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¿Por qué, para qué, mi niña? Para salvarlo de sí mismo, de su idealismo fatal, del fatal enjambre de enemigos que había alborotado. ¡Cualquiera pudo haberlo asesinado! Afectaba no demasiados sino todos los intereses creados. Mi idealista, puro, entregado, apasionado discípulo, mi hijo casi: Tomás Moctezuma Moro, ocho años encerrado en el Castillo Fortaleza, ocho años con la máscara de nopal, ocho años esperando el momento para sacarlo del calabozo y devolverlo a la luz, cuando sus virtudes ya no amenazaran a nadie, sino que sería, Paulina, garantía de legitimidad, mantequilla en vez de mostaza para la torta nacional, Paulina.

Que no le busquen cinco pies al gato, que sólo tiene cuatro. Que no nos den gato por liebre, que México ya tiene Presidente constitucionalmente electo.

Se llama Tomás Moctezuma Moro.

Que si es gato encerrado, mañana será tigre que acabe con todos los pretendientes mediocres que hoy aspiran a suceder a Lorenzo Terán.

Paulina: Presidente habemos. Prepara los ánimos en el Congreso para restaurar la legitimidad inaugurando al Presidente Electo Tomás Moctezuma Moro, sin necesidad de Presidente Provisional ni Sustituto ni de nuevas elecciones. Córtale el paso a César León. Mueve al pusilánime Onésimo Canabal. Presidente habemos. Sonó la hora de Moro. Hace ocho años lo hubieran matado. Hoy, su idealismo activo es la medicina nacional después de la abulia desesperante del difunto Lorenzo Terán.

Mírame a los ojos, Paulina. Ve en mi mirada todo lo que va a ocurrir. Mejor todavía. Imagina de una santa vez que todo lo que va a ocurrir, ya ha pasado.

Y cuando vuelvas a verme, no te asustes. Mi rostro tiene que congelar su propia sangre para congelar la de los demás.

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