Pedersen soltó una débil risa. El sendero describía ahora una curva y pude ver más adelante la oscura verja de hierro del cementerio.
– En fin, a veces se ponía a pensar en el pasado -continuó Pedersen-. En ciertos momentos cruciales de su juventud, antes de asentarse definitivamente en sus modos de vida. Y recordaba, pongamos por caso, el momento en que una mujer había tratado de seducirle. Claro que él no consintió, era demasiado como Dios manda. O quizá fue cobardía. Quizá sólo era demasiado joven, quién sabe… Se pregunta qué habría pasado si entonces hubiera tomado otro camino, si hubiera tenido un poco más de confianza en… el amor y la pasión. Usted sabe cómo es eso, señor Ryder. Usted sabe cómo sueñan a veces los viejos, cómo se preguntan qué habría pasado si en algún momento crucial de sus vidas hubieran elegido otro camino. Bien, pues con las ciudades, con las comunidades, puede suceder algo semejante. De cuando en cuando miran hacia atrás, miran su historia y se preguntan: «¿Qué habría pasado si…? ¿Qué sería hoy de nosotros si hubiéramos…» Ah, ¿si hubiéramos qué, señor Ryder…? ¿Permitido a Max Sattler llevarnos a donde él quería? ¿Seríamos hoy completamente diferentes? ¿Seríamos hoy una ciudad como Amberes? ¿Como Stuttgart? Yo, sinceramente, no lo creo, señor Ryder. ¿Sabe?, hay ciertas cosas en esta ciudad, ciertas cosas que se hallan tan profundamente arraigadas… Cosas que no van a cambiar, que no cambiarán en cinco, seis, siete generaciones. Sattler, en términos prácticos, no fue sino algo fuera de contexto. Un hombre con locos sueños. No habría podido cambiar nada esencial. Y lo mismo sucede con ese amigo mío del que le hablo. Es como es. Ninguna experiencia, por crucial que hubiera sido, le habría hecho cambiar. Ya hemos llegado, señor Ryder. Baje esas escaleras y llegará a la carretera.
– Señor Pedersen, ha sido usted sumamente amable. Pero déjeme asegurarle una cosa: cuando veo la posibilidad de que haya podido cometer un error de juicio, no soy de los que se niegan a admitirlo y escurren el bulto. En cualquier caso, señor, es algo que una persona de mi posición ha de estar dispuesta a aceptar. Es decir: durante el curso de un día cualquiera me veo obligado a tomar importantes decisiones, y la verdad es que lo máximo que puedo hacer es sopesar los datos de que dispongo en ese momento y obrar en consecuencia. A veces, inevitablemente, cometo equivocaciones. Cómo no. Es algo que tengo asumido desde hace mucho tiempo. Y, como puede ver, cuando eso ocurre, mi sola preocupación estriba en cómo subsanar tal equivocación a la primera oportunidad que se me presente. Así que, por favor, hábleme con toda franqueza. Si opina que fue un error posar ante el monumento Sattler, dígamelo sin rodeos.
Pedersen parecía sentirse incómodo. Volvió la cabeza y miró hacia un mausoleo que se divisaba a lo lejos, y dijo:
– Bien, señor Ryder, será sólo mi opinión…
– Me gustaría mucho oírla, señor.
– Bien, ya que me lo pregunta… Sí, señor. Si he de ser franco, me sentí muy decepcionado cuando vi el periódico esta mañana. Opino, señor, como acabo de explicarle hace un momento, que no está dentro de la naturaleza de esta ciudad el abrazar los extremismos de Sattler. Sattler ejerce una atracción para cierta gente precisamente por su lejanía, por su calidad de mito local. Pero si lo tomáramos como una posibilidad seria y real…, entonces, señor, francamente, la gente de esta ciudad sentiría pánico. Se echaría atrás. Se vería de pronto aferrándose a lo que conoce, sean cuales fueren los sinsabores que ello haya podido hasta el momento causarles. Me pregunta mi opinión, señor. A mi juicio, al introducir a Max Sattler en esta discusiones no se ha hecho sino minar seriamente las posibilidades de progreso. Pero aún queda esta noche, por supuesto. Al final todo va a depender de lo que suceda esta noche. Y de lo que pueda hacer el señor Brodsky. Y, como acaba usted de señalar, no hay nadie más partidario que usted de enmendar pasados errores… -Durante unos segundos pareció sopesar algo en silencio. Y al cabo sacudió la cabeza con expresión grave-. Señor Ryder, lo mejor que puede hacer es ir ahora mismo a la sala de conciertos. Esta noche todo debe salir conforme a lo previsto.
– Sí, sí, tiene usted razón -dije-. Estoy seguro de que el coche me estará esperando para llevarme allí. Señor Pedersen, le quedo muy agradecido por su franqueza.