Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Pronunciadas estas palabras, Don Corleone se acercó a Don Phillip Tattaglia. Tattaglia se levantó y los dos hombres se abrazaron y se besaron en las mejillas. Los otros jefes se pusieron de pie y, después de aplaudir, se estrecharon mutuamente las manos, celebrando la amistad de Don Corleone y Don Tattaglia. La recientemente sellada amistad tal vez no fuese muy calurosa, pero sí respetable. Aunque jamás se cruzaran regalos de Navidad, por lo menos tampoco se matarían el uno al otro. En su mundo, esa amistad era suficiente.

Dado que su hijo Freddie estaba en el Oeste bajo la protección de la familia Molinari, concluida la reunión Don Corleone dio las gracias al Don de San Francisco y, por lo que éste le dijo, comprendió que Freddie se encontraba muy bien en aquella ciudad, entre otras cosas porque tenía mucho éxito con las mujeres. También parecía poseer grandes condiciones para dirigir un hotel, con lo que Don Corleone quedó agradablemente sorprendido, al igual que ocurre a muchos padres cuando se enteran de que sus hijos poseen talentos que ellos desconocían. Realmente, las grandes desgracias tienen a veces su compensación. Corleone dijo al Don de San Francisco que le debía un gran favor por haber protegido a Freddie, y que echaría mano de toda su influencia para que pudiera seguir controlando las carreras de caballos en el Oeste, más allá de los cambios que en el futuro se operaran en las estructuras políticas. Esta garantía era muy importante, pues las autoridades luchaban contra el monopolio ejercido por los Molinari en los hipódromos, y, además, los de Chicago no paraban de interferir. Pero la influencia de Don Corleone llegaba incluso hasta aquellas tierras salvajes, así que su promesa equivalía a un valioso regalo.

Era ya de noche cuando Don Corleone, Tom Hagen y el chófer y guardaespaldas, Rocco Lampone, llegaron a la finca de Long Beach. Cuando entraban en la casa, Don Corleone dijo a Hagen:

– Nuestro chófer, Lampone, creo que es un hombre valioso. Quiero que lo tengas en cuenta.

Hagen no pudo evitar sentirse extrañado. Lampone no había pronunciado una sola palabra en todo el día, ni siquiera había dirigido la mirada a sus dos pasajeros. Eso sí, era un buen chófer y se había comportado a la perfección, abriendo incluso la puerta al Don para que se apeara, pero eso lo hubiera hecho cualquier chófer conocedor de su oficio. Estaba claro que el Don había advertido algo que a él se le había escapado.

El Don despidió a Hagen, no sin antes indicarle que quería verlo después de cenar y que durmiera un poco, pues la reunión se prolongaría hasta altas horas de la noche. A ella asistirían Clemenza y Tessio, que no llegarían antes de las diez de la noche. Le indicó también que informara a los dos _caporegimi_ de lo que se había hablado en la conferencia con los otros jefes de las Familias.

A las diez en punto el Don ya estaba esperando la llegada de los tres hombres en su despacho, delante de su teléfono especial. Sobre la mesa había una bandeja con botellas de whisky, hielo y soda. Cuando se hubieron presentado, el Don dijo:

– Esta tarde hemos acordado la paz. He dado mi palabra de honor y eso debería ser suficiente para todos. Pero nuestros amigos no son muy de fiar, por lo que tendremos que permanecer en guardia. No debemos exponernos a más sorpresas desagradables.

Volviéndose hacia Hagen, añadió:

– ¿Has dejado libres a los rehenes de Bocchicchio?

– He llamado a Clemenza en cuanto he llegado a casa -contestó Hagen.

Corleone miró al corpulento Clemenza, quien hizo un gesto de asentimiento y dijo:

– Los he dejado en libertad. Ahora bien, Padrino ¿es posible que un siciliano sea tan estúpido como los Bocchicchio aparentan ser?

Don Corleone esbozó una sonrisa.

