«La dura costra mental», alcanzó a pensar Traveler. Oía confusamente que el miedo, que Horacio, que el montacargas, que la paloma; un sistema comunicable volvía a entrar poco a poco en el oído. De manera que el pobre infeliz tenía miedo de que él lo matara, era para reírse.
– ¿Te lo dijo así, che? Cuesta creerlo, vos sabes el orgullo que tiene.
– Es otra cosa -dijo Talita, quitándole el cigarrillo y chupando con una especie de avidez de cine mudo-. Yo creo que el miedo que siente es como un último refugio, el barrote donde tiene las manos prendidas antes de tirarse. Está tan contento de tener miedo esta noche, yo sé que está contento en el fondo.
– Eso -dijo Traveler, respirando como un verdadero yogi- no lo entendería la Cuca, podés estar segura. Y yo debo
estar de lo más inteligente esta noche, porque lo del miedo alegre es medio duro de tragar, vieja.
Talita se corrió un poco en la cama y se apoyó contra Traveler. Sabía que estaba otra vez de su lado, que no se había ahogado, que él la estaba sosteniendo a flor de agua y que en el fondo era una lástima, una maravillosa lástima. Los dos lo sintieron en el mismo instante, y resbalaron el uno hacia el otro como para caer en ellos mismos, en la tierra común donde las palabras y las caricias y las bocas los envolvían como la circunferencia al círculo, esas metáforas tranquilizadoras, esa vieja tristeza satisfecha de volver a ser el de siempre, de continuar, de mantenerse a flote contra viento y marea, contra el llamado y la caída.
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EL JARDIN DE FLORES
Conviene saber que un jardín planeado de manera muy rigurosa, en el estilo de los «parques a la francesa», compuesto de macizos, canteros y arriates dispuestos geométricamente, exige gran competencia y muchos cuidados.
Por el contrario, en un jardín de tipo «inglés», los fracasos del aficionado se disimularán con más facilidad. Algunos arbustos, un cuadro de césped, y una sola platabanda de flores mezcladas que se destaquen netamente, al abrigo de una pared o un seto bien orientados, son los elementos esenciales de un conjunto muy decorativo y muy práctico.
Si por desgracia algunos ejemplares no dan los resultados previstos, será fácil reemplazarlos por medio de trasplantes; no por ello se advertirá imperfección o descuido en el conjunto, pues las demás flores, dispuestas en manchas de superficie, altura y color distintos, formarán siempre un grupo satisfactorio para la vista.
Esta manera de plantar, muy apreciada en Inglaterra y los Estados Unidos, se designa con el nombre de mixed border, es decir, «cantero mezclado». Las flores así dispuestas, que se mezclan, se confunden y desbordan una sobre otras como si hubieran crecido espontáneamente, darán a su jardín un aspecto campestre y natural, mientras que las plantaciones alineadas, en cuadrados y en círculos, tienen siempre un carácter artificial y exigen una perfección absoluta.
Así, por razones tanto prácticas como estéticas, cabe aconsejar el arreglo en mixed border al jardinero aficionado.
Almanaque Haehette
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– Están riquísimas -dijo Gekrepten-. Ya me comí dos mientras las freía, son una verdadera espuma, creeme.
– Cebá otro amargo, vieja -dijo Oliveira.
– En seguida, amor. Esperá que primero te cambio la compresa de agua fría.
– Gracias. Es muy raro comer tortas fritas con los ojos tapados, che. Así deben entrenar a los puntos que van a descubrirnos el cosmos.
– ¿Los que van volando a la luna en esos aparatos, no? Los meten en una cápsula o algo así, ¿verdad?
– Sí, y les dan tortas fritas con mate.
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La manía de las citas en Morelli:
«Me costaría explicar la publicación, en un mismo libro, de poemas y de una denegación de la poesía, del diario de un muerto y de las notas de un prelado amigo mío…»
Georges Bataille, Haine de la poésie.
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Morelliana.
Si el volumen o el tono de la obra pueden llevar a creer que el autor intentó una suma, apresurarse a señalarle que está ante la tentativa contraria, la de una resta implacable.
