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Retrocedió en el tiempo, en una especie de peregrinaje invernal por un paisaje desconocido. Y la tarde anterior, ¿sucedió algo especial? Nada. «Todo fue normal, como siempre», eran las palabras que repetían casi en cada respuesta.

Erik Huddén se acercó e interrumpió la conversación. ¿Qué debía hacer con los periodistas? Habían llegado muchos más y pronto se convertirían en una manada nerviosa e impaciente.

– Espera -le dijo-. Ya salgo. Diles que habrá una conferencia de prensa a las seis en Hudiksvall.

– ¿Nos dará tiempo?

– Nos tiene que dar.

Erik Huddén se marchó. Vivi Sundberg prosiguió la conversación. Otro paso atrás, al día de ayer. En esta ocasión, fue Ninni quien contestó.

– Todo fue normal ayer también. Yo estaba un poco resfriada y Tom estuvo cortando leña todo el día.

– ¿Hablasteis con alguno de los vecinos?

– Bueno, Tom charló un rato con Hilda, pero eso ya te lo hemos contado.

– ¿Visteis a alguien más?

– Sí, yo sí, seguramente. Estaba nevando y cuando nieva la gente sale a retirar la nieve. Sí, seguro que vi a varios vecinos, aunque no pensé en ello.

– ¿Viste a alguien que no fuese un vecino, alguien nuevo?

– ¿Cómo que alguien nuevo?

– Alguien que no fuese del pueblo, algún coche desconocido.

– A nadie en absoluto.

– ¿Y el día anterior?

– Pues más o menos lo mismo. Aquí no pasan grandes cosas.

– ¿Nada anormal?

– No.

Vivi sacó el bloc de notas y el bolígrafo.

– Bien, ahora tendré que haceros una pregunta difícil. Debo pediros los nombres de todos vuestros vecinos.

Arrancó una hoja y la puso sobre la mesa.

– Dibuja el pueblo -le propuso-. Vuestra casa y las demás. Luego les asignamos un número a cada una. La vuestra es la número uno. Quiero saber los nombres de las personas que vivían en cada una de las casas.

La mujer se levantó, fue a buscar un folio más grande y dibujó el pueblo. Vivi Sundberg adivinó que estaba acostumbrada a dibujar.

– ¿De qué vivís, a qué os dedicáis? -preguntó-. ¿De la agricultura?

La respuesta la dejó perpleja.

– Tenemos una cartera de acciones. No es muy grande, pero la cuidamos bien. Cuando la Bolsa sube, vendemos, y cuando baja, compramos. Somos daytraders.

Vivi Sundberg pensó fugazmente que, a aquellas alturas, nada debería sorprenderla. ¿Por qué no iban a dedicarse a comerciar con acciones un par de hippies que pasaban el invierno en la región de Hälsingland?

– Además, hablamos mucho -prosiguió Ninni-. Nos contamos cuentos unos a otros. Eso ya no lo hace nadie hoy en día.

Vivi Sundberg tuvo la sensación de que aquella charla se le escapaba de las manos.

– Los nombres -le recordó-. Y también la edad, si puede ser. Tomaos el tiempo necesario, el caso es que los datos sean correctos; pero que no os lleve más tiempo del necesario.

Vio cómo se inclinaban sobre el papel y, murmurándose los nombres, empezaron a anotarlos. De pronto se le ocurrió una idea. Entre todas las explicaciones probables de la masacre, existía también la posibilidad de que el autor del crimen fuese alguien que vivía en el pueblo.

Quince minutos más tarde ya tenía la lista. La cantidad de personas no cuadraba. A ella le salía un muerto más. Debía de tratarse del niño. Se colocó junto a la ventana y la leyó con atención. A juzgar por lo que allí veía, no había en el pueblo más de tres familias distintas. Un grupo de apellido Andersson, otro con el apellido Andrén y dos personas llamadas Magnusson. De repente, con la lista en la mano, cayó en la cuenta de todos los hijos y nietos que tendrían por ahí desperdigados y que, dentro de unas horas, cuando se enterasen de lo ocurrido, sufrirían el shock de su vida. «Necesitaremos ayuda de todo tipo para poder informarles», constató para sí. «Se trata de una catástrofe que afectará a muchas más personas de las que yo imaginaba.»

Al comprender que esa tarea recaería principalmente sobre ella se sintió impotente y asustada. Lo que había ocurrido era demasiado horrendo para que una persona normal y corriente pudiese entenderlo primero y soportarlo después.

A medida que los nombres desfilaban ante sus ojos intentaba recrear en su mente sus rostros, pero las imágenes aparecían borrosas.

De pronto cruzó su mente una idea que había obviado por completo. Salió al jardín y llamo a Erik Huddén, que estaba hablando con uno de los técnicos.

– Erik, ¿quién descubrió todo esto?

– Un hombre que llamó por teléfono. Después murió, chocó contra un camión que transportaba muebles. El conductor es bosnio.

– ¿Murió en el accidente?

– No, murió. Probablemente le dio un infarto. Y luego chocó con el camión.

– ¿Pudo ser él quien cometió esta atrocidad?

– Esa idea no se me había ocurrido… Llevaba el coche lleno de cámaras. Parece que era fotógrafo.

– Averigua lo que puedas sobre él. Después estableceremos una especie de cuartel general en esta casa. Tenemos que repasar los nombres y buscar a los familiares. ¿Qué ha sido del conductor del camión?

– Tuvo que soplar, pero estaba sobrio. Hablaba tan mal el sueco que se lo llevaron a Hudiksvall en lugar de retenerlo para interrogarlo aquí. Pero él parecía no saber nada.

– Ya lo veremos. ¿No ha sido en Bosnia donde se han hecho pedazos unos a otros no hace mucho?

Erik Huddén se marchó y Vivi estaba a punto de volver a entrar en la casa cuando vio a un policía que venía corriendo por la carretera, de modo que fue a su encuentro. Enseguida se dio cuenta de que su colega estaba asustado.

– Hemos encontrado la pierna -anunció-. El perro la olfateó a unos cincuenta metros, entre los árboles -explicó señalando el lindero del bosque.

Vivi Sundberg tuvo la sensación de que el hombre quería decirle algo más.

– ¿Eso es todo?

– Pues…, creo que será mejor que lo veas tú misma.

Dicho esto, el policía se volvió para vomitar. Vivi no se detuvo a ayudarle, sino que se apresuró en dirección al bosque. Resbaló y cayó dos veces.

Cuando llegó al lugar en cuestión entendió perfectamente lo que había puesto tan nervioso al policía. La pierna había sido roída por ciertas zonas hasta quedar convertida en un hueso de esqueleto. El pie estaba completamente descarnado.

Miró a Ytterström y al policía del perro, que estaban junto al hallazgo.

– Un caníbal -declaró Ytterström-. ¿Es eso lo que estamos buscando? ¿Habremos venido a molestarlo en mitad del almuerzo?

A Vivi Sundberg le cayó en la mano algo que la sobresaltó, pero no era más que un copo de nieve que no tardó en derretirse.

– Una tienda -dijo-. Han de montar otra tienda aquí. No quiero que se destruyan las huellas.

Cerró los ojos y pensó en un mar azul y una casa blanca encaramada sobre la cálida loma de una montaña. Después volvió a la casa de los accionistas y se sentó en la cocina con la lista de nombres.

«En algún lugar debe de haber algo que aún no he descubierto», pensó.

Muy despacio, empezó a buscar nombre a nombre. Se sentía como si estuviese avanzando por un campo de minas.

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