– No, si hubiese querido raptar a Mike, lo hubiera hecho ya. Ocasiones no le han faltado. Pero todo el mundo sabe que Mike no está en los negocios de la Familia. Si lo secuestrara, Sollozzo perdería el apoyo de todas las Familias de Nueva York. Incluso los Tattaglia se verían obligados a ir contra él. No, la cosa es bastante sencilla. Mañana vendrá un representante de las Familias a decirnos que debemos negociar con el Turco. Eso es lo que Sollozzo está esperando. Ése es el as que tiene en la manga.
Michael lanzó un suspiro de alivio.
– Bien -dijo-. Esta noche tengo que ir a la ciudad.
– ¿Por qué? -preguntó Sonny con aspereza.
– Tengo intención de ir al hospital a visitar a papá, y también quiero ver a mamá y a Connie. Además, tengo algunas otras cosas que hacer -añadió con una sonrisa.
Lo mismo que el Don, Michael nunca revelaba sus verdaderos motivos, y ahora no tenía ganas de decirle a Sonny que quería ver a Kay Adams. No tenía motivo alguno para ocultárselo; simplemente era su costumbre.
De la cocina salía un rumor confuso de voces. Clemenza fue a ver qué ocurría. Cuando regresó al despacho llevaba en las manos el chaleco a prueba de balas de Luca Brasi. Envuelto en el chaleco había un pez muerto.
– El Turco se ha enterado de lo de su espía, Paulie Gatto -declaró Clemenza.
– Y ahora nosotros sabemos lo de Luca Brasi -concluyó Tessio.
Sonny encendió un cigarrillo y bebió un trago de whisky.
– ¿Qué demonios significa ese pez? -preguntó Michael, asombrado.
Hagen, el irlandés, el _consigliere_, respondió a su pregunta:
– El pez significa que Luca Brasi está durmiendo en el fondo del mar. Es un antiguo mensaje siciliano.
9
Cuando Michael Corleone fue a la ciudad aquella noche, se sentía deprimido. Tenía la impresión de que le estaban mezclando en los negocios de la Familia contra su voluntad, y le desagradaba que Sonny lo utilizara, aunque sólo fuera para contestar al teléfono. Le desagradaba asistir a los consejos de la Familia, como si tuviera la ineludible obligación de estar al corriente de todo, asesinatos incluidos. Mientras viajaba para verse con Kay, también se sentía culpable por ella. Nunca le había sido completamente sincero en lo referente a su familia. Le había hablado de sus parientes, desde luego, pero siempre en un tono jocoso, de modo que para la chica su padre y hermanos debían de ser más los protagonistas de una película que lo que en realidad eran. Su padre había sufrido un atentado en plena calle, y su hermano mayor estaba planeando eliminar a varios hombres. No, desde luego no se atrevería a contarle la verdad desnuda a Kay. Ya le había dicho que lo de su padre había sido sólo un «accidente», y que no pasaría nada, cuando en realidad era precisamente en ese momento cuando iba a empezar todo. Sonny y Tom estaban equivocados respecto a Sollozzo; seguían subestimándolo, pese a que Sonny tenía un olfato especial para oler el peligro. Michael trataba de imaginar el juego del Turco. Evidentemente, era un hombre valeroso y muy listo. De él podía esperarse todo. Sin embargo, Sonny, Tom, Clemenza y Tessio afirmaban que todo estaba bajo control, y ellos tenían más experiencia que él. En esta guerra, él, Michael, era el «civil». Y tendrían que prometerle muchas más medallas de las que había conseguido en la Segunda Guerra Mundial si querían que participara.
Michael se sentía culpable por el hecho de no estar excesivamente dolido por lo de su padre. Era cierto que le habían hecho varios agujeros en el cuerpo, pero Michael consideraba, en mayor medida que los demás, que todo había sido cuestión de negocios; nada personal. Estimaba que su padre había pagado por el poder del que había disfrutado durante toda su vida, que aquél había sido el precio por el respeto de que había sido objeto por parte de cuantos lo rodeaban.
Lo que Michael quería, por encima de todo, era vivir su propia vida, pero no podía separarse de su propia familia hasta que la crisis hubiera pasado. Debía ayudar, aunque sólo fuera como «civil». De pronto se dio cuenta de que el papel que le habían asignado no le satisfacía. No, no le gustaba ser un no combatiente privilegiado; no le satisfacía representar el papel de objetor de conciencia. Por ello, precisamente, no dejaba de brincarle por el cerebro la palabra «civil».
Cuando llegó al hotel, Kay le estaba esperando en el vestíbulo. Dos de los hombres de Clemenza le habían acompañado hasta la esquina próxima, y sólo se marcharon cuando se hubieron asegurado de que nadie les había seguido.
Michael y Kay cenaron juntos y tomaron unas copas.
– ¿Cuándo irás a visitar a tu padre? -le preguntó Kay de pronto.
– La hora de visita termina a las ocho y media -respondió Michael, mirando su reloj-. Iré cuando todos se hayan marchado. Me dejarán pasar: tiene su propia habitación y sus propias enfermeras. Así podré estar un rato con él. No creo que pueda hablar. Es más, es posible que ni siquiera se percate de mi presencia. De todas formas tengo que ir.
– Siento mucho lo de tu padre -dijo Kay-. El día de la boda de tu hermana me pareció un hombre muy simpático. No puedo creer lo que los periódicos dicen de él. Estoy segura de que la mayor parte de lo que afirman es mentira.
– Lo mismo pienso yo -respondió Michael.
Se sorprendió al comprobar lo reservado que estaba siendo con Kay. La amaba, confiaba en ella, pero no podía decirle nada acerca de su padre o de la Familia. La muchacha no formaba parte del círculo.
– ¿Qué piensas hacer? -preguntó Kay-. ¿Piensas participar en esta guerra entre gángsters de que hablan los periódicos?
Michael sonrió y se desabrochó la chaqueta.
– Mira, no llevo armas.
Kay se echó a reír.
Como se estaba haciendo tarde, ambos subieron a su habitación. Kay preparó una bebida para cada uno y, mientras la tomaban, se sentó sobre las rodillas de Michael. Debajo de su vestido sólo había seda y la piel desnuda, una piel ardiente que los dedos de Michael no tardaron en acariciar. Se tendieron en la cama y, sin desnudarse, se besaron apasionadamente y se hicieron el amor. Después permanecieron uno al lado del otro, sintiendo el calor de sus cuerpos.
– ¿Es eso lo que los soldados llaman un «rápido»? -preguntó Kay.
– Sí -respondió Michael.
– Pues no está mal -dijo Kay, seriamente.
Siguieron bromeando y charlando durante un rato, hasta que Michael, inquieto, se levantó y miró su reloj.
– ¡Vaya! Son ya casi las diez. Tengo que ir al hospital.
Se dirigió al cuarto de baño para ducharse y peinarse. Kay le siguió y lo abrazó por detrás.
– ¿Cuándo nos casaremos? -preguntó.
– Cuando quieras, en cuanto las aguas vuelvan a su cauce y mi padre se haya recuperado. Sin embargo, creo que sería mejor que hablaras con tus padres.