Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

– Llegamos al zoo y nos pusimos a esperar, y, bueno, supongo que esperamos unos veinte minutos, ¿no, Trude? Estuvimos en ese quiosco donde puedes tomarte un café, y al cabo de unos veinte minutos vimos cómo todos esos coches se acercaban a la entrada, y luego cómo se apeaban todas esas personalidades. Eran unos once, todos varones. Estaba el señor Von Winterstein, y el señor Fischer y el señor Hoffman. Y el señor Von Braun, por supuesto. Y, en medio de todos ellos, el señor Brodsky, con un aire de lo más distinguido, ¿verdad, Trude? Nada del aspecto al que nos tenía acostumbrados. Nosotras, claro, buscamos inmediatamente con la mirada al señor Ryder, pero no estaba en el grupo. Trude y yo fuimos mirando cara por cara, pero eran las de siempre, los concejales y demás, ya sabes… Durante un segundo pensamos que el señor Reitmayer era el señor Ryder, justo cuando se estaba bajando del coche. El caso es que no estaba entre ellos, y nos decíamos la una a la otra que probablemente vendría un poco más tarde, con lo apretado de su agenda y demás… Y allí estaban todos aquellos caballeros subiendo por el camino, todos con abrigo oscuro menos el señor Brodsky, que llevaba uno de color gris, elegante de veras, con su sombrero a juego… Llegaron a la altura de los arces, todos a paso pausado, y luego a las primeras jaulas. El señor Von Winterstein parecía hacer de anfitrión, y le señalaba las cosas al señor Brodsky, los animales en sus jaulas y demás. Pero estaba claro que nadie prestaba demasiada atención a los animales: de lo que todo el mundo estaba pendiente era del encuentro entre el señor Brodsky y la señorita Collins. Y no pudimos resistir la tentación, ¿verdad, Trude? Nos adelantamos a la comitiva, torcimos la esquina que da a la explanada central y, sí señor, allí estaba la señorita Collins, sola, enfrente de las jirafas, mirándolas. Había unos cuantos visitantes por los alrededores, pero por supuesto nadie tenía la menor idea de nada, y sólo cuando el grupo oficial dio la vuelta a la esquina la gente se dio cuenta de que algo estaba pasando y se apartó respetuosamente, y allí seguía la señorita Collins delante de las jirafas, con aire más solitario que nunca, y vimos cómo miraba hacia la comitiva que se acercaba. Parecía tan en calma…, era imposible saber lo que estaba pasando en su interior. Y el señor Brodsky…, veíamos su expresión, muy envarada, lanzando miradas furtivas a la señorita Collins a pesar de estar aún bastante lejos el uno del otro, a pesar de separarles aún todo el trecho de las jaulas de los monos y los mapaches. El señor Von Winterstein parecía ir presentándole los animales al señor Brodsky; era como si los animales fueran invitados oficiales a un banquete, ¿verdad, Trude? Nosotras no entendíamos por qué aquellos caballeros no podían ir directamente hasta el sitio de las jirafas, donde estaba la señorita Collins, pero estaba claro que era así como lo tenían planeado. Y resultaba tan emocionante, tan conmovedor… Por un momento hasta nos olvidamos de la posibilidad de que apareciese el señor Ryder… Podíamos ver en el aire el aliento del señor Brodsky, que era como una neblina, y también el de los demás miembros de la comitiva, y luego, cuando sólo faltaban unas cuantas jaulas, el señor Brodsky pareció perder todo interés por los animales y se quitó el sombrero. Fue un gesto muy respetuoso, muy de los viejos tiempos. Nos sentimos honradas de estar allí para presenciarlo.

– Dejaba entrever tanto… -intervino Trude-. El modo en que lo hizo… Y luego se lo dejó pegado al pecho. Fue como una declaración de amor y una petición de disculpas al mismo tiempo. Fue muy conmovedor.

