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– ¿Adonde vas?

– A un restaurante.

– ¿Con quién?

Elizabeth sintió como si fuese Luke quien la acribillaba a preguntas.

– He quedado con Benjamin West -dijo sin dejar de darle la espalda. No se atrevía a mirarle de frente en ese momento, pero tampoco sabía por qué se sentía tan incómoda.

– ¿Por qué has quedado con él en sábado? Tú no trabajas los sábados -aseveró Ivan.

– No es una cita de trabajo, Ivan. No conoce a nadie aquí y saldremos a cenar como es debido. -Se sirvió vino tinto en una copa.

– ¿A cenar? -preguntó Ivan un poco incrédulo-. ¿Vas a comer con Benjamin?

Su voz subió unas cuantas octavas. Elizabeth abrió los ojos de par en par y se volvió en redondo, copa en mano.

– ¿Algún problema?

– Va sucio y huele mal -aseveró Ivan.

Elizabeth se quedó literalmente boquiabierta; no sabía qué responder a aquello.

– Seguramente come con las manos. Como un animal o un cavernícola, medio hombre medio animal. Seguramente caza su…

– Basta, Ivan -ordenó Elizabeth echándose a reír. Él se calló-. ¿Qué pasa en realidad? -preguntó ella enarcando una ceja sin perderle de vista. Después tomó un sorbo de vino.

Ivan dejó de dar vueltas en el taburete y la miró fijamente. Ella le sostuvo la mirada y le vio tragar saliva mientras la nuez le bajaba por el cuello. Su puerilidad desapareció y se le apareció como un hombre, grande, fuerte, con mucha presencia. El pulso de Elizabeth se aceleró. Los ojos de Ivan no se apartaban de su cara y ella no podía mirar a otra parte, incapaz de moverse.

– No pasa nada.

– Ivan, si tienes algo que decirme deberías decirlo -dijo Elizabeth con firmeza-. Ahora ya somos niños y niñas mayores. -Esbozó una sonrisa.

– Elizabeth, ¿querrás salir conmigo el sábado?

– Ivan, sería una grosería por mi parte cancelar la cita con tan poca antelación. ¿No podemos salir otra noche?

– No -replicó Ivan categóricamente saltando del taburete-. Tiene que ser el veintinueve de julio. Ya verás por qué.

– No puedo…

– Puedes -la interrumpió con gran firmeza. La agarró por los codos-. Puedes hacer todo lo que quieras. Reúnete conmigo en Cobh Cúin el sábado a las ocho de la tarde.

– ¿En Cobh Cúin?

– Ya verás por qué -repitió Ivan.

Saludó tocándose la visera de la gorra y desapareció tan deprisa como había llegado.

Antes de salir de la casa fui a ver a Luke al cuarto de jugar.

– Hola, forastero -dije dejándome caer en el saco de alubias.

– Hola, Ivan -dijo Luke mirando el televisor.

– ¿Me has echado de menos?

– No -dijo Luke sonriendo.

– ¿Quieres saber dónde he estado?

– Enrollándote con mi tía.

Luke cerró los ojos y dio besitos al aire antes de que le diera un ataque de risa histérica. Me quedé pasmado.

– ¡Oye! ¿Por qué dices eso?

– Porque la amas -rió Luke y siguió mirando los dibujos animados. Medité un rato sobre aquello.

– ¿Sigues siendo mi amigo?

– Sí -contestó Luke-, pero Sam es mi amigo íntimo.

Fingí que recibía un balazo en el corazón. Luke apartó la vista de la tele para mirarme a la cara con sus ojazos azules rebosantes de esperanza.

– ¿Mi tía es tu amiga íntima ahora?

Reflexioné con sumo cuidado.

– ¿Te gustaría que lo fuese?

Luke asintió enérgicamente.

– ¿Por qué?

– Está mucho más divertida, no se mete tanto conmigo y me deja pintar con lápices en el salón blanco.

– El día de Jinny Joe fue divertido, ¿verdad?

Luke asintió con la cabeza otra vez.

– Nunca la había visto reír tanto -dijo.

– ¿Te da grandes abrazos y juega a un montón de diversos juegos contigo?

