y tú qué dijiste? -consiguió articular Elizabeth acariciando el pelo fino de Luke y sintiendo, por primera vez en su vida, unas abrumadoras ganas de protegerlo a toda costa.
– Le dije que seguramente tenía razón -contestó Luke con total naturalidad-. Me dijo que ya era un chico mayor y que ahora me tocaba cuidar de ti y del abuelo.
A Elizabeth se le saltaron las lágrimas.
– ¿Eso dijo? -preguntó ahogando el llanto.
Luke levantó la mano y le enjugó las lágrimas con delicadeza.
– Bueno, no te preocupes -añadió ella. Besó la mano de Luke y lo estrechó entre sus brazos-, porque seré yo quien cuide de ti, ¿de acuerdo?
La respuesta del niño sonó amortiguada al tener la cabeza apretada contra el pecho de su tía. Elizabeth lo soltó enseguida para dejarle respirar.
– Edith estará a punto de volver -dijo Luke emocionado después de hacer una profunda inspiración-. Me muero de ganas de ver qué me ha traído.
Elizabeth sonrió, intentó recobrar la compostura y carraspeó para aclararse la voz.
– Podemos presentársela a Ivan. ¿Crees que le caerá bien?
Luke hizo una mueca.
– Me parece que no será capaz de verlo.
– No podemos guardarlo sólo para nosotros, Luke -dijo Elizabeth riendo.
– Bueno, puede que Ivan ni siquiera siga aquí cuando ella vuelva -comentó Luke.
El corazón de Elizabeth latió con fuerza.
– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Te ha dicho algo?
Luke negó con la cabeza.
Elizabeth suspiró.
– Vamos, Luke, que estés muy unido a Ivan no significa forzosamente que vaya a abandonarte, ¿sabes? No quiero que tengas miedo de que eso ocurra. Yo solía tenerlo. Solía pensar que todas las personas que amaba siempre acabarían marchándose.
– Yo no me marcharé.
Luke la miró con afecto.
– Y yo te prometo que tampoco me iré a ninguna parte. -Le dio un beso en la cabeza y carraspeó-. ¿Sabes esas cosas que tú y Edith hacéis juntos, como ir al zoo y al cine, cosas así?
Luke asintió con la cabeza.
– ¿Te gustaría que de vez en cuando os acompañara?
Luke sonrió contento.
– Sí, sería muy guay. -Reflexionó un instante-. Ahora somos casi iguales, ¿verdad? Que mi mamá se marche es un poco como cuando lo hizo la tuya, ¿no? -preguntó. Empañó con el aliento la mesa de cristal y escribió su nombre con el dedo.
Elizabeth se quedó helada.
– No -contestó secamente-, no tiene nada que ver. -Se levantó de la mesa, encendió la luz y se puso a fregar el mostrador-. Son personas completamente distintas, no es ni mucho menos lo mismo.
La voz le temblaba mientras frotaba frenéticamente. Al levantar la vista para ver cómo reaccionaba Luke percibió su propio reflejo en el cristal del invernadero y se paró en seco. Adiós a la compostura, adiós a las emociones, parecía una mujer poseída escondiéndose de la verdad, huyendo del mundo.
Y entonces lo supo.
Y los recuerdos que acechaban en los rincones oscuros de su mente comenzaron a reptar muy lentamente hacia la luz.