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Lo dejé aquí. Quería volver a cambiar de marcha.

– ¿Ha contratado usted un abogado, Chamique?

– Más o menos.

– ¿Qué significa más o menos?

– No le contraté exactamente. Él me buscó.

– ¿Cómo se llama?

– Horace Foley. No se viste tan bien como el señor Hickory.

Eso hizo sonreír a Flair.

– ¿Va a demandar a los acusados?

– Sí.

– ¿Por qué va a demandarlos?

– Para que paguen -dijo.

– ¿No es lo que estamos haciendo aquí? -pregunté-. ¿Intentar que sean castigados?

– Sí. Pero la demanda es por dinero.

Hice una mueca como si no comprendiera.

– Pero la defensa va a argumentar que se ha inventado estos cargos para extorsionarlos. Va a decir que su demanda lo demuestra, que sólo le interesa el dinero.

– Me interesa el dinero -dijo Chamique-. Nunca he dicho lo contrario.

Esperé.

– ¿No le interesa a usted el dinero, señor Copeland?

– Me interesa -dije.

– ¿Entonces?

– Entonces la defensa argumentará que es un motivo para mentir -dije.

– No lo puedo evitar -dijo-. Mire, si digo que no me interesa el dinero, eso sí sería una mentira. -Miró hacia el jurado-. Si dijera que el dinero no me interesa, ¿se lo iban a creer? Está claro que no. Lo mismo que si usted me dijera que no le interesa el dinero. Ya me interesaba el dinero antes de que me violaran. Me interesa ahora. No miento. Me violaron. Quiero que vayan a la cárcel. Y si puedo conseguir algo de dinero de ellos, ¿por qué no? Lo necesito.

Retrocedí. La sinceridad, la sinceridad verdadera, tiene un olor característico.

– He terminado -dije.


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