Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

– Che Oliveira, ¿por qué no baja a tomar café? -proponía Ferraguto con visible desagrado de Ovejero-. Ya ganó la apuesta, ¿no le parece? Mírela a la Cuca, está más inquieta…

– No se aflija, señora -dijo Oliveira-. Usted, con su experiencia del circo, no se me va a achicar por pavadas.

– Ay, Oliveira, usted y Traveler son terribles -dijo la Cuca -. ¿Por qué no hace como dice mi esposo? Justamente yo pensaba que tomáramos café todos juntos.

– Si, che, vaya bajando -dijo Ovejero como casualmente-. Me gustaría consultarle un par de cosas sobre unos libros en francés.

– De aquí se oye muy bien -dijo Oliveira-.

– Está bien, viejo -dijo Ovejero-. Usted baje cuando quiera, nosotros nos vamos a desayunar.

– Con medialunas fresquitas -dijo la Cuca -. ¿Vamos a preparar café, Talita?

– No sea idiota -dijo Talita, y en el silencio extraordinario que siguió a su admonición, el encuentro de las miradas de Traveler y Oliveira fue como si dos pájaros chocaran en pleno vuelo y cayeran enredados en la casilla nueve, o por lo menos así lo disfrutaron los interesados. A todo esto la Cuca y Ferraguto respiraban agitadamente, y al final la Cuca abrió la boca para chillar: «¿Pero qué significa esa insolencia?», mientras Ferraguto sacaba pecho y miraba de arriba abajo a Traveler que a su vez miraba a su mujer con una mezcla de admiración y censura, hasta que Ovejero encontró la salida científica apropiada y dijo secamente: «Histeria matinensis yugolata, entremos que le voy a dar unos comprimidos», a tiempo que el 18, violando las órdenes de Remorino, salía al patio para anunciar que la 31 estaba descompuesta y que llamaban por teléfono de Mar del Plata. Su expulsión violenta a cargo de Remorino ayudó a que los administradores y Ovejero evacuaran el patio sin excesiva pérdida de prestigio.

– Ay, ay, ay -dijo Oliveira, balanceándose en la ventana-, y yo que creía que las farmacéuticas eran tan educadas.

– ¿Vos te das cuenta? -dijo Traveler-. Estuvo gloriosa.

– Se sacrificó por mí -dijo Oliveira-. La otra no se lo va a perdonar ni en el lecho de muerte.

– Para lo que me importa -dijo Talita-. «Con medialunas fresquitas», date cuenta un poco.

– ¿Y Ovejero, entonces? -dijo Traveler-. ¡Libros en francés! Che, pero lo único que faltaba era que te quisieran tentar con una banana. Me asombra que no los hayas mandado al cuerno.

Era así, la armonía duraba increíblemente, no había palabras para contestar a la bondad de esos dos ahí abajo, mirándolo y hablándole desde la rayuela, porque Talita estaba parada sin darse cuenta en la casilla tres, y Traveler tenía un pie metido en la seis, de manera que lo único que él podía hacer era mover un poco la mano derecha en un saludo tímido y quedarse mirando a la Maga, a Manú, diciéndose que al fin y al cabo algún encuentro había, aunque no pudiera durar más que ese instante terriblemente dulce en el que lo mejor sin lugar a dudas hubiera sido inclinarse apenas hacia fuera y dejarse ir, paf se acabó.

(-135)

DE OTROS LADOS

(Capítulos prescindibles)

57

– Estoy refrescando algunas nociones para cuando llegue Adgalle. ¿Qué te parece si la llevo una noche al Club? A Etienne y a Ronald les va encantar, es tan loca.

– Llevala.

– A vos también te hubiera gustado.

– ¿Por qué hablás como si me hubiera muerto?

– No sé -dijo Ossip-. La verdad, no sé. Pero tenés una facha.

– Esta mañana le estuve contando a Etienne unos sueños muy bonitos. Ahora mismo se me estaban mezclando con otros recuerdos mientras vos disertabas sobre el entierro con palabras tan sentidas. Realmente debe haber sido una ceremonia emotiva, che. Es muy raro poder estar en tres partes a la vez, pero esta tarde me pasa eso, debe ser la influencia de Morelli. Sí, sí, ya te voy a contar. En cuatro partes a la vez, ahora que lo pienso. Me estoy acercando a la ubicuidad, de ahí a volverse loco… Tenés razón, probablemente no conoceré a Adgalle, me voy a ir al tacho mucho antes.

