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– Es postulable -dijo Oliveira-. La partida infinita.

– Gana el que conquista el centro. Desde ahí se dominan todas las posibilidades, y no tiene sentido que el adversario se empeñe en seguir jugando. Pero el centro podría estar en una casilla lateral, o fuera del tablero.

– O en un bolsillo del chaleco.

– Figuras -dijo Morelli-. Tan difícil escapar de ellas, con lo hermosas que son. Mujeres mentales, verdad. Me hubiera gustado entender mejor a Mallarmé, su sentido de la ausencia y del silencio era mucho más que un recurso extremo, un impasse metafísico. Un día, en Jerez de la Frontera, oí un cañonazo a veinte metros y descubrí otro sentido del silencio. Y esos perros que oyen el silbato inaudible para nosotros… Usted es pintor, creo.

Las manos andaban por su lado, recogiendo, uno a uno los cuadernillos, alisando algunas hojas arrugadas. De cuando en cuando, sin dejar de hablar, Morelli echaba una ojeada a una de las páginas y la intercalaba en los cuadernillos sujetos con clips. Una o dos veces sacó un lápiz del bolsillo del piyama y numeró una hoja.

– Usted escribe, supongo.

– No -dijo Oliveira-. Qué voy a escribir, para eso hay que tener alguna certidumbre de haber vivido.

– La existencia precede a la esencia -dijo Morelli sonriendo.

– Si quiere. No es exactamente así, en mi caso.

– Usted se está cansando -dijo Etienne-. Vámonos, Horacio, si te largás a hablar… Lo conozco, señor, es terrible.

Morelli seguía sonriendo, y juntaba las páginas, las miraba, parecía identificarlas y compararlas. Resbaló un poco, buscando mejor apoyo para la cabeza. Oliveira se levantó.

– Es la llave del departamento -dijo Morelli-. Me gustaría, realmente.

– Se va a armar un lío bárbaro -dijo Oliveira.

– No, es menos difícil de lo que parece. Las carpetas los ayudarán, hay un sistema de colores, de números y de letras. Se comprende en seguida. Por ejemplo, este cuadernillo va a la carpeta azul, a una parte que yo llamo el mar, pero eso es al margen, un juego para entenderme mejor. Número 52: no hay más que ponerlo en su lugar, entre el 51 y el 53. Numeración arábiga, la cosa más fácil del mundo.

– Pero usted podrá hacerlo en persona dentro de unos días -dijo Etienne.

– Duermo mal. Yo también estoy fuera de cuadernillo. Ayúdenme, ya que vinieron a verme. Pongan todo esto en su sitio y me sentiré tan bien aquí. Es un hospital formidable.

Etienne miraba a Oliveira, y Oliveira, etcétera. La sorpresa imaginable. Un verdadero honor, tan inmerecido.

– Después hacen un paquete con todo, y se lo mandan a Pakú. Editor de libros de vanguardia, rue de l’Arbre Sec. ¿Sabían que Pakú es el nombre arcadio de Hermes? Siempre me pareció… Pero hablaremos otro día.

– Póngale que metamos la pata -dijo Oliveira- y que le armemos una confusión fenomenal. En el primer tomo había una complicación terrible, éste y yo hemos discutido horas sobre si no se habrían equivocado al imprimir los textos.

– Ninguna importancia -dijo Morelli-. Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. Liber Fulguralis, hojas mánticas, y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto. Una broma de Hermes Pakú, alado hacedor de triquiñuelas y añagazas. ¿Le gustan esas palabras?

– No -dijo Oliveira-. Ni triquiñuela ni añagaza. Me parecen bastante podridas las dos.

– Hay que tener cuidado -dijo Morelli, cerrando los ojos-. Todos andamos detrás de la pureza, reventando las viejas vejigas pintarrajeadas. Un día José Bergamín casi se cae muerto cuando me permití desinflarle dos páginas, probándole que… Pero cuidado, amigos, a lo mejor lo que llamamos pureza…

– El cuadrado de Malevich -dijo Etienne.

– Ecco. Decíamos que hay que pensar en Hermes, dejarlo que juegue. Tomen, ordenen todo esto, ya que vinieron a verme. Tal vez yo pueda ir por allá y echar un vistazo.

– Volveremos mañana, si usted quiere.

– Bueno, pero ya habré escrito otras cosas. Los voy a volver locos, piénsenlo bien. Tráiganme Gauloises.

