Литмир - Электронная Библиотека

– ¡Abre la trampilla! -me gritó al pasar frente a la puerta con los brazos extendidos y la bata blanca aleteando como la de un personaje de dibujos animados.

Dejé el tarro apartado del peligro y corrí hacia la trampilla. Oscar se precipitó hacia mí y en el último instante saltó hacia un lado engañando así a la cosa que le perseguía para que se metiera derecho en la jaula.

– ¡Ja! -exclamó dando vuelta a la llave y agitándola frente a la jaula. Tenía la frente perlada de sudor.

– ¿Qué bicho es ése? -pregunté acercándome a la jaula.

– ¡Ten cuidado! -gritó Oscar, y di un salto hacia atrás-. Te equivocas al preguntar qué bicho es porque no lo es.

Se secó la frente dándose toques con un pañuelo.

– ¿No es qué?

– Un bicho -contestó-. ¿No has visto nunca una estrella fugaz, Ivan?

– Por supuesto que las he visto. -Rodeé la jaula-. Pero no tan de cerca.

– Por supuesto -repitió Oscar en un tono más bien empalagoso-. Sólo las veis a lo lejos, tan bonitas y brillantes, atravesando el firmamento, y les pedís vuestros deseos. Pero -añadió en tono desagradable- nadie se acuerda de Oscar, que tiene que recoger vuestros deseos de la estrella.

– Lo siento, Oscar, de verdad que lo había olvidado. No sabía que las estrellas fuesen tan peligrosas.

– ¿Cómo? -espetó Oscar-. ¿Creías que un asteroide incandescente, situado a millones de kilómetros y visible desde la Tierra, bajaría disparado hacia mí para darme un beso en la mejilla? En fin, da igual. ¿Qué me has traído? Hombre, genial, un tarro de Jinny Joes. Justo lo que necesitaba después de esa bola de fuego -gritó levantando la voz en dirección a la jaula-, algo que tenga un poco de respeto.

La bola de fuego respondió dando botes, enojada.

Me alejé un paso más de la jaula.

– ¿Qué clase de deseo traía consigo?

Me costaba creer que aquella ardiente bola de luz pudiera servirle para algo a nadie.

– Tiene gracia que lo preguntes -dijo Oscar haciendo patente que no tenía ninguna gracia-. Esta en concreto traía el deseo de perseguirme por el laboratorio.

– ¿Ha sido cosa de Tommy? -pregunté aguantándome la risa.

– Sólo puedo suponerlo -contestó Oscar, enojado-, pero en realidad no puedo ir a quejarme a él, porque eso fue hace veinte años, o sea cuando Tommy aún no sabía comportarse y apenas estaba empezando.

– ¿Hace veinte años? -pregunté sorprendido.

– Es lo que esa bola ha tardado en llegar hasta aquí -explicó Oscar abriendo el tarro y sacando un Jinny Joe con un instrumento muy raro-. Al fin y al cabo, estaba a millones de años luz de aquí. Pensé que veinte años era un tiempo de viaje muy corto.

Dejé a Oscar estudiando los Jinny Joes y me dirigí al vestuario, donde encontré a Olivia, a quien le estaban tomando medidas.

– Hola, Ivan -saludó, sorprendida.

– Hola, Olivia, ¿qué estás haciendo? -pregunté viendo cómo una mujer medía su cintura de avispa.

– Me toman medidas para un vestido, Ivan. La pobre señora Cromwell falleció anoche -dijo con tristeza-. El funeral es mañana. He asistido a tantos funerales que mi único vestido negro está muy ajado.

– Lamento la noticia -dije sabiendo que Olivia apreciaba mucho a la señora Cromwell.

– Gracias, Ivan, pero hay que seguir adelante. Esta mañana ha llegado al hospicio una señora que necesita mi ayuda y ahora tengo que centrarme en ella.

Asentí con la cabeza mostrando comprensión.

– ¿Qué te trae por aquí? -dijo ella.

– Mi nueva amiga, Elizabeth, es una mujer. Se ha fijado en mis ropas.

Olivia rió.

– ¿Quieres una camiseta de otro color? -preguntó la mujer que tomaba medidas. Sacó una camiseta roja de un cajón.

– Em, no. -Me apoyé alternativamente en uno y otro pie mientras inspeccionaba las estanterías que cubrían las paredes del suelo al techo. Cada una iba marcada con un nombre y vi el de Caléndula bajo una hilera de lindos vestidos-. Estaba pensando en algo mucho más… elegante.

Olivia enarcó las cejas.

– Pues entonces tendrán que tomarte medidas para un traje, Ivan.

Convinimos en que me harían un traje negro para llevarlo con camisa y corbata azules, porque eran mis colores favoritos.

– ¿Algo más, o esto es todo? -preguntó Olivia con un centelleo en los ojos.

– En realidad… -Bajé la voz y miré alrededor para asegurarme de que la mujer no alcanzaría a oírme. Olivia acercó su cabeza a la mía-. Me preguntaba si podrías enseñarme a bailar zapateado.


50
{"b":"88718","o":1}