Литмир - Электронная Библиотека

– Veamos, cuéntame -la animó Robertsson.

– No. Mejor ven conmigo.

Por tercera vez aquella mañana, Vivi Sundberg recorrió casa por casa. En dos ocasiones, Robertsson se vio obligado a salir a la calle rápidamente, pues estuvo a punto de vomitar. Ella lo aguardó paciente. Era importante que Robertsson comprendiera con exactitud qué clase de investigación iba a dirigir. Vivi no estaba segura de que pudiese con ella. Sin embargo, era consciente de que, de los fiscales disponibles, él era el más adecuado. A no ser que una instancia superior decidiera nombrar a otro con más experiencia.

Cuando terminaron y volvieron a la carretera, Vivi propuso que se sentaran en su coche. Le había dado tiempo de prepararse un termo de café antes de salir de la comisaría.

Robertsson estaba impresionado y le temblaba la mano con la que sostenía la taza de café.

– ¿Habías visto tú antes algo similar? -le preguntó a Vivi.

– Ninguno de nosotros.

– ¿Quién puede haber hecho algo así, aparte de un loco?

– No lo sabemos. Ahora lo que tenemos que hacer es localizar huellas y trabajar sin ideas preconcebidas. Les he pedido a los técnicos que soliciten más recursos si lo consideran justificado. Y lo mismo le he dicho a la forense.

– ¿Quién es?

– Una sustituta. Creo que éste es su primer escenario del crimen. Ya ha llamado pidiendo ayuda.

– ¿Y tú?

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Tú qué necesitas?

– En primer lugar, que me digas si hay algo en concreto en lo que debamos concentrarnos. Después, tendrá que actuar el departamento de homicidios de la jefatura nacional.

– ¿En qué crees que deberíamos concentrarnos?

– Tú eres el jefe de la investigación preliminar, no yo.

– Lo único que importa es encontrar a quien ha hecho esto.

– O a quienes lo han hecho. No podemos descartar la idea de que hayan sido varios.

– Los locos rara vez trabajan en equipo.

– Pero no podemos excluir esa posibilidad.

– ¿Hay alguna posibilidad que podamos excluir?

– Ninguna. Ni siquiera que no pueda ocurrir de nuevo.

Robertsson asintió. Ambos guardaron silencio. La gente iba y venía por las casas y por la carretera. De vez en cuando se vislumbraba el flash de una cámara. Estaban levantando una tienda alrededor del cuerpo que habían hallado fuera, en la nieve. Entretanto, habían acudido al lugar más fotógrafos y periodistas. Además del primer equipo de televisión.

– Quiero que estés en la conferencia de prensa -le dijo Vivi-. No puedo enfrentarme sola a ellos. Y ha de celebrarse hoy mismo. Por la tarde, como mucho.

– ¿Has hablado con Ludde?

Tobias Ludwig era el jefe de la policía local de Hudiksvall. Era un hombre joven y jamás había sido policía en activo. Había estudiado derecho y después continuó directamente con los estudios para jefe de policía. Ni Sten Robertsson ni Vivi Sundberg lo apreciaban demasiado. Apenas tenía una idea remota de en qué consistía el trabajo policial de campo y dedicaba la mayor parte de su tiempo a cavilar sobre la administración interna de la policía.

– No, no he hablado con él -confesó Vivi-. Lo único que aportará será su recomendación de que cumplimentemos correctamente todos los impresos.

– A ver, tan malo no es, no exageres -objetó Robertsson.

– Es peor -afirmó Vivi Sundberg-. Pero lo llamaré.

– Pues hazlo ahora.

Vivi Sundberg llamó a la comisaría de Hudiksvall, donde le comunicaron que Tobias Ludwig estaba de viaje de trabajo en Estocolmo. Entonces le pidió a la joven de la centralita que lo localizase en el móvil.

El jefe de policía les devolvió la llamada al cabo de veinte minutos. Robertsson estaba hablando en ese momento con algunos de los técnicos criminalistas recién llegados de Gävle. Vivi Sundberg se encontraba en el jardín con Tom Hansson y su esposa Ninni, que se habían cubierto con sendos abrigos viejos de piel, de los que usaban los militares. Ambos observaban lo que sucedía a su alrededor.