Etienne le pasó su paquete. Con la llave en la mano, Oliveira no sabía qué decir. Todo estaba equivocado, eso no tendría que haber sucedido ese día, era una inmunda jugada del ajedrez de sesenta piezas, la alegría inútil en mitad de la peor tristeza, tener que rechazarla como a un mosca, preferir la tristeza cuando lo único que le llegaba hasta las manos era esa llave a la alegría, un paso a algo que admiraba y necesitaba, una llave que abría la puerta de Morelli, y en mitad de la alegría sentirse triste y sucio, con la piel cansada y los ojos legañosos, oliendo a noche sin sueño, a ausencia culpable, a falta de distancia para comprender si había hecho bien todo lo que había estado haciendo o no haciendo esos días, oyendo el hipo de la Maga, los golpes en el techo, aguantando la lluvia helada en la cara, el amanecer sobre el Pont Marie, los eructos agrios de un vino mezclado con caña y con vodka y con más vino, la sensación de llevar en el bolsillo una mano que no era suya, una mano de Rocamadour, un pedazo de noche chorreando baba, mojándole los muslos, la alegría tan tarde o a lo mejor demasiado pronto, todavía inmerecida, pero entonces, tal vez, vielleicht, maybe, forse, peut-être, ah mierda, mierda, hasta mañana maestro, mierda mierda infinitamente mierda, sí, a la hora de visita, interminable obstinación de la mierda por la cara y por el mundo, mundo de mierda, le traeremos fruta, archimierda de contramierda, supermierda de inframierda, remierda de recontramierda, dans cet hôpital Laennec découvrit l’auscultation: a lo mejor todavía… Una llave, figura inefable. Una llave. Todavía, a lo mejor, se podía salir a la calle y seguir andando, una llave en el bolsillo. A lo mejor todavía, una llave de Morelli, una vuelta de llave y entrar en otra cosa, a lo mejor todavía.

– En el fondo es un encuentro póstumo, días más o menos -dijo Etienne en el café.

– Andate -dijo Oliveira-. Está muy mal que te deje caer así, pero mejor andate. Avisales a Ronald y a Perico, nos encontramos a las diez en casa del viejo.

– Mala hora -dijo Etienne-. La portera no nos va a dejar pasar.

Oliveira sacó la llave, la hizo girar bajo un rayo de sol, se la entregó como si rindiera una ciudad.

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Es increíble, (de un pantalón puede salir cualquier cosa, pelusas, relojes, recortes, aspirinas carcomidas, en una de esas metés la mano para sacar el pañuelo y por la cola sacas una rata muerta, son cosas perfectamente posibles. Mientras iba a buscar a Etienne, todavía perjudicado por el sueño del pan y otro recuerdo de sueño que de golpe se le presentaba como se presenta un accidente callejero, de golpe zás, nada que hacerle, Oliveira había metido la mano en el bolsillo de su pantalón de pana marrón, justo en la esquina del boulevard Raspail y Montparnasse, medio mirando al mismo tiempo el sapo gigantesco retorcido en su robe de chambre, Balzac Rodin o Rodin Balzac, mezcla inextricable de dos relámpagos en su broncosa helicoide, y la mano había salido con un recorte de farmacias de turno en Buenos Aires y otro que resultó una lista de anuncios de videntes y cartománticas. Era divertido enterarse de que la señora Colomier, vidente húngara (que a lo mejor era una de las madres de Gregorovius) vivía en la rue des Abbesses y que poseí a secrets des bohèmes pour d’affections perdues. De ahí se podía pasar gallardamente a la gran promesa: Désenvoûtements, tras de lo cual la referencia a la voyance sur photo parecia ligeramente irrisoria. A Etienne, orientalista amateur, le hubiera interesado saber que el profesor Mihn vs offre le vérit. Talisman de l’Arbre Sacré de l’Inde. Broch. c. I. NF timb. B.P.27, Cannes. Cómo no asombrarse de la existencia de Mme. Sanson, Médium-Tarots, prédict. étonnantes, 23 rue Hermel (sobre todo porque Hermel, que a lo mejor había sido un zoólogo, tenía nombre de alquimista), y descubrir con orgullo sudamericano la rotunda proclama de Anita, cartes, dates précises, de Joana-Jopez (sic), secrets indiens, tarots espagnols, y de Mme. Juanita, voyante par domino, coguillage, fleur. Había que ir sin falta con la Maga a ver a Mme. Juanita. Coquillage, fleur! Pero no con la Maga, ya no. A ler Maga le hubiera gustado conocer el destino por las flores. Seule MARZAK prouve retour affection. ¿Pero qué necesidad de probar nada? eso se sabe en seguida. Mejor el tono científico de Jane de Nys, reprend ses VISIONS exactes sur photogr. cheveux, écrit. Tour magnétiste intégral. A la altura del cementerio de Montparnasse, después de hacer una bolita, Oliveira calculó atentamente y mandó a las adivinas a juntarse con Baudelaire del otro lado de la tapia, con Devéria, con Aloysius Bertrand, con gentes dignas de que las videntes les miraran las manos, que Mme. Frédérika, la uoyante de l’élite parisienne et internationale, célèbre par ses prédictions dans la presse et la radio mondiales, de retour de Cannes. Che, y con Barbey d’Aurevilly, que las hubiera hecho quemar a todas si hubiera podido, y también, claro que sí, también Maupassant, ojalá que la bolita de papel hubiera caído sobre la tumba de Maupassant o de Aloysius Bertrand, pero eran cosas que no podían saberse desde afuera.

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