– Pero lo estaba contando yo, gracias, Trude. La señorita Collins es tan elegante; desde cierta distancia, nadie adivinaría la edad que tiene. Su figura es tan juvenil. Se volvió hacia él con aire como negligente. Les separaban una o dos jaulas. Para entonces la gente se había retirado por completo, y Trude y yo recordamos lo que nos había dicho el señor Von Braun acerca de los cinco o seis metros, y nos acercamos todo lo que nos pareció prudente, pero el momento parecía tan íntimo que no nos atrevimos a acercarnos mucho. Al principio se dirigieron una inclinación de cabeza e intercambiaron algún tipo de saludo normal y corriente. Luego el señor Brodsky dio de pronto unos pasos hacia adelante y tendió la mano, muy rápidamente…, como si lo tuviera planeado de antemano, dice Trude…

– Sí, como si llevara ensayándolo varios días a solas…

– Sí, algo así. Estoy de acuerdo. Fue algo así. Alargó la mano y cogió la de la señorita Collins y se la besó muy suave, muy cortésmente, y acto seguido se la soltó. Y la señorita Collins inclinó graciosamente la cabeza, e inmediatamente después dirigió la atención hacia los otros caballeros, los saludó, les sonrió…, pero nosotras estábamos demasiado lejos para poder oír lo que decían. Así que allí permanecieron todos juntos, y durante unos segundos nadie parecía saber qué hacer a continuación. Entonces el señor Von Winterstein tomó la iniciativa y empezó a explicarles algo sobre las jirafas al señor Brodsky y a la señorita Collins, dirigiéndose a ellos como si fueran una pareja, ¿no es así, Trude? Como si se tratara de una vieja y bien avenida pareja que hubiera llegado junta al zoo. Allí estaban, pues, el señor Brodsky y la señorita Collins después de todos estos años, de pie uno al lado del otro, sin tocarse, pero juntos, muy cerca, mirando las jirafas, escuchando al señor Von Winterstein. Se quedaron así durante unos minutos, y los demás miembros de la comitiva susurraban cosas entre ellos, preguntándose lo que sucedería a continuación. Luego, poco a poco, de forma prácticamente imperceptible, los caballeros del grupo se fueron apartando hacia atrás en grupitos; lo hicieron muy bien, muy civilizadamente, fingiendo charlar unos con otros mientras se iban retirando gradualmente, hasta que al final no quedaron frente a las jirafas más que el señor Brodsky y la señorita Collins. Nosotras, por supuesto, lo observábamos todo sin perder detalle, y seguro que todo el mundo hacía lo mismo por mucho que fingieran no estar mirando. Y vimos cómo el señor Brodsky se volvía gentilmente hacia la señorita Collins, alzaba una mano en dirección a la jaula de las jirafas y decía algo. Debió de ser algo muy sentido, porque la señorita Collins inclinó la cabeza levemente…, no podía permanecer indiferente…, y el señor Brodsky siguió hablando, y de cuando en cuando veíamos cómo volvía a alzar la mano, así, con mucha suavidad, en dirección a las jirafas. No podíamos saber si hablaba de las jirafas o de otra cosa, pero él seguía levantando la mano en dirección a la jaula. La señorita Collins parecía como anonadada, pero es una dama tan elegante; se ponía derecha y sonreía, y luego los dos echaron a andar hacia donde los demás miembros de la comitiva estaban charlando. Y vimos cómo la señorita Collins intercambiaba unas palabras con los otros caballeros, cortés y gratamente, y pareció mantener una charla bastante larga con el señor Fischer, y luego empezó a despedirse de ellos, uno a uno. Y al señor Brodsky le dedicó una pequeña inclinación de cabeza, y era evidente lo encantado que estaba el señor Brodsky con todo aquello. Estaba allí de pie en una especie de ensueño, con el sombrero pegado al pecho. Y ella se fue alejando por el camino en dirección al quiosco de los refrescos, y dejó atrás la fuente y se perdió de vista a la altura del cercado del oso polar. Y en cuanto se hubo marchado, los caballeros parecieron dejar su anterior disimulo y rodearon todos al señor Brodsky, y veías que estaban contentos y emocionados y que parecían felicitar al señor Brodsky. ¡Oh, nos habría encantado saber lo que el señor Brodsky le ha dicho a la señorita Collins! Quizá deberíamos haber sido más atrevidas y habernos acercado unos pasos más, al menos habríamos podido