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– ¿Socio?

Benjamin rió aún con más ganas.

– Sí, exacto, pero no le diga que se lo he dicho, por favor. Me resultaría muy violento que se enterara.

– No se preocupe -dijo Elizabeth con sequedad, perpleja ante aquella información-. Tengo que verle más tarde, pero no le diré una palabra.

– Él tampoco -repuso Benjamin con otra carcajada.

– Bueno, eso está aún por ver -contestó Elizabeth, enfurruñada-. Aunque anoche estuve con él y tampoco soltó prenda.

Benjamin se mostró indignado con ella.

– Me parece que esas cosas no están permitidas en Taylor Constructions. Se ven con muy malos ojos las citas entre colegas. Quién sabe, podría ser que Ivan fuese el motivo por el que ha conseguido el contrato. -Se frotó los ojos con aire de cansancio y su risa remitió-. Pensándolo bien, ¿no es sorprendente lo que llegamos a hacer para conseguir un trabajo hoy en día?

Elizabeth se quedó boquiabierta.

– Aunque demuestra lo mucho que a usted le gusta su trabajo, ser capaz de hacer una cosa como ésa. -La miró con admiración-. Creo que yo no sería capaz. -Volvió a reír por lo bajo y sus hombros se estremecieron.

Elizabeth abrió aún más la boca. ¿Estaba acusándola de meterse en la cama con Ivan para conseguir el trabajo? Se quedó sin habla.

– En fin -dijo Benjamin levantándose-, ha sido estupendo conocerla. Me alegra que hayamos resuelto eso del Moulin Rouge. Se lo transmitiré a Vincent y la llamaré en cuanto sepa más cosas. ¿Tiene mi número? -preguntó palpándose los bolsillos. Abrió un bolsillo delantero de la pechera de la cazadora y sacó un bolígrafo que goteaba y le había dejado una mancha de tinta. Cogió una servilleta de papel del dispensador y garrapateó su nombre y su número sin el menor cuidado.

– Este es mi número móvil y éste el de la oficina. -Le pasó la nota a Elizabeth junto con su bolígrafo goteante y otra servilleta rota y mojada de café derramado-. ¿Le importa darme el suyo? Así me ahorraré tener que buscarlo en los archivos.

Elizabeth aún estaba enojada y ofendida, pero alcanzó su bolso, sacó un tarjetero de piel y le entregó una de sus tarjetas de visita con ribetes dorados. Se abstendría de darle una bofetada por aquella vez; necesitaba el trabajo. Por el bien de Luke y del negocio, se mordería la lengua.

Benjamin se ruborizó levemente.

– Muy bien, gracias -recuperó el trozo de servilleta y su bolígrafo goteante y cogió la tarjeta-. Mucho mejor así, me figuro.

Le tendió la mano.

Elizabeth echó un vistazo a su mano manchada de tinta azul y con las uñas sucias y acto seguido se sentó encima de sus propias manos.

Una vez que Benjamin se hubo marchado, Elizabeth miró turbada a su alrededor preguntándose si alguien más había presenciado la escena. Joe le hizo un guiño y se tocó la nariz como si compartieran un secreto. Después del trabajo ella tenía previsto ir a buscar a Luke a casa de Sam, y aunque sabía que Ivan y la madre de Sam ya no estaban juntos esperó con toda su alma coincidir con él allí.

Para cantarle las cuarenta, naturalmente.


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