Luke me miró como si fuese una idea absurda y suspiré, preocupado por la pequeña parte de mí que se sentía aliviada.

– Ivan.

– Dime, Luke.

– ¿Te acuerdas de que me dijiste que no podrías quedarte para siempre, que tendrías que irte a ayudar a otros amigos y que por eso no tenía que ponerme triste?

– Sí. -Tragué saliva. Le tenía pavor a ese día.

– ¿Qué os pasará a ti y a tía Elizabeth cuando eso ocurra?

Y entonces me preocupó el dolor que sentía en el centro del pecho cuando pensaba en ello.

Entré en el despacho de Opal con las manos en los bolsillos, luciendo mi camiseta roja nueva y unos vaqueros negros también nuevos. El rojo me sentaba bien aquel día. Estaba enojado. No me había gustado el tono de voz que había empleado Opal al llamarme.

– Ivan -dijo posando la estilográfica adornada con una pluma y levantando la vista hacia mí. Ni rastro de la sonrisa radiante con la que solía recibirme. Se la veía cansada, tenía profundas ojeras y llevaba las trenzas de rastafari sueltas a ambos lados de la cara en vez de recogidas en su peinado habitual.

– Opal -dije a mi vez imitando su tono al tiempo que cruzaba las piernas tras sentarme delante de ella.

– ¿Qué les enseñas a tus alumnos antes de que pasen a formar parte de la vida de su nuevo amigo?

– Hay que ayudar y no entorpecer, apoyar y no oponerse, alentar y escuchar y no…

– No hace falta que sigas. -Levantó la voz interrumpiendo mi salmodia-. Ayudar y no entorpecer, Ivan. -Dejó que las palabras flotaran en el aire-. Le has hecho cancelar una cita para cenar con Benjamin West. Podría haber ganado un amigo, Ivan.

Me miraba fijamente con ojos negros como el carbón. Una pizca más de enojo y se habrían encendido.

– Permíteme recordarte que la última vez que Elizabeth Egan quedó para una cena que no fuera de negocios fue hace cinco años. Cinco años, Ivan -recalcó-. ¿Puedes decirme por qué has deshecho todo eso?

– Porque va sucio y huele mal -dije riendo.

– Porque va sucio y huele mal -repitió Opal haciendo que me sintiera idiota-. Pues deja que ella misma se dé cuenta. No te pases de la raya, Ivan.

Dicho esto bajó de nuevo la vista a su trabajo y continuó escribiendo, agitando la pluma al garabatear con furia.

– ¿Qué está pasando, Opal? -le pregunté-. Dime lo que en realidad está pasando.

Me miró con los ojos llenos de rabia y tristeza.

– No damos abasto, Ivan, y necesitamos que trabajes tan deprisa como puedas y pases a otro caso en vez de hacerte el remolón y destrozar el buen trabajo que ya has hecho. Eso es lo que está pasando.

Aturdido por su reprimenda salí en silencio del despacho. No la creí ni por un instante, pero fuera lo que fuese lo que ocurriera en su vida era asunto suyo. Ya cambiaría de opinión respecto a que Elizabeth cancelara su cena con Benjamin en cuanto viera lo que yo tenía planeado para el veintinueve.

– Ah, Ivan -me llamó Opal.

Me detuve en el umbral y me volví. Sin dejar de concentrarse en lo que estaba escribiendo, Opal me comunicó:

– Necesito que el próximo lunes vengas aquí y te hagas cargo de todo por un tiempo.

– ¿Por qué? -pregunté sin dar crédito a mis oídos.

– Voy a ausentarme unos cuantos días. Necesito que me sustituyas.

Eso no había ocurrido nunca antes.

– Pero si aún estoy en mitad de un trabajo.

– Celebro que sigas llamándolo así -me espetó. Acto seguido suspiró, dejó la estilográfica y levantó la mirada-. Estoy convencida de que la cena del sábado será un éxito tan grande que no será preciso que estés allí la semana siguiente, Ivan.

Su voz sonó tan tierna y sincera que olvidé que estaba enojado con ella y por primera vez entendí que si aquella situación no me atañera le daría la razón.


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