captar alguna palabra suelta. Pero, en fin, ahora que gozamos de cierto prestigio debemos ser más cuidadosas. En cualquier caso, ha sido maravilloso. Y esos árboles del zoo, están tan hermosos en esta época del año… Me pregunto qué se habrán dicho el uno al otro. Trude piensa que ahora volverán a juntarse. ¿Sabías que nunca llegaron a divorciarse? ¿No es curioso? Todos estos años…, y a pesar de lo mucho que insistía la señorita Collins en que la llamaran señorita Collins, nunca se han divorciado. El señor Brodsky merece recuperar a esa mujer. Oh, pero perdona, ¡con toda esta excitación ni siquiera te hemos contado lo más importante! ¡Lo del señor Ryder! Verás, como el señor Ryder no estaba en el grupo oficial no nos pareció conveniente acercarnos, ni siquiera después de marcharse la señorita Collins. El señor Von Braun había sugerido que nos acercáramos al grupo con la finalidad concreta de conocer al señor Ryder. En cualquier caso, y aunque observamos atentamente al señor Von Braun y a veces estuvimos bastante cerca del grupo, él no llegó a mirarnos en ningún momento, probablemente porque estaba demasiado ocupado en el señor Brodsky. Así que no nos acercamos. Pero luego, cuando se estaban marchando, estábamos mirando cómo salían por la puerta y vimos que alguien se unía a ellos, un hombre, pero estaban ya tan lejos que no pudimos ver la escena con claridad. Pero Trude está segura de que era el señor Ryder; su vista de lejos es mucho mejor que la mía, y además yo no llevaba las gafas. Pero Trude está segura, ¿verdad, Trude? Está segura de que era él, de que es un hombre con tanto tacto que quiso mantenerse al margen para no hacerles las cosas más difíciles al señor Brodsky y la señorita Collins, y de que volvía a reunirse con el grupo a la salida. Yo al principio pensé que era el señor Braunthal, pero no llevaba las gafas y Trude estaba segura de que era el señor Ryder. Y luego, cuando volví a pensar en ello, también yo tuve la impresión de que sí era el señor Ryder. ¡Así que hemos perdido la oportunidad de que nos presentaran al señor Ryder! Para entonces estaban ya tan lejos, ¿sabes?, en la verja de la entrada, y los chóferes tenían ya abiertas las puertas de los coches… Ni aunque hubiéramos corrido hacia ellos habríamos llegado a tiempo. Así que, en sentido estricto, no hemos conocido al señor Ryder. Pero Trude y yo hemos estado hablando del tema y nos hemos dicho que, en casi todos los demás sentidos, o sea, en los sentidos que realmente importan, es justo decir que hoy hemos conocido al señor Ryder. Porque al fin y al cabo, si hubiera estado con la comitiva, entonces, allí, frente a la jaula de las jirafas, después de marcharse la señorita Collins, el señor Von Braun nos habría presentado. No se nos puede culpar de no haber adivinado que el señor Ryder iba a tener el tacto de quedarse junto a la verja de la entrada. Pero, bueno, el caso es que, fuera de toda duda, habría sido perfectamente apropiado el que nos lo hubiera presentado. Eso es lo importante. El propio señor Von Braun lo pensaba: ahora que ocupamos la posición social que ocupamos, habría sido perfectamente apropiado. Y, ¿sabes, Trude…? -se volvió hacia su amiga-, ahora que pienso detenidamente en ello, estoy de acuerdo contigo: en la reunión de esta noche podemos anunciar que lo hemos conocido. Como bien dices, está más cerca de la verdad que decir que no lo hemos conocido. Y como habrá tantas cosas que tratar en la reunión de esta noche, sencillamente no tendremos tiempo de explicar de nuevo toda la historia. Después de todo, no ha sido más que un capricho del destino lo que ha impedido que fuéramos formalmente presentadas al señor Ryder. Eso es todo. Prácticamente lo hemos conocido. Sin duda oirá hablar de nosotras; seguro que querrá informarse detalladamente, si no lo ha hecho ya, de todo lo relacionado con quienes van a cuidar de sus padres. Así que es como si lo hubiéramos conocido, y, como bien dices, sería injusto que la gente pensara lo contrario. Oh, pero por favor, perdóname -dijo Inge, volviéndose hacia Fiona-, había olvidado que estaba hablando con una vieja amiga del señor Ryder… Todo esto debe de antojársele mucho alboroto por nada a una vieja amiga del señor Ryder…

57
{"b":"92992","o":1}