– Todo eso debía de ser muy divertido -dije intimidado por su madre. Darse una ducha de sol ganaba de largo a cualquier telescopio hecho con rollos de cartón del papel higiénico.
– No lo sé, la verdad. -Elizabeth apartó la vista y tragó saliva-. En realidad nunca hicimos ninguna de esas cosas.
– Pero apuesto a que las hiciste un millón de veces mentalmente -dije.
– Bueno, hubo una cosa que hicimos juntas. Justo después de tener a Saoirse me llevó al campo, extendió una manta y dispuso una cesta de picnic. Comimos pan moreno recién horneado con mermelada casera de fresa. -Elizabeth cerró los ojos e inspiró-. Todavía recuerdo el olor y el sabor. -Meneó la cabeza maravillada-. Pero mi madre había elegido tomar la merienda en el campo de nuestras vacas. Allí estábamos las dos, en mitad del campo, merendando rodeadas de vacas curiosas.
Ambos nos echamos a reír.
– Pero eso fue cuando me dijo que se marchaba. Era una persona demasiado grande para este pueblo tan pequeño. No es lo que me dijo entonces, pero me consta que era lo que debía de sentir.
A Elizabeth le tembló la voz y dejó de hablar. Miraba a Luke y Sam persiguiéndose por el jardín, pero no los veía, escuchaba sus infantiles chillidos de alegría pero no los oía. Estaba absorta.
– En fin -su voz sonó seria otra vez y carraspeó-, eso es irrelevante. No tiene nada que ver con el hotel; ni siquiera sé por qué lo he sacado a colación.
Estaba avergonzada. Adiviné que Elizabeth no había contado nunca aquello en voz alta, ni una sola vez en su vida, de modo que dejé que el silencio se prolongara mientras ponía en orden sus ideas.
– ¿Tenéis una buena relación tú y Fiona? -preguntó resistiéndose aún a mirarme a los ojos después de lo que me había contado.
– ¿Fiona?
– Sí, la mujer con quien no estás casado.
Sonrió por primera vez y pareció más compuesta.
– Fiona no me habla -respondí sin salir de mi asombro. Aún no comprendía por qué pensaba que era el padre de Sam. Tendría que hablar con Luke para que me lo aclarase. Me incomodaba bastante aquella confusión de identidad.
– ¿Acabaron mal las cosas entre vosotros dos?
– Nunca empezaron, así que no podían terminar -contesté con sinceridad.
– Conozco esa sensación. -Puso los ojos en blanco y rió-. Pero al menos salió algo bueno de ello. -Apartó la vista y miró jugar a Sam y Luke. Se había referido a Sam, pero tuve la impresión de que estaba mirando a Luke y eso me alegró.
Antes de que nos marcháramos de casa de Sam, Elizabeth se volvió hacia mí.
– Ivan, nunca había hablado con nadie de lo que te acabo de contar -tragó saliva-, jamás. No sé qué me ha hecho soltarlo.
– Ya lo sé -sonreí-, así que gracias por hablarme con el corazón. Creo que eso se merece otra cadeneta de margaritas.
Le ofrecí otro brazalete que acababa de hacer.
Error número dos: cuando se lo puse en la muñeca sentí como si le estuviera dando un trozo de mi corazón.