Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¿Puedo enviar a Carlo? -preguntó Hagen-. Nació en Nevada, lo que es una ventaja.

Don Corleone negó con la cabeza y explicó:

– Mi esposa se encuentra muy sola sin ninguno de sus hijos. Quiero que Constanza y su marido se instalen en una de las casas de la finca. A Carlo le daremos un empleo de responsabilidad; quizás haya sido demasiado duro con él. Además, estoy algo corto de hijos… Sácale del juego e introdúcelo en los sindicatos. Allí podrá desarrollar un trabajo administrativo y podrá hablar por los codos. Siempre ha sido muy hablador -añadió con un leve sarcasmo.

– Clemenza y yo nos ocuparemos de seleccionar a los hombres para Las Vegas -dijo Hagen-. ¿Quiere que le diga a Freddie que venga a pasar unos días a casa?

El Don negó con la cabeza.

– ¿Para qué? -replicó ásperamente-. Mi esposa es una buena cocinera. Dejemos que se quede donde está.

Los tres hombres se movieron en sus sillas, incómodos. Empezaban a darse cuenta de hasta qué punto Freddie había caído en desgracia, e ignoraban el motivo de ello.

Don Corleone dejó escapar un profundo suspiro y agregó:

– Tengo intención de plantar pimientos y tomates en el huerto este año. Más de los que podamos comer. Habrá también para vosotros, desde luego. Quiero un poco de paz, un poco de calma. A mi edad, creo que es lo más conveniente. Bien, eso es todo. Tomad otra copa, si queréis.

Era una invitación a marcharse. Los tres hombres se levantaron. Hagen acompañó a Clemenza y a Tessio hasta sus automóviles. Concertó una cita con ambos para discutir los detalles de la operación de Las Vegas, y se despidió de ellos. Luego regresó a la casa, pues estaba seguro de que el Don estaría esperándolo.

Don Corleone se había quitado la chaqueta y la corbata, y estaba acostado en el sofá. Se le veía fatigado. Hizo una seña a Hagen de que tomara asiento y dijo:

– Bien, _consigliere_ ¿hay algo que desapruebes de lo que he dicho antes?

Hagen no contestó de inmediato, sino que se tomó unos segundos antes de responder:

– No, pero sus planes están abiertamente en contradicción con su manera de ser, con su naturaleza. Usted asegura que no desea saber quién es el responsable de la muerte de Santino. Dice que no quiere vengarse. Pero no puedo creerle. Usted aceptó la paz, y sé que hará honor a su palabra, pero no puedo creer que esté dispuesto a dar a sus enemigos la victoria que parecen haber conseguido hoy. Y como no entiendo sus propósitos, mal puedo aprobarlos o desaprobarlos.

En el rostro del Don apareció una sonrisa de satisfacción.

– Nadie me conoce más que tú, Tom -dijo-. Y aunque no eres siciliano de nacimiento, lo eres por educación. Todo lo que dices es cierto, pero existe una solución, y estoy seguro de que no tardarás en descubrirla. Tienes razón, mantendré mi palabra. Por ello quiero que obedezcan mis órdenes. Lo más importante, Tom, es conseguir que Michael vuelva a casa cuanto antes; tenlo presente en todo momento. Explota todas las posibilidades legales, y no te preocupes por los gastos. Cuando Michael llegue a casa, debemos estar seguros de que las autoridades no harán nada en su contra. Consulta a los mejores abogados criminalistas. Te daré los nombres de algunos jueces que te concederán audiencia en privado… Hasta entonces debemos cuidarnos de posibles traiciones.

– Lo mismo que usted -reconoció Hagen-, opino que no son las pruebas verdaderas las que deben preocuparnos, sino las fabricadas. Si arrestan a Michael, cabe la posibilidad de que un policía lo mate. Pueden acabar con él en su celda, o bien encargar el trabajo a un recluso. Tal como yo lo veo, no podemos permitirnos el lujo de dejar que lo arresten o lo acusen.

– Lo sé, lo sé. Esa es la dificultad. Pero debemos resolverla pronto. En Sicilia hay problemas. Allí los jóvenes ya no escuchan a los viejos, y los jefes locales se ven impotentes para manejar a los numerosos deportados de América. Michael podría verse implicado en esta especie de lucha de generaciones. He tomado mis precauciones, naturalmente, y por el momento no corre peligro, pero las cosas quizás empeorasen. Esa es una de las razones por las que busqué la paz. Barzini tiene amigos en Sicilia, amigos que empezaban a interesarse demasiado por Michael. Busqué la paz para conseguir la seguridad de mi hijo. No podía hacer otra cosa.

Hagen no le preguntó al Don cómo había conseguido esa información. De hecho, ni siquiera le sorprendió el que la hubiese obtenido. Se limitó a decir, cambiando de tema:

– Si le parece, cuando me entreviste con los Tattaglia insistiré en que los hombres que se dediquen a los narcóticos no deben estar fichados. Los jueces se mostrarían reacios a ser benevolentes con hombres con antecedentes.

– Eso es cosa de los Tattaglia. Deben ser lo bastante inteligentes para prever esa clase de detalles. Menciónalo, sin insistir demasiado en ello. Haremos lo que podamos, pero si utilizan a un hombre fichado y éste cae en manos de las autoridades, no moveremos un solo dedo para salvarlo. Les diremos que no puede hacerse nada. Además, Barzini no tiene necesidad de que le adviertan las cosas. Jamás se compromete. Es un hombre que nunca se encuentra en el lado de los perdedores. Nadie sabe que se haya interesado en el negocio de las drogas, por ejemplo, y eso dice mucho en su favor.

– ¿Significa eso que estaba detrás de Sollozzo y de los Tattaglia desde el primer momento?

– Tattaglia es un chulo de tres al cuarto. Nunca hubiera podido vencer a Santino. Es por eso por lo que no necesito saber qué ocurrió. Me basta con saber que Barzini intervino en el asunto.

El cerebro de Hagen trabajaba a toda velocidad. El Don estaba dándole una serie de datos, pero omitía algo muy importante. Y él, aun sabiendo de qué se trataba, prefería no hacer preguntas ni comentarios al respecto. Se despidió y se dispuso a salir de la estancia, pero el Don le retuvo un momento para decir:

– Usa de todos tus recursos para disponer la vuelta de Michael. Y otra cosa: preocúpate de obtener una lista mensual de todas las llamadas efectuadas y recibidas por Clemenza y por Tessio. No es que sospeche de ellos, te lo aseguro. Juraría que nunca van a traicionarme. Pero conocer sus andanzas no va a perjudicarnos. El saber no ocupa lugar, ya sabes.

Hagen asintió y salió de la habitación. Se preguntó si el Don estaría controlándolo también, pero al instante se avergonzó de su sospecha. Ahora ya estaba seguro de que la sutil y compleja mente del Padrino había ideado un plan de acción a largo plazo. La aparente derrota a manos de las otras Familias formaba parte de dicho plan.

94
{"b":"101344","o":1}