– Lo siento -dije, en tono más calmado, volviéndome a los maleteros-, pero ahora deben excusarme.
– No vamos a ceder ni un ápice -dijo el maletero barbudo en voz baja, con la mirada aún fija en el suelo-. Un día lo conseguiremos. Ya lo verá.
– Disculpe…
Y, cuando me estaba retirando, llegó el camarero que había estado esperando en vano y se abrió paso entre los maleteros para llegar hasta el carrito. Recordando el plato que aún mantenía oculto a mi espalda, se lo puse en las manos sin miramientos.
– El servicio, esta mañana, ha sido horroroso -dije fríamente antes de alejarme con paso vivo.