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– ¿Un renunciamiento laico, vamos a decirle así?

– Tampoco. No renuncio a nada, simplemente hago todo lo que puedo para que las cosas me renuncien a mí. ¿No sabías que para abrir un agujerito hay que ir sacando la tierra y tirándola lejos?

– Pero el derecho de ciudad, entonces…

– Exactamente, ahí estás poniendo el dedo. Acordate del dictum: Nous ne sommes pas au monde. Y ahora sacale punta, despacito.

– ¿Una ambición de tabla rasa y vuelta a empezar, entonces?

– Un poquitito, una nadita de eso, un chorrito apenas, una insignificancia, oh transilvanio adusto, ladrón de mujeres en apuros, hijo de tres necrománticas.

– Vos y los otros… -murmuró Gregorovius, buscando la pipa-. Qué merza, madre mía. Ladrones de eternidad, embudos del éter, mastines de Dios, nefelibatas. Menos mal que uno es culto y puede enumerarlos. Puercos astrales.

– Me honrás con esas calificaciones -dijo Oliveira-. Es la prueba de que vas entendiendo bastante bien.

– Bah, yo prefiero respirar el oxígeno y el hidrógeno en las dosis que manda el Señor. Mis alquimias son mucho menos sutiles que las de ustedes; a mí lo único que me interesa es la piedra filosofal. Una bicoca al lado de tus embudos y tus lavabos y tus sustracciones ontológicas.

– Hacía tanto que no teníamos una buena charla metafísica, ¿eh? Ya no se estila entre amigos, pasa por snob. Ronald, por ejemplo, les tiene horror. Y Etienne no sale del espectro solar. Se está bien aquí con vos.

– En realidad podríamos haber sido amigos -dijo Gregorovius- si hubiera algo de humano en vos. Me sospecho que Lucía te lo debe haber dicho más de una vez.

– Cada cinco minutos exactamente. Hay que ver el jugo que le puede sacar la gente a la palabra humano. Pero la Maga, ¿por qué no se quedó con vos que resplandecés de humanidad?

– Porque no me quiere. Hay de todo en la humanidad.

– Y ahora se va a volver a Montevideo, y va a recaer en esa vida de…

– A lo mejor se fue a Lucca. En cualquier lado va a estar mejor que con vos. Lo mismo que Pola, o yo, o el resto. Perdoná la franqueza.

– Pero si está tan bien, Ossip Ossipovich. ¿Para qué nos vamos a engañar? No se puede vivir cerca de un titiritero de sombras, de un domador de polillas. No se puede aceptar a un tipo que se pasa el día dibujando con los anillos tornasolados que hace el petróleo en el agua del Sena. Yo, con mis candados y mis llaves de aire, yo, que escribo con humo. Te ahorro la réplica porque la veo venir: No hay sustancias más letales que esas que se cuelan por cualquier parte, que se respiran sin saberlo, en las palabras o en el amor o en la amistad. Ya va siendo tiempo de que me dejen solo, solito y solo. Admitirás que no me ando colgando de los levitones. Rajá, hijo de Bosnia. La próxima vez que me encontrés en la calle no me conozcas.

– Estás loco, Horacio. Estás estúpidamente loco, porque se te da la gana.

Oliveira sacó del bolsillo un pedazo de diario que estaba ahí vaya a saber desde cuándo: una lista de las farmacias de turno. Que atenderán al público desde las 8 del lunes hasta la misma hora del martes.

– Primera sección -leyó-. Reconquista 446 (31-5488), Córdoba 366 (32-8845), Esmeralda 599 (31-1700), Sarmiento 581 (32-2021).

– ¿Qué es eso?

– Instancias de realidad. Te explico: Reconquista, una cosa que le hicimos a los ingleses. Córdoba, la docta. Esmeralda, gitana ahorcada por el amor de un arcediano. Sarmiento, se tiró un pedo y se lo llevó el viento. Segundo cuplé: Reconquista, calle de turras y restaurantes libaneses. Córdoba, alfajores estupendos. Esmeralda, un río colombiano. Sarmiento, nunca faltó a la escuela. Tercer cuplé: Reconquista, una farmacia. Esmeralda, otra farmacia. Sarmiento, otra farmacia. Cuarto cuplé…

– Y cuando insisto en que estás loco, es porque no le veo la salida a tu famoso renunciamiento.

– Florida 620 (31-2200).

– No fuiste al entierro porque aunque renuncies a muchas cosas, ya no los capaz de mirar en la cara a tus amigos.