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A la Maga y a mí nos ocurre a veces profanar nuestros recuerdos. Depende de tan poco, el malhumor de una tarde, la angustia de lo que puede ocurrir si empezamos a mirarnos en los ojos. Poco a poco, al azar de un diálogo que es como un trapo en jirones, empezamos a acordarnos. Dos mundos distantes, ajenos, casi siempre inconciliables, entran en nuestras palabras, y como de común acuerdo nace la burla. Suelo empezar yo, acordándome con desprecio de mi antiguo culto ciego a los amigos, de lealtades mal entendidas y peor pagadas, de estandartes llevados con una humilde obstinación a las ferias políticas, a las palestras intelectuales, a los amores fervorosos. Me río de una honradez sospechosa que tantas veces sirvió para la desgracia propia o ajena, mientras por debajo las traiciones y las deshonestidades tejían sus telas de araña sin que pudiera impedirlo, simplemente consintiendo que otros, delante de mí, fueran traidores o deshonestos sin que yo hiciera nada por impedirlo, doblemente culpable. Me burlo de mis tíos de acrisolada decencia, metidos en la mierda hasta el pescuezo donde todavía brilla el cuello duro inmaculado. Se caerían de espaldas si supieran que están nadando en plena bosta, convencidos el uno en Tucumán, y el otro en Nueve de Julio de que son un dechado de argentinidad acrisolada (son las palabras que usan). Y sin embargo tengo buenos recuerdos de ellos. Y sin embargo pisoteo esos recuerdos en los días en que la Maga y yo tenemos la mufa de París y queremos hacernos daño.
Cuando la Maga deja de reírse para preguntarme por qué digo esas cosas de mis dos tíos, me gustaría que estuvieran allí, escuchando detrás de la puerta como el viejo del quinto piso. Preparo con cuidado la explicación, porque no quiero ser injusto ni exagerado. Quiero también que le sirva para algo a la Maga, que jamás ha sido capaz de entender las cuestiones morales (como Etienne, pero de una manera menos egoísta; simplemente porque sólo cree en la responsabilidad en presente, en el momento mismo en que hay que ser bueno, o noble; en el fondo, por razones tan hedónicas y egoístas como las de Etienne).
Entonces le explico que mis dos honradísimos tíos son dos argentinos perfectos como se entendía en 1915, época cenital de sus vidas entre agropecuarias y oficinescas. Cuando se habla de esos «criollos de otros tiempos», se habla de antisemitas, de xenófobos, de burgueses arraigados a una nostalgia de la estanzuela con chinitas cebando mate por diez pesos mensuales, con sentimientos patrios del más puro azul y blanco, gran respeto por todo lo militar y expedición al desierto, con camisas de plancha por docenas aunque no alcance el sueldo para pagarle a fin de mes a ese ser abyecto que toda la familia llama «el ruso» y a quien se trata a gritos, amenazas, y en el mejor de los casos con frases de perdonavidas. Cuando la Maga empieza a compartir esta visión (de lo que personalmente no ha tenido jamás la menor idea) me apresuro a demostrarle que dentro de ese cuadro general mis dos tíos y sus respectivas familias son gentes llenas de excelentes cualidades. Abnegados padres e hijos, ciudadanos que concurren a los comicios y leen los diarios más ponderados, funcionarios diligentes y muy queridos por sus jefes y compañeros, gente capaz de velar noches enteras al lado de un enfermo, o hacer una gauchada a cualquiera. La Maga me mira perpleja, temiendo que me burle de ella. Tengo que insistir, explicarle porque quiero tanto a mis tíos, por qué sólo a veces, cuando estamos hartos de las calles o del tiempo, me ocurre sacarles los trapos a la sombra y pisotear los recuerdos que todavía me quedan de ellos. Entonces la Maga se anima un poco y empieza a hablarme mal de su madre, a la que quiere y detesta en proporciones dependientes del momento. A veces me aterra cómo puede volver a referirse a un episodio de infancia que otras veces me ha contado riéndose como si fuera muy gracioso, y que de golpe es un nudo siniestro, una especie de pantano de sanguijuelas y garrapatas que se persiguen y se chupan. En esos momentos la cara de la Maga se parece a la de un zorro, se le afinan las aletas de la nariz, palidece, habla entrecortadamente, retorciéndose las manos y jadeando, y como de un globo de chewing-gum enorme y obsceno empieza a asomar la cara fofa de la madre, el cuerpo mal vestido de la madre, la calle suburbana donde la madre se ha quedado como una escupidera vieja en un baldío, la miseria donde la madre es una mano que pasa un trapo grasiento por las cacerolas. Lo malo es que la Maga no puede seguir mucho rato, en seguida se larga a llorar, esconde la cara contra mí, se acongoja a un punto increíble, hay que preparar té, olvidarse de todo, irse por ahí o hacer el amor, sin los tíos ni la madre hacer el amor, casi siempre eso o dormir, pero casi siempre eso.