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– No puede ser -repitió por última vez Ronald-. Estamos soñando, como dicen las princesas de la Tour et Taxis. ¿Trajiste la bebida, Babsie? Un óbolo a Caronte, sabés. Ahora se va abrir la puerta y empezarán los prodigios, yo espero cualquier cosa de esta noche, hay como una atmósfera de fin del mundo.

– Casi me destroza el pie la puñetera bruja -dijo Perico mirándose el zapato-. Abre de una vez, hombre, ya estoy de escaleras hasta la coronilla.

Pero la llave no andaba, aunque Wong insinuó que en las ceremonias iniciáticas los movimientos más sencillos se ven trabados por Fuerzas que hay que vencer con Paciencia Astucia. Se apagó la luz.

Babs Ronald Ettienne Etienne Wong PERICO Ronald PERICO Wong Babs ETIENNE Babs Ronald Babs Babs Ronald ETIENNE amp; chorus Alguno que saque el yesquero, coño. Tu pourrais quand même parler français, non? Ton copain l’argencul n’est pas là pour piger ton charabia. Un fósforo, Ronald. Maldita llave, se ha herrumbrado, el viejo la guardaba dentro de un vaso con agua. Mon copain, mon copain, c’est pas mon copain. No creo que venga. No lo conocés. Mejor que vos. Qué va. Wanna bet something? Ah merde, mais c’est la tour de Babel, ma parole. Amène ton briquet, Fleuve Jaune de mon cul, la poisse, quoi. Los días del Yin hay que armarse de Paciencia. Dos litros pero del bueno. Por Dios, que no se te caigan por la escalera. Me acuerdo de una noche, en Alabama. Eran las estrellas, mi amor. How funny, you ought to be in the radio. Ya está, empieza a dar vueltas, estaba atascada, el Yin, por supuesto, stars fell in Alabama, me ha dejado el pie hecho una mierda, otro fósforo, no se ve nada, où qu’elle est, la minuterie? No funciona. Alguien me está tocando el culo, amor mío… Sh… Sh…

Que entre primero Wong para exorcizar a los demonios. Oh, de ninguna manera. Dale un empujón, Perico, total es chino.

– A callarse -dijo Ronald-. Esto es otro territorio, lo digo en serio. Si alguien vino a divertirse, que se mande mudar. Dame las botellas, tesoro, siempre acaban por caérsete cuando estás emocionada.

– No me gusta que me anden sobando en la oscuridad -dijo Babs mirando a Perico y a Wong.

Etienne pasó lentamente la mano por el marco interior de la puerta. Esperaron callados a que encontrara la llave de la luz. El departamento era pequeño y polvoriento, las luces bajas y domesticadas lo envolvían en un aire dorado donde el Club primero suspiró con alivio y después se fue a mirar el resto de la casa y se comunicó impresiones en voz baja: la reproducción de la tableta de Ur, la leyenda de la profanación de la hostia (Paolo Uccello pinxit), la foto de Pound y de Musil, el cuadrito de De Stäel, la enormidad de libros por las paredes, en el suelo, las mesas, en el water, en la minúscula cocina donde había un huevo frito entre podrido y petrificado, hermosísimo para Etienne, cajón de basura para Babs, ergo discusión sibilada mientras Wong abría respetuoso el Dissertatio de morbos a fascino et fascino contra morbos, de Zwinger, Perico subido en un taburete como era su especialidad recorría una ringlera de poetas españoles del siglo de oro, examinaba un pequeño astrolabio de estaño y marfil, y Ronald ante la mesa de Morelli se quedaba inmóvil, una botella de coñac debajo de cada brazo, mirando la carpeta de terciopelo verde, exactamente el lugar para que se sentara a escribir Balzac y no Morelli. Entonces era cierto, el viejo había estado viviendo ahí, a dos pasos del Club, y el maldito editor que lo declaraba en Austria o la Costa Brava cada vez que se le pedían las señas por teléfono. Las carpetas a la derecha y a la izquierda, entre veinte y cuarenta, de todos colores, vacías o llenas, y en el medio un cenicero que era como otro archivo de Morelli, un amontonamiento pompeyano de ceniza y fósforos quemados.

