– Disculpe, señor. Acabo de…, acabo de… -Soltó una pequeña risa y echó de nuevo a andar hacia el Café de Hungría.
– ¿Sucede algo? -dije.
– Oh, no, no. ¿Sabe, señor? Los chicos van a sentirse tan emocionados cuando lo vean entrar por esa puerta…
Me adelantó uno o dos pasos, y me precedió con firme determinación a través del trecho de plaza que quedaba.