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Ahora, mientras admiraba lo que sería su hogar africano, se le ocurrió que una de las habitaciones sería para Hong. Ya Ru deseaba honrar su memoria. Así, decoraría un dormitorio con una cama siempre lista para un huésped que nunca se presentaría. Pese a todo lo ocurrido, ella seguiría formando parte de la familia.

El teléfono emitió un discreto zumbido. Ya Ru frunció el ceño. ¿Quién querría hablar con él a hora tan temprana?, se preguntó antes de responder.

– Lo buscan dos hombres de los servicios secretos.

– ¿Qué desean?

– Son altos cargos, jefes de la Sección Especial. Aseguran que se trata de un asunto de capital importancia.

– Déjalos entrar dentro de diez minutos.

Ya Ru colgó el auricular conteniendo la respiración. La Sección Especial era responsable de asuntos relacionados sólo con altos cargos del Gobierno o, como en su caso, con figuras que se movían entre las esferas de los poderes político y económico, los modernos constructores de puentes, a los que Deng consideraba personas decisivas para el desarrollo del país.

¿Qué querrían de él? Ya Ru se acercó a la ventana y contempló la ciudad envuelta en la bruma matinal. ¿Estaría relacionado con la muerte de Hong? Pensó en todos los enemigos que tenía, conocidos o no. ¿Y si alguno de ellos intentaba utilizar la muerte de Hong para echar por tierra su buen nombre y su reputación? ¿O sería algo que le había pasado inadvertido? Le constaba que Hong se había puesto en contacto con un fiscal, pero ese hombre pertenecía a otra institución.

Claro que Hong podría haber hablado con otras personas sin que él tuviese conocimiento de ello.

No halló ninguna explicación satisfactoria. Lo único que podía hacer era escuchar a los dos visitantes. Sabía que los hombres de los servicios secretos solían hacer sus visitas a última hora de la noche o por la mañana muy temprano. Era una rémora de la época en que la inteligencia china se creó según el modelo estalinista de la Unión Soviética. Mao había propuesto en varias ocasiones que adoptasen también las tácticas y las formas del FBI, pero jamás logró que su sugerencia hallase el menor eco.

Transcurridos los diez minutos, guardó los planos en un cajón y se sentó. Los dos hombres a los que la señora Shen dejó pasar rondaban los sesenta años, detalle que agudizó el desasosiego de Ya Ru. Lo normal era que enviasen a funcionarios más jóvenes. Aquéllos, en cambio, tendrían una amplia experiencia, lo que significaba que el asunto revestía mayor gravedad.

Ya Ru se puso de pie, se inclinó levemente y les rogó que se sentasen. No les preguntó sus nombres, pues sabía que la señora Shen ya habría comprobado a conciencia sus documentos de identidad.

Se sentaron en los sillones que había junto a los altos ventanales. Ya Ru les preguntó si podía ofrecerles un té, pero los funcionarios declinaron la invitación.

Acto seguido, tomó la palabra el que parecía de más edad. Ya Ru identificó el inconfundible dialecto de Shanghai.

– Nos ha llegado cierta información -comenzó el alto funcionario-. No podemos revelar las fuentes. Puesto que se trata de una información muy detallada, tampoco podemos desestimarla sin más. Últimamente se han recrudecido las normas y debemos atajar de forma estricta cualquier tipo de delito que contravenga las leyes y normativas estatales.

– Yo mismo he contribuido a que se endurezca la vigilancia de la corrupción -declaró Ya Ru-. No comprendo por qué han venido a verme.

– Verá, nos han informado de que sus empresas consiguen ventajas por medios no permitidos.

– ¿Ventajas no permitidas?

– Intercambios ilegales de diversos servicios.

– En otras palabras, ¿corrupción y soborno? ¿Chantaje?

– Insisto en que la información es muy detallada. Y estamos preocupados. Se han endurecido las normas.

– Es decir, que se han presentado aquí a hora tan temprana para comunicarme que hay sospechas de irregularidades en mis empresas, ¿no es así?

– En realidad, hemos venido para contárselo.

– ¿Para prevenirme?

– Si usted quiere.

Ya Ru comprendió enseguida. Él tenía amigos muy poderosos, incluso en el departamento anticorrupción. De ahí que le hubiesen permitido cierto margen de tiempo para eliminar huellas, retirar pruebas o buscar explicaciones, por si acaso el propio Ya Ru no era consciente de lo que estaba sucediendo.

