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– En fin -dijo Oliveira, sentándose otra vez en el borde de la ventana y saludando con la mano a Talita y a la Cuca -, lo que yo creo de todo esto importa muy poco al lado de lo que tiene que ser, nos guste o no nos guste. Hace tanto que somos el mismo perro dando vueltas y vueltas para morderse la cola. No es que nos odiemos, al contrario. Hay otras cosas que nos usan para jugar, el peón blanco y el peón morocho, algo por el estilo. Digamos dos maneras, necesitadas de que la una quede abolida en la otra y viceversa.

– Yo no te odio -dijo Traveler-. Solamente que me has acorralado a un punto en que ya no sé que hacer.

– Mutatis mutandis, vos me esperaste en el puerto con algo que se parecía a un armisticio, una bandera blanca, una triste incitación al olvido. Yo tampoco te odio, hermano, pero te denuncio, y eso es lo que vos llamás acorralar.

– Yo estoy vivo -dijo Traveler mirándolo en los ojos-. Estar vivo parece siempre el precio de algo. Y vos no querés pagar nada. Nunca lo quisiste. Una especie de cátaro existencial, un puro. O César o nada, esa clase de tajos radicales. ¿Te creés que no te admiro a mi manera? ¿Te creés que no admiro que no te hayas suicidado? El verdadero doppelgänger sos vos, porque estás como descarnado, sos una voluntad en forma de veleta, ahí arriba. Quiero esto, quiero aquello, quiero el norte y el sur y todo al mismo tiempo, quiero a la Maga, quiero a Talita, y entonces el señor se va a visitar la morgue y le planta un beso a la mujer de su mejor amigo. Todo porque se le mezclan las realidades y los recuerdos de una manera sumamente no-euclidiana.

Oliveira se encogió de hombros pero miró a Traveler para hacerle sentir que no era un gesto de desprecio. Cómo transmitirle algo de eso que en el territorio de enfrente llamaban un beso, un beso a Talita, un beso de él a la Maga o a Pola, ese otro juego de espejos como el juego de volver la cabeza hacia la ventana y mirar a la Maga parada ahí al borde de la rayuela mientras la Cuca y Remorino y Ferraguto, amontonados cerca de la puerta estaban como esperando que Traveler saliera a la ventana y les anunciara que todo iba bien, y que un sello de embutal o a lo mejor un chalequito de fuerza por unas horas, hasta que el muchacho reaccionara de su viaraza. Los golpes en la puerta tampoco contribuían a facilitar la comprensión. Si por lo menos Manú fuera capaz de sentir que nada de lo que estaba pensando tenía sentido del lado de la ventana, que sólo valía del lado de las palanganas y los rulemanes, y si el que golpeaba la puerta con los dos puños se quedara quieto un solo minuto, tal vez entonces… Pero no se podía hacer otra cosa que mirar a la Maga tan hermosa al borde de la rayuela, y desear que impulsara el tejo de una casilla a otra, de la tierra al Cielo.

– …sumamente no-euclidiana.

– Te esperé todo este tiempo -dijo Oliveira cansado-. Comprenderás que no me iba a dejar achurar así nomás. Cada uno sabe lo que tiene que hacer, Manú. Si querés una explicación de lo que pasó allá abajo… solamente que no tendrá nada que ver, y eso vos lo sabés. Lo sabés, doppelgänger, lo sabés. Qué te importa a vos lo del beso, y a ella tampoco le importa nada. La cosa es entre ustedes al fin y al cabo.

– ¡Abran! ¡Abran en seguida!

– Se la toman en serio -dijo Traveler, levantándose-. ¿Les abrimos? Debe ser Ovejero.

– Por mí…

– Te va a querer dar una inyección, seguro que Talita alborotó el loquero.

– Las mujeres son la muerte -dijo Oliveira-. Ahí donde la ves, lo más modosita al lado de la rayuela… Mejor no les abrás, Manú, estamos tan bien así.

Traveler fue hasta la puerta y acercó la boca a la cerradura. Manga de cretinos, por qué no se dejaban de joder con esos gritos de película de miedo. Tanto él como Oliveira estaban perfectamente y ya abrirían cuando fuera el momento. Harían mejor en preparar café para todo el mundo, en esa clínica no se podía vivir.

