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– ¿Y por qué no? Nunca pensé que volverías con esa mufa, que te habrían cambiado tanto por allá, que me darías tantas ganas de ser diferente… No es eso, no es eso. Bah, vos ni vivís ni dejás vivir.

La guitarra, entre los dos, se paseaba por un cielito.

– No tenés más que chasquear los dedos así -dijo Oliveira en voz muy baja- y no me ven más. Sería injusto que por culpa mía, vos y Talita…

– A Talita dejala afuera.

– No -dijo Oliveira-. Ni pienso dejarla afuera. Nosotros somos Talita, vos y yo, un triángulo sumamente trismegístico. Te lo vuelvo a decir: me hacés una seña y me corto solo. No te creas que no me doy cuenta de que andás preocupado.

– No es con irte ahora que vas a arreglar mucho.

– Hombre, por qué no. Ustedes no me necesitan.

Traveler preludió Malevaje, se interrumpió. Ya era noche cerrada, y don Crespo encendía la luz del patio para poder leer.

– Mirá -dijo Traveler en voz baja-. De todas maneras alguna vez te mandarás mudar y no hay necesidad de que yo te ande haciendo señas. Yo no dormiré de noche, como te lo habrá dicho Talita, pero en el fondo no lamento que hayas venido. A lo mejor me hacía falta.

– Como quieras, viejo. Las cosas se dan así, lo mejor es quedarse tranquilo. A mí tampoco me va tan mal.

– Parece un diálogo de idiotas -dijo Traveler.

– De mongoloides puros -dijo Oliveira.

– Uno cree que va a explicar algo, y cada vez es peor.

– La explicación es un error bien vestido -dijo Oliveira-. Anotá eso.

– Sí, entonces más vale hablar de otras cosas, de lo que pasa en el Partido Radical. Solamente que vos… Pero es como las calesitas, siempre de vuelta a lo mismo, el caballito blanco, después el rojo, otra vez el blanco. Somos poetas, hermano.

– Unos vates bárbaros -dijo Oliveira llenando los vasos-. Gentes que duermen mal y salen a tomar aire fresco a la ventana, cosas así.

– Así que me viste, anoche.

– Dejame que piense. Primero Gekrepten se puso pesada y hubo que contemporizar. Livianito, nomás, pero en fin… Después me dormí a pata suelta, cosa de olvidarme. ¿Por qué me preguntás?

– Por nada -dijo Traveler, y aplastó la mano sobre las cuerdas. Haciendo sonar sus ganancias, la señora de Gutusso arrimó una silla y le pidió a Traveler que cantara.

– Aquí un tal Enobarbo dice que la humedad de la noche es venenosa -informó don Crespo-. En esta obra están todos piantados, a la mitad de una batalla se ponen a hablar de cosas que no tienen nada que ver.

– Y bueno -dijo Traveler-, vamos a complacer a la señora, si don Crespo no se opone. Malevaje, tangacho de Juan de Dios Filiberto. Ah, pibe, haceme acordar que te lea la confesión de Ivonne Guitry, es algo grande. Talita, andá a buscar la antología de Gardel. Está en la mesita de luz, que es donde debe estar una cosa así.

– Y de paso me la devuelve -dijo la señora de Gutusso-. No es por nada pero a mí los libros me gusta tenerlos cerca. Mi esposo es igual, le juro.

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Soy yo, soy él. Somos, pero soy yo, primeramente soy yo, defenderé ser yo hasta que no pueda más. Atalía, soy yo, Ego. Yo. Diplomada, argentina, una uña encarnada, bonita de a ratos, grandes ojos oscuros, yo. Atalía Donosi, yo. Yo. Yo-yo, carretel y piolincito. Cómico.