– Justamente el Zen explica las posibilidades de una preubicuidad, algo como lo que vos has sentido, si lo has sentido.

– Clarito, che. Vuelvo de cuatro partes simultáneas: El sueño de esta mañana, que sigue vivito y coleando. Unos interludios con Pola que te ahorro, tu descripción tan vistosa del sepelio del chico, y ahora me doy cuenta de que al mismo tiempo yo le estaba contestando a Traveler, un amigo de Buenos Aires que en su puta vida entendió unos versos míos que empezaban así, fijate un poco: «Yo entresueño, buzo de lavabos.» Y es tan fácil, si te fijás un poco, a lo mejor vos lo comprendés. Cuando te despertás, con los restos de un paraíso entrevisto en sueños, y que ahora te cuelgan como el pelo de un ahogado: una náusea terrible, ansiedad, sentimiento de lo precario, lo falso, sobre todo lo inútil. Te caés hacia adentro, mientras te cepillás los dientes sos verdaderamente un buzo de lavabos, es como si te absorbiera el lavatorio blanco, te fueras resbalando por ese agujero que se te lleva el sarro, los mocos, las lagañas, las costras de caspa, la saliva, y te vas dejando ir con la esperanza de quizá volver a lo otro, a eso que eras antes de despertar y que todavía flota, todavía está en vos, es vos mismo, pero empieza a irse… Sí, te caés por un momento hacia adentro, hasta que las defensas de la vigilia, oh la bonita expresión, oh lenguaje, se encargan de detener.

– Experiencia típicamente existencial -dijo Gregorovius, petulante.

– Seguro, pero todo depende de la dosis. A mí el lavabo me chupa de verdad, che.

(-70)

58

– Hiciste muy bien en venir -dijo Gekrepten, cambiando la yerba-. Aquí en casa estás mucho mejor, cuantimás que allá el ambiente, qué querés. Te tendrías que tomar dos o tres días de descanso.

– Ya lo creo -dijo Oliveira-. Y mucho más que eso, vieja. Las tortas fritas están sublimes.

– Qué suerte que te gustaron. No me comas muchas que te vas a empachar.

– No hay problema -dijo Ovejero, encendiendo un cigarrillo-. Usted ahora me va a dormir una buena siesta, y esta noche ya está en condiciones de mandarse una escalera real y varios póker de ases.

– No te muevas -dijo Talita-. Es increíble cómo no sabés quedarte quieto.

– Mi esposa está tan disgustada -dijo Ferraguto.

– Servite otra torta frita -dijo Gekrepten.

– No le den más que jugo de frutas -mandó Ovejero.

– Corporación nacional de los doctos en ciencias de lo idóneo y sus casas de ciencias -se burló Oliveira.

– En serio, che, no me coma nada hasta mañana -dijo Ovejero.

– Esta que tiene mucho azúcar -dijo Gekrepten.

– Tratá de dormir -dijo Traveler.

– Che Remorino, quedate cerca de la puerta y no dejés que el 18 venga a fastidiarlo -dijo Ovejero-. Se ha agarrado un camote bárbaro y no habla más que de una pistola no sé cuántos.

– Si querés dormir entorno la persiana -dijo Gekrepten-, así no se oye la radio de don Crespo.

– No, dejala -dijo Oliveira-. Están pasando algo de Falú.

– Ya son las cinco -dijo Talita-. ¿No querés dormir un poco?

– Cambiale otra vez la compresa -dijo Traveler-, se ve que eso lo alivia.

– Ya está medio lavado -dijo Gekrepten-. ¿Querés que baje a comprar Noticias Gráficas?

– Bueno -dijo Oliveira-. Y un atado de cigarrillos.

– Le costó dormirse -dijo Traveler- pero ahora va a seguir viaje toda la noche, Ovejero le dio una dosis doble.

– Portate bien, tesoro -dijo Gekrepten-, yo vuelvo en seguida. Esta noche. comemos asado de tira, ¿querés?

82
{"b":"125398","o":1}