– Tiró la naturaleza muerta a la basura -dijo Etienne, rabioso-. Si llega a estar la Maga no le deja un pelo en la cabeza. Pero vos, el marido…

– Mirá -dijo Ronald, mostrándole la mesa para calmarlo-. Y además Babs dijo que estaba podrido, no hay razón para que te empecines. Queda abierta la sesión. Etienne preside, qué le vamos a hacer. ¿Y el argentino?

– Faltan el argentino y el transilvanio, Guy que se ha ido al campo, y la Maga que anda vaya a saber por dónde. De todos modos hay quórum. Wong, redactor de actas.

– Esperamos un rato a Oliveira y a Ossip. Babs, revisora de cuentas.

– Ronald, secretario. A cargo del bar. Sweet, get some glasses, will you?

– Se pasa a cuarto intermedio -dijo Etienne, sentándose a un lado de la mesa-. El Club se reúne esta noche para cumplir un deseo de Morelli. Mientras llega Oliveira, si llega, bebamos porque el viejo vuelva a sentarse aquí uno de estos días. Madre mía, qué espectáculo penoso. Parecemos una pesadilla que a lo mejor Morelli está soñando en el hospital. Horrible. Que conste en acta.

– Pero entre tanto hablemos de él -dijo Ronald que tenía los ojos llenos de lágrimas naturales y luchaba con el corcho del coñac-. Nunca habrá otra sesión como ésta, hace años que yo estaba haciendo el noviciado y no lo sabía. Y vos, Wong, y Perico. Todos. Damn it, I could cry. Uno se debe sentir así cuando llega a la cima de una montaña o bate un récord, ese tipo de cosas. Sorry.

Etienne le puso la mano en el hombro. Se fueron sentando alrededor de la mesa. Wong apagó las lámparas, salvo la que iluminaba la carpeta verde. Era casi una escena para Eusapia Paladino, pensó Etienne que respetaba el espiritismo. Empezaron a hablar de los libros de Morelli y a beber coñac.

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A Gregorovius, agente de fuerzas heteróclitas, le había interesado una nota de Morelli: «Internarse en una realidad o en un modo posible de una realidad, y sentir cómo aquello que en una primera instancia parecía el absurdo más desaforado, llega a valer, a articularse con otras formas absurdas o no, hasta que del tejido divergente (con relación al dibujo estereotipado de cada día) surge y se define un dibujo coherente que sólo por comparación temerosa con aquél parecerá insensato o delirante o incomprensible. Sin embargo, ¿no peco por exceso de confianza? Negarse a hacer psicologías y osar al mismo tiempo poner a un lector -a un cierto lector, es verdad- en contacto con un mundo personal, con una vivencia y una meditación personales… Ese lector carecerá de todo puente, de toda ligazón intermedia, de toda articulación causal. Las cosas en bruto: conductas, resultantes, rupturas, catástrofes, irrisiones. Allí donde debería haber una despedida hay un dibujo en la pared; en vez de un grito, una caña de pescar; una muerte se resuelve en un trío para mandolinas. Y eso es despedida, grito y muerte, pero, ¿quién está dispuesto a desplazarse, a desaforarse, a descentrarse, a descubrirse? Las formas exteriores de la novela han cambiado, pero sus héroes siguen siendo los avatares de Tristán, de Jane Eyre, de Lafcadio, de Leopold Bloom, gente de la calle, de la casa, de la alcoba, caracteres. Para un héroe como Ulrich (more Musil) o Molloy (more Beckett), hay quinientos Darley (more Durrell). Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo.» Pese a la tácita confesión de derrota de la última frase, Ronald encontraba en esta nota una presunción que le desagradaba.

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