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Extraordinario, primero, por el aspecto físico. Hijo deseado, tendrá unos veintiséis años y es muy esbelto sin llegar a flaco, con musculatura severa pero fina. Es más alto que yo -como de 1.79- y posee una cabeza de esas que sólo se encuentran en los museos de Italia: fina en todos sus detalles, labios finos, nariz afilada, pómulos altos, ojos largos y achinados, frente amplia y cabellera negra suelta hasta los hombros.

¿Describo un objeto del deseo? Creo, con sinceridad, que sí. Usted; mi bella y esquiva dama, que tantos lujos se ha dado y le da a sus preferencias, me entiende. Este muchacho es tan hermoso que nadie -hombre o mujer- puede dejar de desearlo. Los jeans apretados, la playera corta, los pies descalzos cuando

sale sorprendido a ver quién soy, se lo explico y él se dedica a echarle maíz a las palomas. Sabe que he ayudado a su padre y lo agradece. Me mira directamente con algo de sorna y otro poco de sospecha y me dice:

– No voy a la Universidad porque lleva dos años cerrada.

Le echa alpiste a las palomas.

– ¿Usted me pagaría una Un¡ privada?

Su mirada oscura es tan inteligente que no necesito hacer la siguiente pregunta.

– Sería una pérdida de tiempo salir a trabajar en un empleo miserable, de esos que lo agotan a uno de pura aburrición…

– Y achatan para siempre la ambición y el talento -terminé su frase y me miró con admiración sarcástica.

Entonces indica el interior de esta "cabaña en las nubes" que tiene una cama plegadiza de lona, una mesa raquítica y un taburete ("para no quedarme dormido cuando leo") y sobre todo, la rústica estantería llena de libros, libros viejos, de esos que venden en la calle de Donceles a dos pesos el ejemplar, libros desencuadernados, con sellos editoriales vetustos, desaparecidos como animales de otra era, Espasa Calpe, Botas, Herrero, Santiago Rueda, Emecé… Algo así como una cosecha de trigo seco argentino, español y mexicano… Quisiera curiosear, yo que tuve el privilegio de leer en la Biblioteca Nacional de Francia, pero él me lo impide señalando los tres volúmenes sobre su mesa de trabajo, Maquiavelo, Hobbes, Montesquieu.

No necesita decirme nada. Su mirada lo dice todo.

– Yo soy un hombre joven que pone atención, señor Valdivia.

Ah, mi peligrosa dueña y señora, si algún día se cansa usted (como se cansará) de mí, ya le tengo su siguiente candidato, su Galatea masculina, para calmar su vocación de Pigmalión, mi bella dama. Se llama Jesús Ricardo Magón. Tiene veintiséis años.

Habita un miserable palomar de la Calzada Cuitláhuac.

Dese prisa, María del Rosario, o se lo gano yo. ¿Y de qué habla con la sonsa de su hermana?, le pregunto.

– Le cuento las vidas de las princesas europeas que lee en Hola! y le enseño a resolver crucigramas. Va a tener una vida aburrida.

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