– Oh… -dijo Opal estudiándolas y viendo una imagen distinta a lo que veía Ivan.
– ¿Por qué ya no puede verte? -preguntó Ivan observando a Geoffrey coger un puñado de pastillas que engulló con un gran trago de agua.
– Porque ya no soy la que era, cosa que probablemente explique por qué tampoco tú me ves en las fotos. Está buscando a una persona diferente; la conexión que una vez tuvimos se ha desvanecido -contestó Opal.
Geoffrey se levantó de la butaca, esta vez apoyándose en el bastón, y se encaminó de nuevo a la puerta principal.
– Vamos, es hora de irse -dijo Opal levantándose a su vez y dirigiéndose al vestíbulo.
Ivan la miró con aire interrogante.
– Cuando empezamos a vernos yo venía a visitarlo cada tarde de siete a nueve -explicó Opal-, y como no puedo abrir puertas, él solía aguardarme ahí. Lleva haciendo lo mismo cada día desde que nos conocimos. Por eso se negó a vender la casa. Cree que es el único medio que tengo para dar con él.
Ivan observó cómo el viejo cuerpo de Geoffrey se tambaleaba mientras volvía a fijar la mirada en la lejanía, tal vez pensando en aquel día en que habían retozado en la playa o visitado la Torre Eif fel. Ivan no quería que le sucediera lo mismo a Elizabeth.
– Adiós, querida Opal -dijo Geoffrey quedamente con voz ronca.
– Buenas noches, amor mío. -Opal le dio un beso en la mejilla y él cerró los ojos despacio-. Hasta mañana.