– Señor -dijo la señorita entregándole la tarjeta de embarque.
Mark la cogió con ademán distraído y salió muy despacio de la cola.
– ¿Qué ha sucedido?
– Es Saoirse -dijo Elizabeth con un hilo de voz. Se le hizo un nudo en la garganta-. La han llevado al hospital.
– ¿Ha vuelto a beber más de la cuenta? -La preocupación se había esfumado ipsofacto de la voz de Mark.
Elizabeth reflexionó sobre aquella respuesta un buen rato y la vergüenza y el bochorno de no estar enterada del embarazo de Saoirse se adueñaron de ella y le gritaron que mintiera.
– Sí, eso parece. No estoy segura.
Negó con la cabeza tratando de alejar sus pensamientos.
Mark relajó los hombros.
– Oye, lo más probable es que simplemente tengan que hacerle un lavado de estómago otra vez. No es nada nuevo, Elizabeth. Saquemos tu tarjeta de embarque y lo hablamos en la cafetería.
Elizabeth volvió a negar con la cabeza.
– No, no, Mark, tengo que ir -dijo con voz temblorosa.
– Elizabeth, seguramente no será nada -sonrió-. ¿Cuántas llamadas como ésta recibes al cabo del año y siempre acaba siendo lo mismo?
– Puede que esté ocurriéndole algo, Mark.
Algo que una hermana en su sano juicio habría sabido, algo que tendría que haber descubierto.
Mark apartó las manos de la cara de Elizabeth.
– No dejes que te haga esto.
– ¿Hacer qué?
– No dejes que te obligue a elegir su vida por encima de la tuya.
– No seas ridículo, Mark, es mi hermana, forma parte de mi vida. Tengo que cuidar de ella.
– Pese a que ella nunca cuida de ti. Pese a que no podría importarle menos que estés aquí para apoyarla o no.
Fue como un puñetazo en la boca del estómago.
– No, te tengo a ti para que cuides de mí.
Trataba de ponerlo de buen humor, trataba de hacer que todos fueran felices como de costumbre.
– Pero no puedo hacerlo si no me dejas -protestó Mark. La pena y el enojo le ensombrecieron la mirada.
– Mark -Elizabeth intentó reír sin conseguirlo-, te prometo que cogeré el primer vuelo que pueda. Sólo necesito averiguar qué ha sucedido. Piénsalo. Si se tratara de tu hermana ya te habrías marchado de este aeropuerto hace rato, estarías a su lado mientras hablamos y no te habrías detenido ni un instante a pensar en tener esta estúpida conversación.
– Entonces ¿qué demonios haces aún aquí? -repuso Mark con frialdad.
El enojo y el llanto anidaron en Elizabeth de repente. Agarró su maleta y se alejó de él. Salió del aeropuerto y fue a toda prisa hasta el hospital.
Regresó a Nueva York, en efecto, tal como le había prometido. Tomó el avión para allí dos días después que él, recogió sus efectos personales del apartamento que compartían, presentó su dimisión en el trabajo y volvió a Baile na gCroíthe con una pena tan amarga en el corazón que casi le impedía respirar.