Ahora bien, he aquí un ejemplo:
A) El país que en un suponer tiene 1000 kilómetros cuadrados, ha de tener 1000 cañones; el país que en un suponer tiene 5000 kilómetros cuadrados, ha de tener 5000 cañones; etc.
(En esto se ha de comprender 1 cañón por cada kilómetro cuadrado);
B) El país que en un suponer tiene 1000 kilómetros cuadrados, ha de tener 2000 fusiles; el país que en un suponer tiene 5000 kilómetros cuadrados, ha de tener 10.000 fusiles; etc.
(En esto se han de comprender 2 fusiles por cada kilómetro cuadrado); etc.
Este ejemplo ha de comprender a todos los respectivos países que existen: Francia tiene 2 fusiles por cada kilómetro suyo; España, ídem; Bélgica, ídem; Rusia, ídem; Norteamérica, ídem; Uruguay, ídem; China, ídem; etc.; y también ha de comprender a todas las clases de armas de guerra que existen: a) tanques; b) ametralladoras; c) bombas terroríficas; fusiles; etc.
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RIESGOS DEL CIERRE RELÁMPAGO
El British Medical Journal informa sobre una nueva clase de accidentes que pueden sufrir los niños. Dicho accidente es causado por el empleo de cierre relámpago en lugar de botones en la bragueta de los pantalones (escribe nuestro corresponsal de medicina).
El peligro está en que el prepucio quede atrapado por el cierre. Ya se han registrado dos casos. En ambos hubo que practicar la circuncisión para liberar al niño.
El accidente tiene más probabilidades de ocurrir cuando el niño va solo al retrete. Al tratar de ayudarlo, los padres pueden empeorar las cosas tirando del cierre en sentido equivocado, pues el niño no está en condiciones de explicar si el accidente se ha producido al tirar del cierre hacia arriba o hacia abajo. Si el niño ya ha sido circuncidado, el daño puede ser mucho más grave.
El médico sugiere que cortando la parte inferior del cierre con alicates o tenazas se pueden separar fácilmente las dos mitades. Pero habrá que practicar una anestesia local para extraer la parte incrustada en la piel.
The Observer, Londres
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– Qué te parece si ingresamos en la corporación nacional de los monjes de la oración del santiguamiento.
– Entre eso y entrar en el presupuesto de la nación…
– Tendríamos ocupaciones formidables -dijo Traveler, observando la respiración de Oliveira-. Me acuerdo perfectamente, nuestras obligaciones serían las de rezar o santiguar a personas, a objetos, y a esas regiones tan misteriosas que Ceferino llama lugares de parajes.
– Este debe ser uno -dijo Oliveira como desde lejos-. Es un lugar de paraje clavado, hermanito.
– Y también santiguaríamos a los sembrados de vegetales, y a los novios mal afectados por un rival.
– Llamalo a Cefe -dijo la voz de Oliveira desde algún lugar de paraje-. Cómo me gustaría… Che, ahora que lo pienso, Cefe es uruguayo.
Traveler no le contestó nada, y miró a Ovejero que entraba y se inclinaba para tomar el pulso de la histeria matinensis yugulata.
– Monjes que han de combatir siempre todo mal espiritual -dijo distintamente Oliveira.
– Ahá -dijo Ovejero para alentarlo.
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Y mientras alguien como siempre explica alguna cosa, yo no sé por qué estoy en el café, en todos los cafés, en el Elephant amp; Castle, en el Dupont Barbès, en el Sacher, en el Pedrocchi, en el Gijón, en el Greco, en el Café de la Paix, en el Café Mozart, en el Florian, en el Capoulade, en Les Deux Magots, en el bar que saca las sillas a la plaza del Colleone, en el café Dante a cincuenta metros de la tumba de los Escalígeros y la cara como quemada por las lágrimas de Santa María Egipcíaca en un sarcófago rosa, en el café frente a la Giudecca, con ancianas marquesas empobrecidas que beben un té minucioso y alargado con falsos embajadores polvorientos, en el Jandilla, en el Floccos, en el Cluny, en el Richmond de Suipacha, en El Olmo, en la Closerie des Lilas, en el Stéphane (que está en la rue Mallarmé), en el Tokio (que está en Chivilcoy), en el café Au Chien qui Fume, en el Opern Café, en el Dôme, en el Café du Vieux Port, en los cafés de cualquier lado donde
We make our meek adjustments,
Contented with such random consolations
As the wind deposits
In slithered and too ample pockets.
Hart Crane dixit. Pero son más que eso, son el territorio neutral para los apátridas del alma, el centro inmóvil de la rueda desde donde uno puede alcanzarse a sí mismo en plena carrera, verse entrar y salir como un maníaco, envuelto en mujeres o pagarés o tesis epistemológicas, y mientras revuelve el café en la tacita que va de boca en boca por el filo de los días, puede desapegadamente intentar la revisión y el balance, igualmente alejado del yo que entró hace una hora en el café y del yo que saldrá dentro de otra hora. Autotestigo y autojuez, autobiógrafo irónico entre dos cigarrillos.
En los cafés me acuerdo de los sueños, un no man’s land suscita el otro; ahora me acuerdo de uno, pero no, solamente me acuerdo de que debí soñar algo maravilloso y que al final me sentía como expulsado (o yéndome, pero a la fuerza) del sueño que irremediablemente quedaba a mis espaldas. No sé si incluso se cerraba una puerta detrás de mí, creo que sí; de hecho se establecía una separación entre lo ya soñado (perfecto, esférico, concluido) y el ahora. Pero yo seguía durmiendo, lo de la expulsión y la puerta cerrándose también lo soñé. Una certidumbre sola y terrible dominaba ese instante de tránsito dentro del sueño: saber que irremisiblemente esa expulsión comportaba el olvido total de la maravilla previa. Supongo que la sensación de puerta cerrándose era eso, el olvido fatal e instantáneo. Lo más asombroso es acordarme también de haber soñado que me olvidaba del sueño anterior, y de que ese sueño tenía que ser olvidado (yo expulsado de su esfera concluida).
Todo eso tendrá, me imagino, una raíz edénica. Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. De golpe comprendo mejor el espantoso gesto del Adán de Masaccio. Se cubre el rostro para proteger su visión, lo que fue suyo; guarda en esa pequeña noche manual el Último paisaje de su paraíso. Y llora (porque el gesto es también el que acompaña el llanto) cuando se da cuenta de que es inútil, que la verdadera condena es eso que ya empieza: el olvido del Edén, es decir la conformidad vacuna, la alegría barata y sucia del trabajo y el sudor de la frente y las vacaciones pagas.
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