– Son lo bastante listos para ganar dinero de sobra. ¿Para qué iban a serlo más? Por otra parte, los Bocchicchio no son los causantes de los problemas de este mundo. Aunque, ciertamente, carecen de la inteligencia siciliana.

Estaban de buen humor, ahora que la guerra había terminado. Don Corleone preparó bebidas para los cuatro y, entre sorbo y sorbo, encendió un cigarro.

– No quiero que se haga nada para descubrir lo que le ocurrió a Sonny; la cosa ya no tiene remedio y debemos olvidarla. Quiero cooperar con las otras Familias, aun cuando ello suponga un perjuicio económico para nosotros. Hasta que Michael no esté en casa, la paz no debe romperse, ni siquiera si nos provocan. Y quiero que recordéis una cosa; cuando Michael vuelva, su regreso debe ser absolutamente seguro. No hablo por los Tattaglia o los Barzini, sino por la policía. Sé, naturalmente, que podemos destruir las pruebas que hay contra él; el camarero no declarará, como tampoco va a hacerlo aquel pistolero o lo que fuera. Las pruebas reales son lo que menos debe preocuparnos. Lo que debemos temer son las pruebas fabricadas por la policía. Ésta cree, según algunos confidentes, que Michael es el autor de la muerte de su capitán. Muy bien. Tenemos que pedir a las Cinco Familias que hagan todo lo posible para que la policía modifique esta creencia. Los hombres que tienen dentro de la policía deben contar nuevas versiones. Creo que los otros jefes, después de las palabras que he pronunciado esta tarde, comprenderán que les interesa acceder a nuestra demanda. Pero eso no es suficiente. Debemos procurar que Michael nunca más tenga que volver a preocuparse por la cuestión de la muerte del capitán. De otro modo, no tendría sentido que regresara. Así pues, pensemos en lo que debe hacerse. Eso es lo que más importa ahora.

Don Corleone bebió un poco de whisky y prosiguió:

– Todo hombre tiene derecho a cometer una locura en su vida. Pues bien, la mía es la siguiente. Quiero que compremos las tierras y las casas que rodean la finca. No quiero que nadie pueda ver mi jardín, ni siquiera desde un kilómetro de distancia. Quiero que se levante una valla alrededor de la propiedad y que ésta se mantenga protegida las veinticuatro horas del día. En resumen, quiero vivir en una fortaleza a la que sólo pueda accederse por un sitio único, por ejemplo una puerta abierta en la valla. No volveré a ir a la ciudad a trabajar. En otras palabras, voy a iniciar una especie de retiro. Deseo dedicarme a cultivar mi huerto y a elaborar vino cuando las uvas estén maduras. Quiero vivir en mi casa. Sólo saldré para ir de vacaciones o resolver algún asunto importante, tomando las debidas precauciones, naturalmente. Pero no me entendáis mal. No estoy preparando nada, sino que me limito a ser prudente, como lo he sido siempre. Si hay algo que me disgusta es la despreocupación. Las mujeres y los niños pueden permitirse el lujo de ser descuidados, pero los hombres no. Haced lo que os he dicho y hacedlo con cuidado, para que nuestros amigos no se alarmen. Creo que todo puede hacerse de modo que parezca natural.

El Don hizo otra breve pausa y, tras beber otro trago y dar una larga calada a su cigarro, prosiguió:

– A partir de ahora iré dejando los asuntos cada vez más en manos de vosotros tres. El regime de Santino será abolido y sus hombres repartidos entre los vuestros. Eso demostrará a nuestros amigos que deseo la paz. En cuanto a ti, Tom, quiero que envíes algunos hombres a Las Vegas para que informen detalladamente de las posibilidades que existen allí. Infórmame también acerca de Fredo; quiero saber cómo le van las cosas. Me han dicho que está completamente cambiado. Parece ser que se ha convertido en un cocinero y un mujeriego. No tengo nada que objetar. De joven siempre fue demasiado serio y, además, nunca ha sido un hombre adecuado para los negocios de la Familia. Bien, tal y como te he dicho, quiero que estudies las posibilidades que ofrece Las Vegas.

93
{"b":"101344","o":1}