Pensó en el tiro en la nuca que había acabado con la vida de Shen Wixan. Era como si aquellos dos hombres grises que tenía ante sí desprendiesen un frío paralizador, el mismo que, según la leyenda, emanaba del iceberg africano.

Ya Ru volvió a preguntarse si no se habría conducido de forma descuidada. Tal vez en alguna ocasión se sintió demasiado seguro y se dejó dominar por la arrogancia. En tal caso, había cometido un grave error de los que siempre cuestan caros.

– Necesito saber más -señaló-. Lo que me dicen es demasiado general, demasiado impreciso.

– Las instrucciones que recibimos no nos permiten dar más detalles.

– Las acusaciones, aunque sean anónimas, tendrán algún origen.

– A eso tampoco podemos responder.

Ya Ru sopesó a toda prisa si sería posible pagarles a aquellos hombres para obtener más información acerca de las acusaciones que pesaban sobre él. Sin embargo, no se atrevió a correr ese riesgo. Alguno, si no ambos, podía llevar micrófonos ocultos que reprodujesen la conversación. También existía el peligro, claro estaba, de que fuesen honrados y no tuviesen precio, como tantos otros funcionarios estatales.

– Esas acusaciones tan generales son totalmente infundadas -aseguró Ya Ru-. Les agradezco la oportunidad de conocer los rumores que, al parecer, circulan sobre mí y mis empresas. No obstante, el anonimato como fuente de información suele ser signo de falsedad, envidia e insidiosas mentiras. Mis empresas están limpias, cuento con la confianza del Estado y del Partido y no dudo en afirmar que tengo el control suficiente como para saber si mis directores ejecutivos siguen o no mis directrices. Lo que no puedo asegurar, como comprenderán, es que no se produzcan irregularidades de orden menor entre algunos de mis empleados, que, seguramente, son más de treinta mil.

Ya Ru se levantó, señalando así que daba por terminada la conversación. Los dos funcionarios hicieron una pequeña reverencia y salieron del despacho. Una vez que se hubieron marchado, Ya Ru llamó a la señora Shen.

– Encárgale a alguno de mis responsables de seguridad que averigüe quiénes son. Y quiénes son sus jefes. Después, llama a mis nueve directores ejecutivos y convócalos a una reunión para dentro de tres días. No admitiré excusas, deben asistir todos. El que no lo haga, abandonará su puesto inmediatamente. ¡Déjelo bien claro!

Ya Ru estaba fuera de sí. Lo que él hacía no era peor que lo que hacían otros. Un hombre como Shen Wixan había permitido que el asunto se le escapase de las manos y, además, había sido bastante tacaño con los funcionarios del Estado que le abrían camino. Fue, por tanto, un cabeza de turco muy adecuado, al que nadie echaría de menos ahora que había desaparecido.

Ya Ru dedicó varias horas a elaborar un plan de acción, al tiempo que cavilaba sobre cuál de sus directores habría abierto la caja de Pandora, difundiendo información sobre sus negocios ilícitos y acuerdos secretos.

Tres días más tarde, sus directores se reunieron en un hotel de Pekín. Ya Ru prestó suma atención al lugar elegido. En efecto, se trataba del hotel en el que, una vez al año, convocaba a sus directores para despedir a alguno de ellos, con objeto de demostrar que nadie podía sentirse seguro en su puesto. Y, de hecho, todos los componentes del grupo estaban pálidos cuando se presentaron allí poco después de las diez de la mañana. Ninguno de ellos había recibido la menor información sobre el tema que iba a tratarse en una reunión convocada de forma tan repentina. Ya Ru los hizo esperar más de una hora antes de entrar en la sala. Su plan era bien sencillo. Después de haberles retirado sus móviles, para que no pudieran ponerse en contacto ni entre sí ni con el resto del mundo, los hizo salir a todos. Luego fue llamándolos uno a uno para contarles sin ambages lo que le habían dicho días antes. ¿Tenían algo que comentar al respecto? ¿Alguna explicación? ¿Había algo que él ignorase y debería saber? Ya Ru observaba atentamente sus rostros intentando ver si alguno parecía saber para qué los había convocado. De ser así, averiguaría enseguida dónde estaba la fuga.

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