Era bastante audible que Ferraguto no estaba nada convencido, pero la voz de Ovejero se le superpuso como un sabio ronroneo persistente, y al final dejaron la puerta en paz. Por el momento la única señal de inquietud era la gente en el patio y las luces del tercer piso que se encendían y apagaban continuamente, alegre costumbre del 43. Al rato no más Ovejero y Ferraguto reaparecieron en el patio, y desde ahí miraron a Oliveira sentado en la ventana, que los saludó excusándose por estar en camiseta. El 18 se había acercado a Ovejero y le estaba explicando algo de la Heftpistole, y Ovejero parecía muy interesado y miraba a Oliveira con atención profesional, como si ya no fuera su mejor contrincante de póker, cosa que a Oliveira le hizo bastante gracia. Se habían abierto casi todas las ventanas del primer piso, y varios enfermos participaban con suma vivacidad en todo lo que estaba sucediendo, que no era gran cosa. La Maga había levantado su brazo derecho para atraer la atención de Oliveira, como si eso fuera necesario, y le estaba pidiendo que llamara a Traveler a la ventana. Oliveira le explicó de la manera más clara que eso era imposible porque la zona de la ventana correspondía exclusivamente a su defensa, pero que tal vez se pudiera pactar una tregua. Agregó que el gesto de llamarlo levantando el brazo lo hacía pensar en actrices del pasado y sobre todo en cantantes de ópera como Emmy Destynn, Melba, Marjorie Lawrence, Muzio, Bori, y por qué no Theda Bara y Nita Naldi, le iba soltando nombres con enorme gusto y Talita bajaba el brazo y después lo volvía a subir suplicando, Eleonora Duse, naturalmente, Vilma Banky, exactamente Garbo, pero claro, y una foto de Sarah Bernhardt que de chico tenía pegada en un cuaderno, y la Karsavina, la Boronova, las mujeres, esos gestos eternos, esa perpetuación del destino aunque en ese caso no fuera posible acceder al amable pedido.

Ferraguto y la Cuca vociferaban manifestaciones más bien contradictorias cuando Ovejero, que con su cara de dormido lo escuchaba todo, les hizo seña de que se callaran para que Talita pudiera entenderse con Oliveira. Operación que no sirvió de nada porque Oliveira, después de escuchar por séptima vez el pedido de la Maga, les dio la espalda y lo vieron (aunque no podían oírlo) dialogar con el invisible Traveler.

– Fijate que pretenden que vos te asomes.

– Mirá, en todo caso dejame nada más que un segundo. Puedo pasar por debajo de los piolines.

– Macana, che -dijo Oliveira-. Es la última línea de defensa, si la quebrás quedamos en resuelto infighting.

– Está bien -dijo Traveler sentándose en la silla-. Seguí amontonando palabras inútiles.

– No son inútiles -dijo Oliveira-. Si querés venir aquí no tenés necesidad de pedirme permiso. Creo que está claro.

– ¿Me jurás que no te vas a tirar?

Oliveira se quedó mirándolo como si Traveler fuera un panda gigante.

– Por fin -dijo-. Se destapó la olla. Ahí abajo la Maga está pensando lo mismo. Y yo que creía que a pesar de todo me conocían un poco.

– No es la Maga -dijo Traveler-. Sabés perfectamente que no es la Maga.

– No es la Maga -dijo Oliveira-. Sé perfectamente que no es la Maga. Y vos sos el abanderado, el heraldo de la rendición, de la vuelta a casa y al orden. Me empezás a dar pena viejo.

– Olvidate de mí -dijo Traveler, amargo-. Lo que quiero es que me des tu palabra de que no vas a hacer esa idiotez.

– Fijate que si me tiro -dijo Oliveira-, voy a caer justo en el Cielo.

– Pasate de este lado, Horacio, y dejame hablar con Ovejero. Yo puedo arreglar las cosas, mañana nadie se va a acordar de esto.

– Lo aprendió en el manual de psiquiatría -dijo Oliveira, casi admirado-. Es un alumno de gran retentiva.

– Escuchá -dijo Traveler-. Si no me dejás asomarme a la ventana voy a tener que abrirles la puerta y va a ser peor.

– Me da igual, una cosa es que entren y otra es que lleguen hasta aquí.

– Querés decir que si tratan de agarrarte vos te vas a tirar.

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