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– Tengo el coche en tu casa -contestó Rocco-y mi madre lo necesita mañana por la mañana, a primera hora.

– Bien -asintió Clemenza-. Bueno, entonces volverás con nosotros.

Tampoco de regreso a Long Beach hablaron mucho.

– Sal de la carretera, Paulie; tengo que orinar -dijo Clemenza súbitamente.

Gatto había trabajado con el gordo _caporegime_ durante mucho tiempo y sabía de sobra que su jefe tenía que orinar con bastante frecuencia. No era la primera vez que le hacía la misma petición. Gatto aparcó en la cuneta. Clemenza saltó del automóvil y avanzó unos pasos en dirección contraria a la calzada. Se sentía aliviado. Luego, mientras abría la portezuela para entrar en el coche, dio una rápida mirada a derecha e izquierda. No había luces, todo estaba en completa oscuridad.

– Adelante -dijo Clemenza.

Un segundo más tarde, en el interior del automóvil se oyó el ruido de un disparo. Paulie Gatto pareció dar un salto adelante, su cuerpo golpeó contra el volante y luego quedó tendido sobre el asiento. Clemenza se había apartado rápidamente, para evitar que la sangre del traidor le salpicara.

Rocco Lampone saltó del coche empuñando la pistola. Inmediatamente la lanzó lejos, hacia el cenagal. Él y Clemenza corrieron hacia un automóvil aparcado en las cercanías. Lampone buscó debajo del asiento y encontró la llave que les habían dejado. Arrancó y condujo a Clemenza a su casa. Luego, en lugar de regresar por la misma ruta, tomó la calzada de Jones Beach, se dirigió hacia Merrick, y siguió por el Meadowbrook Boulevar hasta llegar al Northern State. Lo cruzó. Al llegar a la autopista de Long Island, continuó hacia el puente de Whitestone y luego, por el Bronx, siguió hasta su casa, en Manhattan.

7

Durante la noche anterior al atentado contra Don Corleone, su más fuerte, leal y temido subordinado se preparaba para enfrentarse con el enemigo. Luca Brasi había mantenido contactos con las fuerzas de Sollozzo varios meses antes, siguiendo instrucciones personales del Don en persona. Dichos contactos habían consistido en frecuentar los nigbtclubs controlados por la familia Tattaglia y en relacionarse con una de las call-girls de más categoría. Estando en la cama con la muchacha, Luca se quejó de lo poco que lo consideraban dentro de la familia Corleone, de lo poco que apreciaban sus servicios. Una semana después, Luca fue abordado por Bruno Tattaglia, director del night-club. Bruno era el hijo más joven, y evidentemente no estaba relacionado con el negocio de la prostitución, la principal fuente de ingresos de la familia Tattaglia. Pero su famoso night-club, con su grupo de bellas chicas de largas y esbeltas piernas, era una especie de escuela preparatoria para muchas de las rameras de la ciudad.

La primera entrevista tuvo un tono de extremada franqueza: Tattaglia le ofreció un empleo en los «negocios de su Familia. Los contactos duraron casi un mes. Luca desempeñó el papel del hombre prendido en las redes de una hermosa chica; Bruno Tattaglia, el del hombre de negocios que trata de arrebatar un excelente colaborador a una empresa rival. En el curso de una de tales entrevistas, Luca fingió haberse dejado convencer e hizo la siguiente observación:

– Quiero dejar una cosa bien clara. Nunca actuaré contra el Padrino. Respeto mucho a Don Corleone y comprendo que ponga a sus hijos por delante de mí en los negocios de la Familia.

Bruno Tattaglia era uno de esos jóvenes que a duras penas pueden ocultar su desprecio por los viejos como Luca Brasi, Don Corleone e incluso su propio padre. El hecho de que se mostrase tan excesivamente respetuoso con ellos así lo demostraba.

– Mi padre nunca le pediría que hiciera nada contra los Corleone -dijo a Luca-. ¿Por qué iba a hacerlo? Hoy en día todo el mundo se lleva bien con todo el mundo. No es como antes. Yo me limito a ofrecerle un empleo; si le interesa, se lo diré a mi padre. En nuestro negocio siempre se precisan hombres como usted. Es un negocio duro, y se necesitan hombres duros para que todo marche como es debido. Si se decide a aceptar mi oferta, avíseme.

– No es que esté descontento de mi actual empleo… -dijo Luca, dubitativo. De momento lo dejaron así.

De un modo general, el plan de los Corleone consistía en dejar creer a los Tattaglia que Luca estaba al corriente del lucrativo asunto de las drogas y que deseaba entrar en el mismo. Con ello esperaban enterarse de los planes de Sollozzo, si es que tenía alguno. Después de dos meses sin que nada sucediese, Luca informó al Don de que Sollozzo había aceptado graciosamente su fracaso. El Don le había dicho que siguiera con sus averiguaciones, pero sin forzar las cosas.

Luca se había dejado caer por el night-club la noche anterior al atentado contra Don Corleone. Casi inmediatamente, Bruno Tattaglia fue a sentarse a su mesa.

– Tengo un amigo que quiere hablar con usted -le dijo.

– Que venga -contestó Luca-. Siendo amigo suyo, no tengo inconveniente alguno en hablar con él.

– No -alegó Bruno-. Quiere verle en privado.

– ¿Quién es? -preguntó Luca.

– Un amigo mío, ya se lo he dicho. Quiere hacerle una proposición. ¿Acepta hablar con él esta misma noche?

– De acuerdo -dijo Luca-. ¿Dónde y a qué hora?

– El club se cierra a las cuatro de la mañana -respondió Bruno Tattaglia, bajando la voz-. ¿Por qué no charlan aquí, mientras los camareros hacen la limpieza?

Conocían bien sus costumbres, pensó Luca. Por lo visto le habían seguido los pasos. Solía levantarse a las tres o las cuatro de la tarde, desayunaba, y luego se entretenía jugando con sus amigos de la Familia o bien pasaba un par de horas con una mujer. A veces se iba al cine a medianoche, y a la salida se iba a tomar una copa en algún club. Nunca se acostaba antes del amanecer. Por ello, la sugerencia de una entrevista a las cuatro de la madrugada no era tan descabellada como parecía.

– Completamente de acuerdo -asintió-. Volveré a las cuatro.

Salió del club y se dirigió en taxi a su habitación amueblada de la Décima Avenida. Se alojaba en casa de unos italianos, parientes lejanos. Las dos habitaciones de que disponía Luca estaban separadas del resto del piso por una puerta especial. Eso le gustaba, pues le permitía hacer una especie de vida de familia, a la vez que le protegía contra cualquier sorpresa desagradable en el lugar donde era más vulnerable.

No tardaría en ver la peluda cola del astuto zorro turco, pensó Luca. Si las cosas iban bien, si Sollozzo se descubría esa noche, tal vez todo terminaría con un agradable regalo de Navidad para el Don. En su habitación, Luca abrió la maleta que tenía debajo de la cama y sacó un chaleco a prueba de balas. Pesaba mucho. Se desnudó, se puso una camiseta de lana, luego la camisa, y, finalmente, el chaleco. Por un momento pensó en llamar al Don para ponerle al corriente de todo, pero luego recordó que el Don nunca contestaba el teléfono y que, además, le había encargado aquella misión en secreto, de modo que nadie, ni tan siquiera Hagen y Sonny, debían saber nada.

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