«He de empezar por los vivos», se dijo. «Con Julia no se puede hablar, se ha retirado a un mundo interior que está muerto. Al menos a mí me resulta inaccesible. Tom y Ninni Hansson, en cambio, han podido ser testigos de algo sin tener conciencia de ello.»

Aquélla era una de las pocas conclusiones a las que había podido llegar hasta el momento. Un asesino que decide atacar a todo un pueblo, por loco que esté, debe de tener necesariamente un plan de acción.

Salió a la carretera y miró a su alrededor. El lago congelado, el bosque, las montañas que se elevaban y descendían a lo lejos. «¿De dónde venía ese hombre?», se preguntó. «Creo que puedo dar por supuesto que no ha sido una mujer, pero de algún lugar ha tenido que venir y a algún lugar tuvo que escapar.»

Justo cuando se disponía a volver a cruzar la puerta de la verja llegó un coche que se detuvo ante ella. Era una de las patrullas de perros policía que habían solicitado.

– ¿Sólo una patrulla? -preguntó sin ocultar su contrariedad.

– Karpen está enfermo -explicó el policía que llevaba el perro.

– ¿Acaso pueden ponerse enfermos los perros policías?

– Eso parece. ¿Por dónde quieres que empiece? ¿Y qué ha pasado, en realidad? Hablan de muchos muertos.

– Que te ponga al corriente Huddén. Y luego intenta que el perro olfatee algún rastro.

El policía quería hacer otra pregunta, pero ella le dio la espalda. «No debería actuar así», se recriminó. «En estos momentos debería tener tiempo para todo el mundo. He de ocultar que estoy nerviosa e irritada. Nadie que presencie un espectáculo como éste podrá olvidarlo jamás. Y muchos sufrirán ataques de ansiedad, seguro.»

Entró en la casa con Tom y Ninni. Acababan de sentarse cuando sonó su móvil.

– Me han dicho que querías hablar conmigo -le dijo Tobias Ludwig-. Ya sabes que no me gusta que me molesten cuando tengo reunión con la dirección de la policía nacional.

– En esta ocasión no había otro remedio.

– ¿Qué ha pasado?

– Tenemos un buen número de personas asesinadas en el pueblo de Hesjövallen.

Le hizo una breve exposición de lo ocurrido. Tobias Ludwig no decía nada y Vivi Sundberg aguardaba su reacción.

– Suena tan repugnante que me cuesta creerlo.

– Sí, a mí también me cuesta, pero es la pura verdad. Tienes que venir.

– Lo comprendo. Saldré en cuanto pueda.

Vivi Sundberg miró el reloj.

– Hemos de convocar una conferencia de prensa -le advirtió-. La fijaremos para las seis. Hasta entonces sólo diré que se ha cometido un asesinato. No revelaré el alcance del crimen. Ven tan pronto como puedas, pero no te mates conduciendo.

– Intentaré que me lleven en un coche de emergencias.

– Mejor ven en helicóptero. Estamos hablando de diecinueve personas asesinadas, Tobias.

Concluyó la conversación. Tom y Ninni lo habían oído todo y Vivi vio la incredulidad reflejada en sus rostros, la misma incredulidad que ella sentía.

Era como si la pesadilla creciese sin cesar. Aquello a lo que se acercaban no era la realidad.

Apartó al gato que dormía en una silla y se sentó.

– Todos los habitantes del pueblo están muertos. Incluso los animales de compañía. Entiendo que estéis estupefactos. Todos lo estamos. Sin embargo, he de haceros unas preguntas. Os ruego que intentéis responder con tanto detalle como sea posible. Además, quiero que penséis en circunstancias y datos sobre los que yo no os pregunte, cualquier cosa que os parezca que puede ser importante.

Ambos asintieron aterrados y en silencio. Vivi Sundberg decidió proceder con cautela, y empezó hablando de aquella mañana. ¿Cuándo se despertaron? ¿Oyeron algún ruido? Y durante la noche, ¿ocurrió algo? Era preciso que se esforzasen en recordar. Todo podía ser importante.

Tom y Ninni se turnaban a la hora de contestar, el uno completando las respuestas del otro cuando éste se detenía. Vivi Sundberg se percató de que hacían verdaderos esfuerzos por ayudarla.

7
{"b":"108804","o":1}