– Hip6lito Yrigoyen 749 (34-0936).

– Y Lucía está mejor en el fondo del río que en tu cama.

– Bolívar 800. El teléfono está medio borrado. Si a los del barrio se les enferma el nene, no van a poder conseguir la terramicina.

– En el fondo del río, sí.

– Corrientes 1117 (35-1468).

– O en Lucca, o en Montevideo.

– O en Rivadavia 1301 (38-7841).

– Guardá esa lista para Pola -dijo Gregorovius, levantándose-. Yo me voy, vos hacé lo que quieras. No estás en tu casa, pero como nada tiene realidad, y hay que partir ex nihil, etcétera… Disponé a tu gusto de todas estas ilusiones. Bajo a comprar una botella de aguardiente.

Oliveira lo alcanzó al lado de la puerta y le puso la mano abierta sobre el hombro.

– Lavalle 2099 -dijo, mirándolo en la cara y sonriendo-. Cangallo 1501. Pueyrredón 53.

– Faltan los teléfonos -dijo Gregorovius.

– Empezás a comprender -dijo Oliveira sacando la mano-. Vos en el fondo te das cuenta de que ya no puedo decirte nada, ni a vos ni a nadie.

A la altura del segundo piso los pasos se detuvieron. «Va a volver», pensó Oliveira. «Tiene miedo de que le queme la cama o le corte las sábanas. Pobre Ossip.» Pero después de un momento los zapatos siguieron escalera abajo.

Sentado en la cama, miró los papeles del cajón de la mesa de luz. Una novela de Pérez Galdós, una factura de la farmacia. Era la noche de las farmacias. Unos papeles borroneados con lápiz La Maga se había llevado todo, quedaba un olor de antes, el empapelado de las paredes, la cama con el acolchado a rayas. Una novela de Galdós, qué idea. Cuando no era Vicki Baum era Roger Martin du Gard, y de ahí el salto inexplicable a Tristan L’Hermite, horas enteras repitiendo por cualquier motivo «les rêves de 1’eau qui songe», o una plaqueta con pantungs, o los relatos de Schwitters, una especie de rescate, de penitencia en lo más exquisito y sigiloso, hasta de golpe recaer en John Dos Passos y pasarse cinco días tragando enormes raciones de letra impresa.

Los papeles borroneados eran una especie de carta.

(-32)

32

Bebé Rocamadour, bebé, mon bebé. Rocamadour:

Rocamadour, ya sé que es como un espejo. Estás durmiendo o mirándote los pies. Yo aquí sostengo un espejo y creo que sos vos. Pero no lo creo, te escribo porque no sabes leer. Si supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes. Alguna vez tendré que escribirte que te portes bien o que te abrigues. Parece increíble que alguna vez, Rocamadour. Ahora solamente te escribo en el espejo, de vez en cuando tengo que secarme el dedo porque se moja de lágrimas. ¿ Por qué, Rocamadour? No estoy triste, tu mamá es una pavota, se me fue al fuego el borsch que había hecho para Horacio; vos sabés quién es Horacio, Rocamadour, el señor que el domingo te llevó el conejito de terciopelo y que se aburría mucho porque vos y yo nos estábamos diciendo tantas cosas y él quería volver a París; entonces te pusiste a llorar y él te mostró como el conejito movía las orejas; en ese momento estaba hermoso, quiero decir Horacio, algún día comprenderás, Rocamadour.

Rocamadour, es idiota llorar así porque el borsch se ha ido al fuego. La pieza está llena de remolacha, Rocamadour, te divertirías si vieras los pedazos de remolacha y la crema, todo tirado por el suelo. Menos mal que cuando venga Horacio ya habré limpiado, pero primero tenía que escribirte, llorar así es tonto, las cacerolas se ponen blandas, se ven como halos en los vidrios de la ventana, y ya no se oye cantar a la chica del piso de arriba que canta todo el día Les amants du Havre. Cuando estemos juntos te lo contaré, verás. Puisque la terre est ronde, mon amour t’en fais pas, mon amour, t’en fais pas… Horacio la silba de noche cuando escribe o dibuja. A ti te gustaría, Rocamadour. A vos te gustaría, Horacio se pone furioso porque me gusta hablar de tú como Perico, pero en el Uruguay es distinto. Perico es el señor que no te llevó nada el otro día pero que hablaba tanto de los niños y la alimentación. Sabe muchas cosas, un día le tendrás mucho respeto, Rocamadour, y serás un tonto si le tienes respeto. Si le tenés, si le tenés respeto, Rocamadour.

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