Manú, qué loco, irse a Casa América y solamente por divertirse alquilar este artefacto. Rewind. Qué voz, ésta no es mi voz. Falsa y forzada: «Soy yo, soy él. Somos, pero soy yo, primeramente soy yo, defenderé…» STOP. Un aparato extraordinario, pero no sirve para pensar en voz alta, o a lo mejor hay que acostumbrarse, Manú habla de grabar su famosa pieza de radioteatro sobre las señoras, no va a hacer nada. El ojo mágico es realmente mágico, las estrías verdes que oscilan, se contraen, gato tuerto mirándome. Mejor taparlo con un cartoncito. REWIND. La cinta corre tan lisa, tan parejita. VOLUME. Poner en 5 o 5 ½: «El ojo mágico es realmente mágico, las estrías verdes que os…» Pero lo verdaderamente mágico sería que mi voz dijese: «El ojo mágico juega a la escondida, las estrías rojas…» Demasiado eco, hay que poner el micrófono más cerca y bajar el volumen. Soy yo, soy él. Lo que realmente soy es una mala parodia de Faulkner. Efectos fáciles. ¿Dicta con un magnetófono o el whisky le sirve de cinta grabadora? ¿Se dice grabador o magnetófono? Horacio dice magnetófono, se quedó asombrado al ver el artefacto, dijo: «Qué magnetófono, pibe.» El manual dice grabador, los de Casa América deben saber. Misterio: Por qué Manú compra todo, hasta los zapatos, en Casa América. Una fijación, una idiotez. REWIND. Esto va a ser divertido: «…Faulkner. Efectos fáciles.» STOP. No es muy divertido volver a escucharme. Todo esto debe llevar tiempo, tiempo, tiempo. Todo esto debe llevar tiempo. REWIND. A ver si el tono es más natural: «…po, tiempo, tiempo. Todo esto debe…» Lo mismo, una voz de enana resfriada. Eso sí, ya lo manejo bien. Manú se va a quedar asombrado, me tiene tanta des confianza para los aparatos. A mí, una farmacéutica, Horacio ni siquiera se fijaría, lo mira a uno como un puré que pasa por el colador, una pasta zás que sale por el otro lado, a sentarse y a comer. ¿Rewind? No, sigamos, apaguemos la luz. Hablemos en tercera persona, a lo mejor… Entonces Talita Donosi apaga la luz y no queda más que el ojito mágico con sus estrías rojas (a lo mejor sale verde, a lo mejor sale violeta) y la brasa del cigarrillo. Calor, y Manú que no vuelve de San Isidro, las once y media. Ahí está Gekrepten en la ventana, no la veo pero es lo mismo, está en la ventana, en camisón, y Horacio delante de su mesita, con una vela, leyendo y fumando. La pieza de Horacio y Gekrepten no sé por qué es menos hotel que ésta. Estúpida, es tan hotel que hasta las cucarachas deben tener el número escrito en el lomo, y al lado se lo aguantan a don Bunche con sus tuberculosos a veinte pesos la consulta, los renguitos y los epilépticos. Y abajo el clandestino, y los tangos desafinados de la chica de los mandados. REWIND. Un buen rato, para remontar hasta por lo menos medio minuto antes. Se va contra el tiempo, a Manú le gustaría hablar de eso. Volumen 5: «…el número escrito en el lomo…» Más atrás. REWIND. Ahora: «…Horacio delante de su mesita, con una vela verde…» STOP. Mesita, mesita. Ninguna necesidad de decir mesita cuando una es farmacéutica. Merengue puro. ¡Mesita! La ternura mal aplicada. Y bueno, Talita. Basta de pavadas. REWIND. Todo, hasta que la cinta esté a punto de salirse, el defecto de esta máquina es que hay que calcular tan bien, si la cinta se escapa se pierde medio minuto enganchándola de nuevo. STOP. Justo, por dos centímetros. ¿Qué habré dicho al principio? Ya no me acuerdo pero me salía una voz de ratita asustada, el conocido temor al micrófono. A ver, volumen 5 ½ para que se oiga bien. «Soy yo, soy él. Somos, pero soy yo, primeramen…» ¿Y por qué, por qué decir eso? Soy yo, soy él, y después hablar de la mesita, y después enojarme. «Soy yo, soy él. Soy yo, soy él.»

Talita cortó el grabador, le puso la tapa, lo miró con profundo asco y se sirvió un vaso de limonada. No quería pensar en la historia de la clínica (el Director decía «la clínica mental», lo que era insensato) pero si renunciaba a pensar en la clínica (aparte de que eso de renunciar a pensar era más una esperanza que una realidad) inmediatamente ingresaba en otro orden igualmente molesto. Pensaba en Manú y Horacio al mismo tiempo, en el símil de la balanza que tan vistosamente habían manejado Horacio y ella en la casilla del circo. La sensación de estar habitada se hacía entonces más fuerte, por lo menos la clínica era una idea de miedo, de desconocido, una visión espeluznante de locos furiosos en camisón, persiguiéndose con navajas y enarbolando taburetes y patas de cama, vomitando sobre las hojas de temperatura y masturbándose ritualmente. Iba a ser muy divertido ver a Manú y a Horacio con guardapolvos blancos, cuidando a los locos. «Voy a tener cierta importancia», pensó modestamente Talita. «Seguramente el Director me confiará la farmacia de la clínica, si es que tienen una farmacia. A lo mejor es un botiquín de primeros auxilios. Manú me va a tomar el pelo como siempre.» Tendría que repasar algunas cosas, tanto que se olvida, el tiempo con su esmeril suavecito, la batalla indescriptible de cada día de ese verano, el puerto y el calor, Horacio bajando la planchada con cara de pocos amigos, la grosería de despacharla con el gato, vos tomate el tranvía de vuelta que nosotros tenemos que hablar. Y entonces empezaba un tiempo que era como un terreno baldío lleno de latas retorcidas, ganchos que podían lastimar los pies, charcos sucios, pedazos de trapo enganchados en los cardos, el circo de noche con Horacio y Manú mirándola o mirándose, el gato cada vez más estúpido o francamente genial, resolviendo cuentas entre los alaridos del público enloquecido, las vueltas a pie con paradas en los boliches para que Manú y Horacio bebieran cerveza, hablando, hablando de nada, oyéndose hablar entre ese calor y ese humo y el cansancio. Soy YO, Soy él, lo había dicho sin pensarlo, es decir que estaba más que pensado, venía de un territorio donde las palabras eran como los locos en la clínica, entes amenazadores o absurdos viviendo una vida propia y aislada, saltando de golpe sin que nada pudiera atajarlos: Soy yo, soy él, y él no era Manú, él era Horacio, el habitador, el atacante solapado, la sombra dentro de la sombra de su pieza por la noche, la brasa del cigarrillo dibujando lentamente las formas del insomnio.

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