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Kay sacudió la cabeza con expresión de desesperanza y dijo:

– ¿Cómo puedes querer casarte conmigo, cómo puedes insinuar que me amas, si no confías en mí? ¿Cómo puedes desear una esposa en la que eres incapaz de depositar tu confianza? Tu padre confía en tu madre. Me consta.

– Sí, desde luego; pero eso no significa que se lo cuente todo. Además, tiene mil razones para confiar en ella. Y no por el solo hecho de que sea su esposa. Pero le dio cuatro hijos, en una época en que traer hijos al mundo no era tan fácil como ahora. Fue su ángel tutelar en los momentos difíciles. Creía en él. Durante cuarenta años le ha sido absolutamente leal. Cuando tú hayas hecho todo esto, es posible que te cuente algunas cosas.

– ¿Tendremos que vivir en la finca? -preguntó Kay.

– Sí, pero en nuestra propia casa. Mis padres no se inmiscuirán en nuestra vida. Mientras no transcurran los cinco años de que te he hablado, nuestro domicilio estará en la finca.

– Porque si vivieras en otra parte tu vida correría peligro ¿verdad? -señaló Kay.

Por vez primera desde que lo conocía, vio a Michael furioso. Era una ira fría, una ira que ni los gestos ni la voz exteriorizaban; era una frialdad de muerte, visible sólo a través de la palidez de su cara. La muchacha pensó que, si algo le hacía decidir no casarse con Michael, ese algo sería la ira fría que en ese momento dominaba al hombre a quien amaba.

– Lo que ocurre -dijo Michael-es que has visto muchas películas y has leído demasiados periódicos sensacionalistas. Tienes una idea muy equivocada de mi padre y de la familia Corleone. Voy a explicarte algo más. Mi padre es un hombre de negocios que trata de ganar dinero para mantener a su familia y ayudar a sus amigos necesitados. No acepta los dictados de la sociedad, porque tales dictados lo hubieran condenado a una vida indigna de un hombre de su inteligencia y personalidad. Lo que quiero que comprendas es que él se considera al mismo nivel que un presidente, un primer ministro, un juez del Tribunal Supremo o un gobernador de cualquier estado. Se niega a aceptar que alguien le imponga su voluntad. No quiere acatar las leyes dictadas por los otros hombres, unas leyes que lo habrían condenado a ser un fracasado. Ahora bien, su mayor deseo es entrar a formar parte de esa sociedad, pero como miembro poderoso de ella, ya que la sociedad sólo protege realmente a los poderosos. Entretanto, actúa basándose en un código que él considera muy superior a las estructuras legales de la sociedad.

– Pero eso es ridículo -dijo Kay con expresión de incredulidad-. ¿Qué pasaría si todos hicieran lo mismo? Volveríamos a la época del hombre de las cavernas. ¿Es verdad lo que acabas de decirme, Mike?

– Mi padre piensa así, y te aseguro que no es un loco ni un tonto. Y tampoco está obsesionado por matar, a pesar de lo que puedas pensar.

– ¿Y en cuanto a ti? -preguntó Kay.

Michael se encogió de hombros y repuso:

– Yo creo en mi familia. Creo en ti y en los hijos que podamos tener. No confío en la protección de la sociedad, y no tengo intención de poner mi destino en manos de unos cuantos tipos cuyo único mérito reside en habérselas ingeniado para conseguir los votos de la gente. Eso por el momento. La época de mi padre ya ha pasado. Y las cosas que él hizo ya no pueden hacerse, pues el riesgo es ahora mucho mayor que antaño. Nos guste o no, la familia Corleone debe integrarse en la sociedad. Pero cuando lo haga, quiero que tengamos un gran poder, basado, entre otras cosas, en el dinero. Quiero asegurar el futuro de mis hijos, y cuando lo haya conseguido, el destino de la familia Corleone se unirá al destino general.

– Pero tú luchaste como voluntario por Estados Unidos. Incluso llegaste a ser un héroe de guerra. ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar?

– Mira, Kay, esta polémica no nos llevará a ningún sitio. Tal vez no sea más que un anticuado conservador.

Mis asuntos quiero resolverlos yo mismo. Los gobiernos no hacen gran cosa por la gente. Bueno, pero dejemos de divagar. Todo lo que puedo decirte es que debo ayudar a mi padre, que debo estar a su lado. Y tú debes decidir si quieres o no estar junto a mí. Sospecho que no es una buena idea que nos casemos.

Kay dio un golpecito a la cama y dijo:

– No sé nada del matrimonio, pero he estado dos años sin un hombre. Y ahora que vuelvo a tenerlo, no lo dejaré escapar fácilmente. Ven, Mike.

Una vez en la cama, con las luces apagadas, Kay murmuró:

– ¿Crees que no he estado con hombre alguno desde que te marchaste?

– Lo creo.

– ¿Y tú? ¿Has estado con otra mujer?

– Sí -respondió Michael, y notó que Kay se ponía tensa-. Pero con ninguna durante los últimos seis meses.

Y era cierto. Kay era la primera mujer con la que había hecho el amor desde la muerte de Apollonia.

26

La lujosa _suite_ daba al jardín de la parte posterior del hotel. Las palmeras y las estrellas se reflejaban en el agua de las dos enormes piscinas. A lo lejos, en el horizonte, se divisaba la silueta de las montañas que rodean la ciudad de Las Vegas. Johnny Fontane dejó caer la pesada y costosa cortina de color gris y regresó al salón.

Un grupo de cuatro personas, integrado por un jefe de sala, un crupier, un ayudante y una camarera vestida con su sucinta indumentaria de nitgh-club, arreglaban la sala para una sesión privada. Niño Valenti estaba tendido en un sofá, con un vaso de whisky en la mano, mirando a los empleados del casino colocar la mesa de blackjack y sus correspondientes seis sillas acolchadas. Con voz pastosa, aunque no estaba completamente ebrio, dijo:

– Ven, Johnny, ven a jugar conmigo contra estos cabrones. Hoy es mi día de suerte.

Johnny se sentó en un escabel, frente al sofá, y repuso:

– Ya sabes que nunca juego. ¿Cómo te sientes, Niño?

– Como nunca. A medianoche vendrán algunas mujeres, luego cenaremos, y después volveremos a jugar. Ya sabes que gané a la casa casi cincuenta mil dólares.

– Sí. ¿Y a quién se los dejarás cuando mueras?

Niño apuró el contenido de su vaso.

– Oye, Johnny ¿cómo diablos adquiriste tu reputación? Eres el aburrimiento personificado. Cualquier turista se divierte más que tú en esta ciudad.

– ¿Quieres que te acompañe hasta la mesa? -preguntó Johnny.

Niño se puso de pie con esfuerzo y respondió:

– Puedo ir solo, Johnny.

Dejó que el vaso cayera al suelo y se dirigió a la mesa de blackjack. El crupier estaba preparado. Detrás de él, el jefe de sala observaba. El ayudante se había sentado en una silla, a cierta distancia de la mesa, y la camarera esperaba, sentada en otra silla, en un lugar desde donde podía ver cada gesto de Niño Valenti.

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